En esta persecución tiene un lugar de privilegio la negativa para aceptar la verdad sobre quién es uno. La historia no ha cesado de advertirnos acerca de los desastres provenientes de esa soberbia que se infiltra cuando las razas, sexos o individuos asumen que son, por definición, superiores a otros. Es esa arrogancia disgregadora consistente en asumir una mentira elitista respecto a uno mismo y a los demás, concepción que, como todo pecado, conduce a la destrucción y al dolor.
En toda esta historia de la historia, de todos es sabido que las mujeres salen perjudicadas. Tal marginación no sólo se sucede en tribus perdidas o en culturas ajenas a la nuestra.
El pensamiento de la antigua Grecia, cuna de Occidente, no se quedaba atrás. Homero o Platón ejemplifican la visión repugnante y de inferioridad que se tenía en torno a la mujer, a quienes se las califica de dolor o castigo entre otras lindezas, pues las mujeres
son consideradas como meros objetos para ser conquistados e instrumentos en la lucha por el poder de los hombres. Uno de los personajes de Homero se burlaba diciendo:
“¡No eres mejor que una mujer!”, un reflejo de lo habitual que resultaba que la mujer no fuese vista siquiera con identidad propia sino más bien como “
la esposa de”, la “
la hija de”, o la “
concubina de”. Y es que según narra Hesiodo en su
Teogonía, hubo un tiempo sobre la tierra en el que los hombres vivían felices sin mujeres, pero éstas surgieron como castigo de Zeus a Prometeo por causa de su desobediencia. La mujer fue la maldición eterna para el hombre, por lo que Zeus
creó un ser perverso, una mujer llamada Pandora […]
, el origen de todos los males.
Otro poeta de relevancia como Simónides comenta que “
desde el principio, dios hizo la mente de la mujer como cosa aparte”. Se asumía por tanto que
no debían confiar en las mujeres, pues ellas eran fuente de todo mal, ya que el mal era su naturaleza. Platón afirma que “
las mujeres son inferiores en bondad a los hombres […] ese segmento de la humanidad que, debido a su fragilidad, es en otros aspectos más engañoso y secreto”. Y es que aunque comúnmente se apela a Grecia como la cuna de la democracia no podemos pasar por alto que se trata de una
democracia vetada para esclavos y mujeres.
ALGO DEL GÉNESIS
El Dios del libro del Génesis describe el perenne totalitarismo del varón hacia la mujer, no como algo digno de alcanzar, sino como una horrenda maldición provocada por la maldad del ser humano que es anunciada a la mujer: “tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” (Génesis 3, 16).
En contraste con las grotescas e inmorales cosmogonías de la antigüedad, Yavé despliega su esencia artística para crear a Eva como un hermoso complemento del hombre. Yavé sitúa a la pareja en el jardín como amigos y amantes. Nada que ver con las salvajes batallas entre dioses y diosas de los mitos animistas, griegos, romanos o del relato de la creación narrado en el
Emuna Elis babilonio, una historia mucho más cercana en el tiempo y a la cultura de los receptores originarios del Génesis que recoge una espeluznante visión en la que Tiamat y Marduk se despedazan.
Sin embargo, Adán y Eva se aman.
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1, 17). Es Yavé quien afirma que el hombre y la mujer son “
el hombre (traducido así y en singular en el sentido genérico de
humanidad) creado a imagen y semejanza de Dios”. A diferencia de las creencias griegas que describen a la mujer forjada de otra materia,
el Dios de la Biblia la forma de la misma sustancia que Adán, de su médula, tomando su ADN para formarla y revelando un concepto revolucionario de igualdad esencial.
Hay quienes aseguran que Adán posee un estatus superior porque fue formado primero. Pero si nos sujetamos a este razonamiento, también concluiríamos con que los cerdos o los perros son superiores al ser humano al haber sido creados con anterioridad.
Eva fue creada para servir con Adán y no debajo de Adán. Aunque hay quienes lo ven de otro modo cuando argumentan que Dios diseñó a la mujer como
“ayuda idónea para el varón” (Génesis 2, 18). Pero la palabra hebrea utilizada para
ayuda hace referencia a alguien a quien se le solicita cooperación por poseer capacidades complementarías a las del solicitante, por lo que estamos ante una connotación etimológica con énfasis en el concepto de igualdad y complementariedad. Con todo, es interesante notar las palabras de Adán al dirigir por primera vez su mirada a la mujer a modo de poema:
“Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; Esta será llamada Varona, porque del varón fue tomada” (Génesis 2, 23).
Las primeras palabras humanas que aparecen en la Biblia son un canto a la mujer y a la igualdad, un golpe a los mitos paganos que concedían a la feminidad una composición inferior a la masculina. Más adelante aparecería también el mandato de:
“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer” (Génesis 2, 24), un planteamiento infrecuente en un mundo en el que los hombres no suelen renunciar a cosa alguna por una mujer.
El plan de Dios para su creación,
“señoreen (plural) en toda la tierra” (Génesis 1, 26), tiene la peculiaridad de que
no otorga dominio sobre la tierra al ser humano hasta que la mujer no está junto al varón. Cuando ambos pecan, Adán dice aquello de:
“la mujer que me diste por compañera” (Génesis 3, 12) y no “
la mujer que me diste”.
Eva no era una mera propiedad de Adán al mismo tiempo que vemos como en este relato el mal no entra al mundo a través de la mujer sino a través de la pareja. En el Génesis, hombre y mujer comparten culpabilidad y ambos sufrirían las consecuencias.
A pesar de esta revelación, como ocurre en todas las civilizaciones, la sociedad judía tampoco vivía exenta de este concepto de superioridad masculina. En los escritos rabínicos de prestigio resultan habituales los comentarios de desprecio y rechazo del género femenino, una cuestión que vemos en algunos textos del Nuevo Testamento:
“En esto vinieron sus discípulos, y se asombraron grandemente de que [Jesús] hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o, ¿Qué hablas con ella?” (Juan 4, 27).
En contraposición a este pensamiento, Jesús se levantaría para destruir las obras de la oscuridad abriendo ríos en el desierto a modo de adelanto del plan original de Dios y de sus propósitos, aunque lo haría bajo la perspectiva de la realidad de los prejuicios, terquedad e injusticias de la época en la que vino. Esta nueva visión de la mujer impulsaría a muchos hijos de Dios a asumir el liderazgo en la liberación de las personas.
En las siguientes semanas abordaremos este tema de la mujer desde el contexto de la revelación bíblica. La concepción de la mujer en las palabras y decisiones de Jesús, los comentarios más discutidos de Pablo y el lugar de la mujer en el ministerio cristiano desde una perspectiva bíblica serán los próximos motivos de reflexión de esta serie.
Continuará
Si quieres comentar o