Tan sólo pensar en que ETA pueda dejar de sembrar el pánico definitivamente es algo sumamente emocionante y esperanzador para quienes perseguimos la paz y el rechazo de cualquier uso de la violencia.
Pero dicho esto y aunque sea una perogrullada, nadie puede obviar que una negociación implica la concesión de peticiones a los terroristas por parte del gobierno.
Yendo un poco más lejos y en el caso de que el gobierno de España cediese ante ciertas demandas de los terroristas cabe preguntarse: ¿se acabaría por fin el terror? ¿Estaríamos ante una paz verdadera? Teniendo en cuenta el perfil psicológico de muchos terroristas no son pocos quienes dudan de que todos los etarras pudieran asumir un estatus definitivo sin violencia incluso en el supuesto de que Euskadi llegase a constituirse como nación independiente.
Irene Villa, conocida víctima de ETA, plantea esta sospecha de forma retórica:
“¿realmente puede alguien creer que consintiendo a un terrorista lo que pida se logrará la paz?”. Proudhon también fue categórico al afirmar que
“la paz obtenida en la punta de la espada, no es más que una tregua”, una opinión que se basa en la desconfianza hacia el hacedor de mal que no se arrepiente y que pareciera hacerse eco del profeta Isaías cuando exclama que
“los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo. No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos” (Isaías 57, 20-21).
FUTURO
Algunos de quienes comparten la necesidad de una negociación con ETA han llegado a mencionar la obligatoriedad cristiana del perdón y la necesidad de mirar hacia un futuro sin violencia. Pero
es precisamente el futuro lo que más pudiera oscurecerse si se opta por una paz condicionada y fruto del chantaje, pues entonces la sociedad habrá entendido que sembrar el pánico es una moneda de cambio válida. Pudiera ocurrir entonces que si, por ejemplo, un grupo de murcianos considerase que desde el Estado se les deriva poca agua a su Comunidad Autónoma desde los trasvases, quizás a partir del precedente de las concesiones a terroristas pudiera ocurrírseles la idea ir mutilar a ciudadanos de otras comunidades hasta que el Estado les envíe más agua. ¿O acaso el agua es un tema menos importante que la autodeterminación política? Quizás pudiéramos encontrarnos con que un grupo de jubilados de Menorca que decide abusar sexualmente a niños hasta que se les suba la pensión un 250%, pues llegar a fin de mes tampoco es un tema baladí. Y es que no podemos obviar que decirle al terror que sí, aunque sea en parte, es abrir la Caja de Pandora.
PERDÓN
Como cristianos, al hablar de perdonar a asesinos y extorsionadores no podemos soslayar la grandeza de esa gracia de Dios que sorprende al más pintado, pues no deja de ser insólito que
el Dios de la Biblia se ofrezca para perdonar los pecados de un asesino arrepentido y regalarle la vida eterna.
“Deje el impío su camino y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Isaías 55, 7). Es escandaloso, pero es que el escándalo es bendita esencia de la gracia de Cristo, aquél quien nos señala a todos como rebeldes y nos insta a depositar nuestras armas ante la cruz del Gólgota, ya sean armas de matar, de indiferencia o de cualquier otra rebelión.
Sin embargo, el caso que se debate en estas líneas no tiene nada que ver con el perdón para los arrepentidos porque sencillamente no existe tal arrepentimiento. El modo en el que la Escritura habla de los hacedores de injusticia que no reconocen su pecado no es precisamente desde una perspectiva de negociación y de concesiones. Uno de los ejemplos más suaves al respecto pudiera ser el proverbio que nos aconseja
“apartar al impío de la presencia del rey, para que así su trono se afirme en justicia” (Proverbios 25, 5). No olvidemos que
el amor a los enemigos –quizás la premisa más delirante del cristianismo- consiste en la sobrenatural tarea de buscar y desear para quien nos detesta aquello que más le conviene, una actitud que no deja de ser incompatible con la justificación del pecado o con ir echando gasolina junto al que prende fuego a los bosques.
Orar y esforzarnos en pos de la paz y la justicia social no es poca cosa, pero no puede relegar la radicalidad final de nuestro legado y que consiste en un Evangelio que nos revela que no hay paz definitiva ni plenamente real fuera del creador de la paz, o como se dice en la canción del grupo U2 -
Sunday Bloody Sunday- y compuesta para recordar la matanza de un atentado terrorista:
“La verdadera batalla acaba de comenzar para proclamar la victoria que Jesús ya ganó”. Esa es la final de las respuestas, la paz definitiva. Todo lo demás hay que ponderarlo con cuidarlo. Que Dios nos ayude.
’No hay camino para la paz, la paz es el camino'
Mahatma Gandhi
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