Poco tiempo antes, el brasileño Ronaldo protagonizaba un anuncio en el que suplantaba al Cristo Redentor del Corcovado. No era la imagen de Cristo la que se elevaba sobre Río de Janeiro sino el polémico delantero del Real Madrid.
Volviendo con la campaña de
Nike, la
Advertising Standards Authority, el organismo que vela por la publicidad en Inglaterra, ya había recogido varias quejas de grupos religiosos apenas unas horas después de que el anuncio del crucificado Rooney saliese a inmolarse a las vallas publicitarias. No escribo para sumarme a las quejas de estos grupos religiosos o para rasgarme las vestiduras de marca deportiva. No. Los publicistas de estas
megacompañías saben lo que hacen. Por esta razón,
si los futbolistas convertidos en salvadores hacen más ricos a sus empresas anunciadoras no debe producirnos más escándalo que el que se produce en nuestra conciencia cuando nos percatamos de cómo anda la condición espiritual del comprador a quien estos anuncios van dirigidos ¿De qué nos salvarán estos Cristos? Aunque eso de que el hábito no hace al monje es un refrán más viejo que los monasterios, los tiempos actuales regidos por héroes de ficción como
Superficialidad lleva a repetir obviedades que nuestros abuelos parecieron superar; pues el vestirse de Mesías no te hace Mesías.
Hacerse millonario a base de darles golpes a un pedazo de cuero no tiene nada que ver con la decisión y condición de quien siendo rey se hace voluntariamente pobre sin impedir que le muelan a golpes con pedazos de cuero. No es lo mismo, pues a pesar de que “
la pelota ríe, radiante, en el aire. El [futbolista] la baja, la duerme, la piropea, la baila, y viendo esas cosas jamás vistas sus adoradores sienten piedad por sus nietos aún no nacidos, que no las verán. Pero el ídolo es ídolo por un rato nomás, humana eternidad, cosa de nada; y cuando al pie de oro le llega la hora de la mala pata, la estrella ha concluido su viaje desde el fulgor hasta el apagón. Está ese cuerpo con más remiendos que traje de payaso, y ya el acróbata es un paralítico, el artista una bestia” (Galeano). Vanidad de vanidades, que diría el autor de Eclesiastés.
Junto a la imagen del delantero inglés ensangrentado aparece el lema de Nike:
Just do it (¡Hazlo!). Pero, ¿Qué hay que hacer? A mí este eslogan me recuerda las palabras de Jesús dirigidas a Judas cuando momentos antes de su traición le dice aquello de
“lo que vas a hacer, hazlo ya” (Juan 13, 27). Y es que
quien se deja impresionar por los anticristos del marketing, del deporte, del trabajo, del ego, del dinero, de la reputación, del sexo, del ocio o de la indiferencia, se traiciona así mismo y deja de aspirar a aquella grandeza preparada para él por el Dios que le ha creado.
Ver estas publicidades que adrede pretenden crear una polémica
religiosa que permita la expansión mediática de su producto no debería estremecer a quien confía en Cristo. Más bien debería compungir a quien confía en que un chándal
made in Indonesia le proporcionará un estatus mayor o vaya usted a saber qué cosa. Estas propagandas son el claro reflejo de la triste luz que pretende alumbra los anhelos, motivaciones, referentes, techos y sueños de muchos jóvenes y no tan jóvenes.
La inversión de millones de euros para ondear la imagen de Cristos pichichis pone en evidencia a mucha gente, pero no a los hijos de Dios, ni al Evangelio ni, aún menos, al Jesús que murió por los pecados del mundo. Son los adoradores-compradores paganos quienes deberían ofenderse ante el ofrecimiento sin alternativa de frágilísimos ídolos mundanos, y no quienes pueden decir: “yo sé a quién he creído” (2ª Timoteo 2, 12).
Si quieres comentar o