Pues algo así me ocurrió días atrás cuando trataba de recabar información acerca de conocidos músicos evangélicos de habla castellana. Al visitar el sitio Web oficial de uno de los artistas cristianos más conocidos del momento me pareció hallarme en Bélmez. La cara del músico y su nombre aparecían por todos lados. Y mientras a golpes de lúgubre ratón visitaba los recovecos de aquel rincón cibernético o mientras contemplaba las portadas de sus discos… ¡zas!, otra cara del artista bien maquillado y su nombre vuelven a tomar protagonismo… ¡Y otra cara! Mientras contemplaba tan magno espectáculo facial reparé en que me encontraba sólo en casa, motivo por el que la intranquilidad y el sudor frío me obligaron a abandonar aquel sitio en Internet para pasar página web y visitar el
official site de otro superventas de música para cristianos ¡Ingenuo de mí!… Cuando había calificado el marketing del anterior director de alabanza como
caso de expediente X… ¡¡zaaas!!, ¡¡zaaas!! y ¡zaszaszás! Nuevas manifestaciones
teleplásticas: este otro
músicopastor también opta por mostrar su cara y nombre por todos los lados.
Quizás fuese mi falta de sueño o el factor casualidad lo que me llevó hasta allí, pero a la tercera Web visitada tampoco fue la vencida y fui yo el que me di por eso, por vencido. Sabía que existen telepredicadores y pastores que acostumbran a dar la cara con mucho rostro. Había visto campañas evangelísticas en grandes ciudades en dónde se lanzaban paracaidistas con el nombre y apellido del predicador inscrito en grandes letras sobre la lona salvadora de caídas humanas. Había visto cómo dos enormes fotografías y -otra vez- un gigantesco nombre y apellido copaban un gran escenario evangelizador en mi propia ciudad, pero lo cierto es que no había tenido ninguna experiencia con algunos de los músicos eclesiásticos más conocidos de habla castellana. Como Mulder y Scully, me encontraba ante una experiencia de otro mundo, pues ni siquiera la mayoría de los grupos de música
mundanísima se ofrecen a este festín de autobombo en sus campañas promocionales. Pero lo más increíble de esta espeluznante experiencia es que, ante tal sofocón, mi propio rostro comenzaba a mutar y a deformarse al estilo
belmesiano.
Lo verdaderamente paranormal de estos sucesos es que tras esos rostros de iglesia se presupone un mensaje fundamentado en aquel Evangelio en el que Cristo es el centro de todo protagonismo y el hombre sólo un adorador. Y como si fuese un testigo más de estas mismas extrañezas, Pablo afirma que existen otros
misterios imborrables muy diferentes a las caras de Bélmez:
“No quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos” (Romanos 11, 25). Claro que el apóstol no se refiere a los enigmas de la Atlántida, ni a los manuscritos de Gandhara, ni a los OVNIS del área 51, ni a los fenómenos de Nazca. Más bien nos habla de una revelación única para los terráqueos, de aquella que afirma que
“indiscutiblemente grande es el misterio de la piedad: que Dios fue manifestado en carne, Justificado en el Espíritu, Visto de los ángeles, Predicado a los gentiles, Creído en el mundo, Recibido arriba en gloria” (1ª Timoteo 3, 16). Esto significa que
la aprehensión de los auténticos misterios de Dios es aquello que nos libra de permanecer “arrogantes en cuanto a nosotros mismos” (Romanos 11, 25). Pero lo más fascinantes de este poder sobrenatural que no viene de nosotros no es lo oculto sino lo revelado, aquello que se presenta como la mayor de las grandezas para susurrarnos el secreto de que en aquel Gólgota ya alguien dio la cara por nosotros. Y aunque no lo comprendamos del todo, sabemos que es para siempre.
“Tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica. Y si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual había de perecer, ¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu?” (2ª Corintios 3, 4-8).
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