En 1752, Benjamin Franklin comprobaría que el relámpago y la chispa del ámbar eran la misma cosa. Tiempo más tarde, Volta daba otro paso adelante al inventar la primera pila eléctrica, hecho que provocó que a la unidad de potencia eléctrica le llamemos
voltio. El mérito posterior de generar la corriente eléctrica en una escala práctica se lo debemos al cristiano Michael Faraday, quien en 1831 constataría que la electricidad se podía producir con magnetismo mediante movimiento.
Tuvieron que pasar más de cuarenta años para que un generador realmente práctico fuera realizado por Thomas Edison, quien mejoraría sustancialmente el invento realizado en 1878 por Joseph Swam y que no era otra cosa que la lámpara de filamento incandescente. A partir de ahí, que decir de los constantes desarrollos de la electricidad realizados hasta nuestros días tras los avances de Edison y de su revolucionaria bombilla: TV, radio, avión, barco, tren, metro, coche, informática, conservación alimenticia, redes hidráulicas, telefonía… Sin embargo, hoy contemplamos la bombilla sin asombros ni con lloros de alegría, pues lo asumimos como una parte más de nuestro universo cotidiano. Cuando vemos este invento humano no nos paramos a pensar que este sencillo filamento recubierto de cristal y poco más significó el génesis de la revolución doméstica, el transporte y de la sociedad del bienestar en general.
Pero del mismo modo en el que hoy no concebimos la vida sin electricidad, debemos reconocer que no siempre valoramos que la mujer occidental tenga derecho al voto o a la educación incluso a sabiendas de que todavía queda mucho camino por recorrer. Y es que,
al igual que la bombilla de Edison, los hechos y palabras de Jesús fueron una plataforma para lanzarnos a una plena revolución de justicia individual y social a la que sus hijos estamos obligados a desarrollar desde entonces.
Esa bombilla que dejó el Maestro tiene multitud de filamentos contundentes como, por ejemplo, aquel que nos ilumina bajo el principio de
“ama a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10, 27). Con todo,
Jesucristo tuvo que tolerar y comprender muchos de los prejuicios e injusticias de su época para poder trasmitir un mensaje de salvación y justicia a tercos humanos. No obstante, Jesús nos dejaría semillas para que fueran regadas de continuo por los cristianos de todos los tiempos.
En este sentido es en el que se habla de la libertad afirmando que en Cristo ya
“no hay esclavo ni libre” (Gálatas 3, 28).
Sin embargo, al mismo tiempo,
las condiciones mentales y sociales de entonces no permitirían de inmediato a los cristianos primitivos plantear la abolición definitiva de la esclavitud (como vemos en textos como el recogido en Efesios 6, 4-6).
Sería siglos más tarde cuando los cristianos encabezarían la lucha contra la esclavitud en pos del mensaje que emana del evangelio. Jesús nos dejó el invento de la bombilla para darnos claridad dejándonos la misión del desarrollo de la electricidad a quien asume el reto de ser parte de “el cuerpo de Cristo” (1 Corintios 12, 27) que es la Iglesia. A esto se refiere el Maestro cuando afirma que, como hijos suyos, haríamos cosas mayores que las que Él mismo realizó (Juan 14, 12).
Nuestra misión consiste ahora en que, a partir de los nítidos desarrollos eléctricos de la bombilla, inventemos el frigorífico y la estufa de última generación con la misma pasión, fuerza, amor y energía que vemos en Cristo. Si hoy no produciésemos un efecto similar en derredor significaría que no hemos entendido bien el concepto de discípulo. Habríamos olvidado que hemos sido llamados a producir una revolución lumínica, primero en nuestras propias vidas y después en el resto del mundo. ¿Y cómo fue la bombilla que trajo Jesús? Veamos algunas píldoras:
HIJA DE ABRAHAM
Lucas 13, 10-17 contiene una historia que muestra el desafío de Jesús respecto a la doble moral de algunos rabinos. Por entonces las mujeres eran relegadas a situarse en la parte posterior de la sinagoga, pero la invitación que Jesús realizó a aquella mujer supondría un claro mensaje contra el privilegio masculino del culto público.
Al ponerla en el centro de atención, justo enfrente de la congregación, se estaba sacudiendo la mentalidad de muchos varones. También es interesante notar que Jesús no se dirige hacia el ella, sino que trae a la mujer a la zona privilegiada de los hombres. Ante la acusación de los rabinos, Jesús añadiría que aquella “
hija de Abraham” merecía ser libre de su aflicción incluso en el día de reposo. Y es que tampoco resultaba frecuente el uso de la forma “
hija de Abraham” que empleó Jesús, pues éste era un título habitual para hombres, ya que las mujeres no eran consideradas herederas de Abraham del mismo nivel de los varones. Jesús no solo sanaría el cuerpo de aquella mujer sino que restauraría su dignidad.
