LAS MUJERES CALLEN EN LAS CONGREGACIONES
Durante esta serie dedicada a la visión de la mujer en la Biblia hemos significado lo determinante del hecho de que
las mujeres de entonces carecían de cualquier instrucción en cuestiones de cultura, alfabetización, formación reglada o educación, por lo que no sería descabellada la posibilidad de que las mujeres hubiesen estado interrumpiendo las reuniones eclesiásticas con continuas preguntas o comentarios inapropiados. Probablemente, también tuviese que ver que algunas de estas primeras cristianas trajeran consigo ramalazos de comportamientos de mal gusto propios de los cultos paganos de procedencia, pues
Corinto era por entonces la capital de influyentes corrientes paganas y filosóficas como el gnosticismo, uno de los grandes enemigos de la fe cristiana durante sus comienzos.
El gnosticismo constituía una corriente tan poderosa que una parte importante del Nuevo Testamento recoge numerosas advertencias para los primeros cristianos contra esta influencia. La epístola a los colosenses y porciones de las cartas a los corintios así como las cartas de Juan contienen instrucciones contra las antibíblicas amenazas de las enseñanzas gnósticas. Puesto que la doctrina cristiana se estaba asentando por entonces y, obviamente, no tenían todavía la Biblia consigo, muchos de los nuevos creyentes no habían conseguido desprenderse del todo de aquellas creencias paganas que amenazaban con un corrupto y confuso sincretismo.
Entre las diferentes vertientes gnósticas, era frecuente que algunas mujeres poseyeran un papel similar al del médium espiritista, siendo habitual que en las reuniones públicas se comunicasen mensajes supuestamente angelicales que no eran otra cosa que perversos mensajes expuestos con alboroto e indecencia. Por esta razón, no son pocos los historiadores convencidos de que este problema del papel femenino heredado del paganismo en los albores de la iglesia de Corinto fuese el principal motivo de prevención por el que Pablo decide exhortar a las mujeres para que guarden silencio durante las reuniones eclesiásticas.
Pero démosle una vuelta de tuerca más a este polémico mandato de silencio… A sabiendas de que aquellas mujeres no tenían derecho alguno a la formación ni educación formal, deberíamos percatarnos de que
si a muchos de nosotros nos puede escandalizar esta orden para callar en público, lo que a buen seguro asombraría a los fieles de Corinto y a sus contemporáneos sería la otra parte de esta exhortación (14, 34-35); aquella en la que Pablo afirma que “si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos”. Fijémonos en que el apóstol pide a los maridos que enseñen en casa a su mujer si ésta así lo desea,
validando delante de los hombres el nuevo derecho de la mujer al aprendizaje doctrinal. Sin embargo, es cierto que Pablo considera conveniente que esta labor de formación se realice en un ambiente privado y personalizado, y no durante el culto religioso o mientras alguien ora, profetiza, o desempeña cualquier otra labor ministerial comunitaria. Pocas veces, desde los albores de los tiempos, se había encomendado a los hombres esta labor de implicación en la instrucción de unas mujeres ajenas a cualquier sistema educativo de índole intelectual.
MUJERES EN AUTORIDAD SOBRE HOMBRES
A pesar de las duras contingencias culturales, el papel de dirección o de reveladoras de la verdad le ha sido otorgado por Dios a diferentes mujeres que aparecen en la Biblia. Entre ellas está el caso de
Débora, gran líder de Israel durante más de 40 años (Jueces 4 y 5). La personalidad de esta mujer fue tan inspiradora que llevó a Barac a afirmar que sólo juntaría al ejército para la batalla si es Débora quien le acompaña al frente.
La Escritura recoge otros ejemplos como son las
mujeres que profetizan en lugares sagrados (Éxodo 15, 20-21; 2ª Reyes 22, 14; Isaías 8, 3; Lucas 2, 36-38; Hechos 21, 8-9) o los casos de Priscila, quien con su marido Aquila son mencionados juntos las veces que aparecen en la Escritura. También destacan Evodia, Sítique y Priscila como colaboradoras de Pablo, o María, Pérsida, Trifena y Trifosa, fieles trabajadoras de la obra de Dios al igual que Junias (Romanos 16, 7), quien parece ser que ostentaba el cargo de mujer apóstol. Ni siquiera Pablo incurre habitualmente en distinción entre colaboradores masculinos y femeninos, tal y como vemos en el caso de Febe, quien es encomendada a la iglesia de Roma, pidiéndoles que la reciban con una actitud propia de autoridad de la Iglesia.
Por tanto, si conocemos las particulares condiciones sociales de la mujer del primer siglo así como las circunstancias específicas que debieron producirse entre las primeras cristianas de Corinto no sólo veremos como positivas las palabras de Pablo hacia éstas sino que evitamos establecer supuestas e inexistentes contradicciones bíblicas entre este mandato del apóstol para que las esposas corintias guarden silencio y entre los ejemplos bíblicos mencionados en los que vemos a numerosas mujeres que no sólo hablan
en y
para la congregación sino que son levantadas por Dios para dirigir a su pueblo.
Continuará y concluirála semana que viene
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