Por supuesto que el hecho de que estos comentarios no me parezcan rigurosos no ha de servir como coartada para no
hacer más autocrítica como Iglesia en España y no estar atentos ante cualquier cambio necesario. Sin duda, el crecimiento numérico de la iglesia cristiana en África, Latinoamérica o países como Corea del Sur y China contrasta por antagónico con lo que sucede actualmente en Europa. Los datos son diferentes y, por supuesto, no se puede negar que muchas iglesias crecen gracias a una gran pasión por la oración, la predicación, el amor, la rigurosidad, la coherencia bíblica y, sobre todo, gracias a que han recibido de Dios esa gracia. Pero nada de esto debería esconder el hecho de que, como fórmula científica, la relación matemática entre el número de conversos y la
calidad o santidad cristiana es en sí misma una peligrosa falacia.
El
primer argumento que desborda la supuesta superioridad espiritual inherente a las comunidades cristianas que más crecen es que, por ejemplo, cuando los misioneros de estos países
avivados llegan a España, por norma general, las iglesias que pretenden establecer en nuestro país no reciben mareas humanas de nuevos españoles convertidos de todas las edades y trasfondos. Quizás en sus países de origen las congregaciones acogían cientos de nuevos creyentes cada año, pero cuando llegan a España no sucede igual. Incluso en muchos casos, son menos los españoles que llegan a iglesias dirigidas exclusivamente por misioneros que los que se acercan otras congregaciones donde españoles y extranjeros colaboran juntos. Si fuese cierto que en otros países las iglesias crecen simplemente porque allí los cristianos son más sensibles al Espíritu Santo,
¿por qué las iglesias abiertas en España por misioneros no suelen obtener aquí los mismos resultados numéricos que en sus países de procedencia? Tal circunstancia ya desmonta el burdo error de relacionar por defecto la
calidad con la cantidad.
Al margen de lo que ahora vemos, esta equívoca relación tampoco se ajusta con
lo que relatan las Escrituras . Un ejemplo ilustrativo de esta falacia es el caso de Noé, de quien dice la Biblia que era “
varón justo, perfecto en sus generaciones… con quien Dios caminaba ” (Génesis 6, 9) y quien “
hizo conforme a todo lo que le mandó Yavé ” (7, 5). Sin duda, Noé era un gran hombre de Dios.
Tras estos calificativos de hombre santo, el autor del Génesis nos informa de que “
era Noé de seiscientos años cuando el diluvio de las aguas vino sobre la tierra ” (7, 6). Como todos sabemos, si exceptuamos a la familia más directa de Noé, ni una sola persona de su generación se entregó a Dios. Seis siglos de vida (¡más de medio milenio!), una existencia más larga que el periodo que comprende desde el descubrimiento de América hasta la llegada del hombre a la Luna (¡y nos sobraría todavía un siglo!)… Pero…, ¿cuál fue el
resultado numérico de la santidad e influencia del testimonio de Noé en su tiempo? ¡Cero convertidos en su generación! Cero. ¿Y qué hizo tan rematadamente mal el santo Noé para llegar a los seis siglos sin apenas influenciar positivamente?... ¡Nada malo en especial! Pues la decisión última y libre para acercarse a Dios no la tenía Noé, sino quienes les escuchaban.
En este sentido,
las épocas, contextos y circunstancias marcan a las sociedades con connotaciones especiales en lo referente al grado de aceptación del Evangelio . Si Adán y Eva decidieron dar la espalda a un Dios con el que hablaban y paseaban, ¿no puede suceder lo mismo con culturas y naciones que ni andan ni ven a Dios? Si el mismo Dios se quedó sin “miembros en su Iglesia” tras la rebeldía del árbol del Edén, ¿¡qué no nos puede pasar a nosotros!?
A los casos de Noé se pueden sumar otros, como los de Lot en Sodoma y Gomorra o quizás las vivencias del profeta Jeremías, a quien a menudo no le hacía caso ni
el Tato . Por no citar al propio Jesús, quién “
comenzó a reprender a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido ” (Mateo 11, 20). Como vemos, la propia Biblia sacude de un plumazo las tesis modernas del
merchandising espiritual .
Percatarse de esta realidad debería servir también para que los hermanos inmersos en avivamientos regionales fuesen más conscientes del peligro que también supone el vivir dentro de una euforia dificultadora de la autocrítica y propensa a tentarles con falta de rigor, envanecimiento y orgullo espiritual . Y es que todo en este mundo debe ser vigilado.
Abriendo ahora otra perspectiva diferente del mismo asunto, pregunto: ¿y cuántas iglesias están creciendo a base de arrinconar principios bíblicos menos
atractivos de cara a las masas? Este asunto lo dejo ya para el siguiente artículo, que ya he escrito mucho… Y lo mucho no siempre es bueno.
Continuará… ‘Entonces [Jesús] comenzó a reprender a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido.'
( Mateo 11:20 )
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