Como botón de muestra, aquí van algunos datos que las instituciones oficiales han ofrecido durante este año 2006: Según el Ministerio de Sanidad, el consumo adolescente (de 14 a 18 años) de cocaína se ha multiplicado por cuatro en los últimos 10 años. Fijémonos en que no estamos ante un incremento del 3 o el 8%, sino ante un aumento del 300% en tan sólo una década. En la misma línea, y según la ONU, este consumo de cocaína en nuestro país ya es casi el doble que la media europea.
Era esta misma semana cuando en un reportaje se alertaba del auge de las borracheras entre niños de doce años. Podríamos también hablar del consumo de otras drogas para constatar la evidente relación que existe entre estos hechos y el
nuevo ocio enfocado en el disfrute a través de agresiones físicas y psicológicas hacia otros o mediante el vandalismo callejero. Otro ejemplo de esta ausencia de tolerancia y sentido es la actitud hacia las ideas diferentes a las nuestras, en especial hacia las políticas y religiosas, pues
el abucheo y el boicot, cuando no agresión, en conferencias –por concretar–, ya es casi una nueva actividad extraescolar en las universidades españolas.
Pero según estoy escribiendo el presente artículo me doy cuenta de que la situación es tan conocida por todos que apenas estoy aportando nada nuevo, ¿verdad? Pues lo dejo aquí. No quiero perpetuar el aburrimiento informativo dando más datos sobre la pérdida de autoridad de los profesores, ausencia de límites en los niños, el aumento de los abortos,
bullings varios o sobre la perdida de aquel “
respeto a los mayores” del que se habla en la serie
de TV
Cuéntame.
Se dice que la primera culpa de todo esto la tenemos los adultos. Cierto. Este verano, una ONG madrileña dirigida por un grupo de jóvenes evangélicos organizaba un campamento de verano para los niños del barrio en donde se ubica. La visión de esta entidad cristiana engloba el apoyo escolar para niños con alto riesgo de fracaso escolar, así como plantea una propuesta de ocio alternativo, saludable, basado en valores cívicos de protección ante el mundo de las drogas y la delincuencia.
Pues bien, una voluntaria involucrada en el proyecto informaba de cómo varios de los preadolescentes que acudían a esta entidad ya dejaron de hacerlo. Ella nos contaba cómo al ver a varios de estos chicos
esquivos por la calle, se les acercó para interesarse por ellos y para preguntarles por el motivo que les había llevado a dejar las actividades de la asociación. Los jóvenes confesaron que sus padres se lo habían prohibido tras enterarse de que la entidad pertenecía –según estos padres– a
una secta. Tal historia me recordó a cómo durante mi adolescencia también algún padre que otro prohibía a su hijo que se juntara con nosotros por ser
religiosos.
Según conversábamos acerca de este suceso, alguien recordaba la reciente emisión de un programa de televisión en donde una cámara oculta realizaba un reportaje sobre uno de los múltiples campamentos
cristianos para niños que se realizan en EE.UU. Parece ser que el documental presentaba como algo escandaloso el hecho de que los niños compartieran alguna exposición bíblica con el resto de los niños o que se les hablase de Dios y de la fe cristiana. Y es que, según parece,
el fundamentar nuestras relaciones en el poder del perdón, el amor de Dios y la lucha contra ese individualismo que todos llevamos dentro, espanta a muchos padres a quienes les preocupa menos que sus hijos anden en grupos de los que apenas saben nada (excepto que no van a una iglesia) y cuyo objetivo máximo para el fin de semana quizás no sea otro que emborracharse, molestar a otros y saciar sus ansias sexuales con alguna presa fácil. Pero como esto último es más
normal que vivir acorde con el Evangelio, pues… ¡adelante! ¡qué le vamos a hacer!
No obstante, la situación es tan disparatada que la cosa va más allá del prejuicio religioso. ¿Cabe hablar de un mundo loco o no es más que una forma de idolatría del sinsentido? No son pocos los que se incomodan cuando escuchan las palabras
Dios o
Evangelio al mismo tiempo que se ríen y empatizan cuando el de al lado describe los estragos derivados de la borrachera del día anterior.
Cuenta
Pablo que el Evangelio es locura para el mundo (1ª Corintios 1, 21-13),
pero fijémonos en que el apóstol no afirma en ningún momento que el mundo esté cuerdo. El poeta alemán Heinrich Heine pensaba que
la verdadera locura quizá no fuese otra cosa que la sabiduría misma, que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, tomó la inteligente decisión de volverse loca. Eso es el Evangelio, por lo que pudiera ser que Heine no estuviese loco. O sí. Como tampoco estoy seguro de si los locos somos nosotros o si lo son quienes llaman
chalado al que sigue a Jesucristo. Sea como fuese, me uno al sensato delirio de Pedro, aquél del
“Señor, ¿a quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Juan 6, 68-69). De locos.
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