Sobre gustos hay mucho escrito, aunque normalmente con poco consenso; pero qué duda cabe de que las cifras demuestran que, para muchos oídos, este álbum de monjes afincados en Cataluña suena bien.
Por supuesto, los mantras que se cantan en el disco no se interpretan de igual modo en la cotidianidad interna del monasterio, de la misma forma que si usted camina por sus pasillos lo más probable es que a usted no le cante la sensual vocalista que interpreta el primer single del álbum:
My spirit flies to you (Mi espíritu vuela hacia ti).
La atractiva percepción del budismo que habitualmente se allega al hedonista Occidente suele distar de la austera realidad intrínseca al budismo monacal. El estribillo del primer éxito del álbum recoge bellos e indeterminados cánticos para el oyente común:
“Mira la luz sobre mí, siendo buscada por muchos años, mi espíritu vuela ahora hacia ti […]; puedes perder tu miedo, puedes cambiar tu vida”.
No hace mucho tiempo que asistí a un concierto de la banda de pop-rock Coldplay. Impactaba observar a los más de quince mil asistentes emocionados y mechero en alto mientras coreaban el estribillo de la canción
Fix you, el tema que habla de que en los momentos en los que lloramos y todo va mal puedes contar con que
“las luces te guiarán a casa, las luces te guiarán…”.
¿Y cuáles son las luces de estas y otras canciones tan tarareadas? En el caso de los temas de
Sakya Tashi Ling, ellos afirman que esa luz se halla en el interior de uno mismo, motivo por el que los monjes desean que su disco
“ojalá sirva para ayudar al crecimiento, a contactar con uno mismo, a evolucionar”. Por otro lado,
a la luz guiadora de la que habla Coldplay le ocurre lo mismo que a otras muchas de las apelaciones a la luz o la libertad que se hacen desde el arte: permanecen desconcertantemente indefinidas.
Estas letras, cuando están acompañadas de una composición musical comercial y/o de alta calidad suelen obtener éxito, pues consiguen contactar con la universalidad de los oyentes y conectar con
“la eternidad que Dios ha puesto en el corazón de los hombres” (Eclesiastés 3,11). En palabras del novelista libanés Khalil Gibran, lo que estos compositores saben es que
“en el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante”.
Sin embargo,
muchos de estos exitosos himnos son una especie de frustrante canto al absurdo; se habla de una luz, de una guía que libera, pero no se sabe de dónde leches viene esa luz. Se canta sin saber bien qué o quién es esa fuente libertadora al mismo tiempo que anhelamos libertad y respuestas definitivas. Sin embargo, parece que cada vez son más quienes se resignan a aceptar que no hay más luz ni más cera que la que arde, viviendo como fundamentados en una desangrentada intuición que susurra que ya no hay nada trascendente en lo que aferrarse. Han asumido que no hay nada ni nadie que les haga volar.
Una música pegadiza en clave comercial, espiritual y ambigua como los temas de los budistas mencionados puede conquistar a muchos individuos que desean disfrutar de temas chill que inviten al sosiego y la meditación. Quizás se podría haber intentado comercializar en España algún trabajo
chill out de inspiración cristiana, pues para mí fue una grata sorpresa el poder descubrir la calidad de un álbum como
Lounge worship de GMI Music, un trabajo
de iglesia que supera en calidad a la mayor parte de los
álbumes
chill out que encontramos en cualquier sección de discos de las grandes tiendas. Sin embargo, el mero hecho de que aparezca la palabra Jesús en estos cánticos ya es motivo de rechazo para muchos compradores. Quieren una luz, pero no a Jesús.
Con todo, no es cierto que muchos individuos asuman sin más las tesis orientalistas que afirman que todos somos estupendos y maravillosos y que podemos encontrar las respuestas a nuestra patente insatisfacción dentro de nosotros. En este sentido, cuando uno rechaza la hipotética luz interior así como cualquier faro que venga de fuera, cabría preguntarse: ¿a qué Jesús rechazan?
El Jesús que los ibéricos conocen por tradición es un Jesús oscuro, con más sombras que luces y al que pocos le otorgan la posibilidad real de constituirse en la respuesta eterna a la necesidad de vida real. ¿Quién quiere volar hacia un Cristo perennemente sangriento y con intenciones castigadoras y de remoción de culpa? Ante este panorama no es difícil entender que a muchos les suenen mejor las extrañas luces de no sé dónde y los viajes espirituales a vaya usted a saber.
La idea de un Dios altísimo al que nos acercamos para aplacar su ávido deseo de alabanza es una caricatura mucho más vil que la que pueda ilustrar cualquier periódico danés. El Dios de los evangelios es mucho más humanista de lo que algunos mitómanos piensan. De hecho, es un Dios totalmente humanista que no desea nada más para sus hijos que lo mejor para cada uno, lo mejor y lo más auténtico para cada uno de nosotros porque es ÉL quien mejor nos conoce. Esa es la revelación y su luz.
Quien decide acercarse al Cristo resucitado de la Biblia sin temores y sin prejuicios acaba dándose cuenta de que ese Cristo es más realista que aquellos que piensan en hipotéticas soluciones dentro de uno mismo.
Para ese Jesús, la respuesta está fuera y es Él mismo. La religión, las respuestas incompletas y los cantos a la nada se despedazan ante la radicalidad de quien se presenta a sí mismo como La Luz de luces, quien ha venido al mundo para que todo aquel que cree en Él no permanezca en tinieblas (Juan 12, 46). Quien todavía admite que hay oscuridad dentro de sí tiene aún tiempo para ser valiente y abrazar la iluminación definitiva. Mientras no se ponga el sol por última vez hay tiempo de volar.
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