EL BAUTISMO DE CRISTO
Cristo estableció un nuevo mandato que integraba a personas de ambos sexos y que fue el bautismo. Mientras que en el Antiguo Testamento la circuncisión era sólo para los hombres, el nuevo rito que Jesús instaura supone una oportunidad para todos de declarar públicamente que formaban parte de un pueblo en el que cada uno es sacerdote junto con Cristo.
SU MUERTE Y RESURRECCIÓN
Durante gran parte de lo narrado en el Antiguo Testamento aquellos que enviados con una misión divina de relevancia eran ungidos como, por ejemplo, lo vemos cuando Samuel unge a David para proclamarle rey de Israel. En esta línea
no se puede considerar como casual o forzado que los evangelios recojan a dos mujeres ungiendo de algún modo a Jesús, aquél cuya misión no era otra que la de salvar al ser humano de sus pecados. Juan lo bautiza, pero son dos mujeres quienes lo ungen. Vemos que una semana antes de su muerte, en la casa de Lázaro, es María quien lo hace (Juan 12, 1-8). Días después, es otra mujer quien entra en la casa donde Jesús está cenando para derramar el contenido de un frasco de alabastro sobre el Maestro. Jesús le diría a esta mujer que su acto sería conocido allí donde fuera predicado el Evangelio.
Una vez más, el Mesías pone al género femenino tan repudiado por aquel mundo en el centro de atención, dignificación y reconocimiento universal (Mateo 26, 6-13). Sin duda, estamos ante una bombilla con potencial de muchísimos vatios, pues incluso después de la resurrección, Jesús vuelve a honrarlas de forma atípica, siendo mujeres las primeras encargadas de anunciar el levantamiento de entre los muertos del Hijo de Dios (Mateo 28, 10; Juan 20, 17).
OTROS EJEMPLOS
¿Y qué de la mujer adúltera que iba a ser apedreada? Allí fue cuando Cristo mencionó la famosa frase de
“quien no tenga culpa que tire la primera piedra” (Juan 8, 7) ¿Y qué de la mujer del flujo de sangre que no cesaba? (Lucas 8, 43-50). Es aquella a la que Cristo permitió que le tocara a pesar de considerarse esto como un acto impuro. De nuevo, Cristo otorga a la mujer su lugar para sanarla. Y podríamos añadir otros ejemplos, como el de aquella prostituta a la que se le permitió que tocara y besara los pies de Jesús dejando que sus propias lágrimas le lavasen para gran ofensa de los allí presentes (Lucas 7, 38).
Aunque el tema da para mucho, podemos darnos percatarnos de la grandeza de esta revolución de Cristo respecto a la mujer viendo algunas de estas pequeñas, pero a la vez que grandiosas, semillas de justicia que nos han quedado como legado de desarrollo y aprendizaje. En palabras de Dorothy Sayers, “
tal vez no haya que sorprenderse de que las mujeres fueran las primeras en la cuna y las últimas en la cruz. No habían conocido a un hombre como éste. Jamás hubo otro igual. Un profeta maestro que nunca las regañó ni las aduló; nunca las engañó ni las trató con arrogancia, ni hizo de ellas chistes maliciosos. Nunca dijo: “Las mujeres: ¡Dios nos libre!” o, “las señoras: ¡Dios las bendiga!”. Él las reprendía sin queja y las alababa sin condescendencia; tomaba sus preguntas y sus razonamientos en serio; nunca les imponía restricciones. Ni las instaba a ser femeninas, ni se burlaba de ellas por serlo; no tenía intereses creados ni una amenazada hombría que defender. Las trataba tal y como eran, con naturalidad. No hay hecho, ni sermón, ni parábola en todos los evangelios que insinúe con mordacidad una supuesta perversidad hacia lo femenino; nadie puede en modo alguno deducir de las palabras y hechos de Jesús algo que fuera “absurdo” acerca de la naturaleza de la mujer”.
En el próximo capítulo analizaremos algunos aspectos que nos ayudarán a comprender por qué Cristo escogería sólo a hombres como sus primeros doce apóstoles, así como examinaremos algunos de los comentarios más discutidos de las cartas de Pablo respecto a la mujer.
Continuará
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