La obra de Tim Rice y Andrew Lloyd Webber es anterior a la película que hace Norman Jewison en 1973 (el mismo año de
Godspell, otro musical supuestamente basado en el
Evangelio según Mateo, pero adaptado a la cultura
hippy en las calles de Nueva York). El
film está rodado en Israel, donde los actores aparecen como turistas repitiendo la historia del Evangelio en términos contemporáneos. Eso es lo que pretende también el montaje de Stephen Rayne, que ahora se representa en Madrid. Intenta sobre todo reflejar la estética juvenil actual, que ha cambiado mucho desde que la época en que se estrenó la obra en Nueva York en 1971.
Su protagonista tampoco es Camilo Sesto, que hizo el personaje de Jesús en 1975, sino un chaval llamado Miquel Fernández, que acaba de cruzar la calle donde está el teatro, la Gran Vía, para protagonizar el musical de la competencia, que rememora los días de “la movida” madrileña con las canciones del grupo
Mecano en los años ochenta. La Magdalena no es Ángela Carrasco, sino una chica que se llama Lorena Calero; ni Judas es el canario Teddy Bautista, actual presidente de la
Sociedad General de Autores, sino un catalán llamado Ignasi Vidal.
ENTONCES Y HOY
La obra volvió en los años ochenta con Pablo Abraira, Estíbaliz y Pedro Ruy Blas, todos ellos populares cantantes de la época del
Superstar, pero España ya no giraba en torno a la iglesia católica como en tiempos pasados. El contraste no era tan grande como en los setenta, cuando en Italia los obispos apreciaban ciertos aspectos del espectáculo, mientras en Madrid los
Guerrilleros de Cristo Rey, comandados por Mariano
Sánchez Covisa,
arremetían contra las carteleras de la película, rajándolas y arrojando botes de pintura negra en las pantallas del cine de Luchana, que se atrevió a estrenar la película. La policía vestía entonces de gris, aunque cargaba ya contra ellos, a pesar de las acusaciones de blasfemia y manifestaciones en contra…
Releo estos días de Semana Santa un interesante librito, que escribió en aquella época el señor Grau, con el mismo título de este artículo, publicado en Barcelona por
Ediciones Evangélicas Europeas en 1973. En su interior encuentro un calendario como marcador del
Centro de Literatura Cristiano, hecho en 1973 por la librería que tenían mis padres, justo delante del teatro donde ahora se representa el
Superstar, en plena Gran Vía, que entonces se llamaba Avenida José Antonio. Aunque sólo el primer capítulo está dedicado al
Superstar, me asombra que el señor Grau cita literalmente del texto del libreto original en inglés. Su rigor va acompañado de una extraordinaria claridad, que mira la actualidad desde la perspectiva eterna del Evangelio...
¿SUPERSTAR O SUPERMERCADO?
No me resisto a repetir el título del capítulo del primer capítulo del libro de Grau, que nos habla de cómo “el profeta de Nazaret vuelve a estar de moda entre ciertos sectores de la juventud”, pero “aprovechando esta repentina afición por lo religioso, hay quien está haciendo negocio”. La revista
Christianity Today tenía también un magnífico titular: “La historia más grande jamás vendida”, jugando con el nombre de la película de George Stevens,
La historia más grande jamás contada. (1965). Aunque como el señor Grau nos recuerda, “la distorsión de los valores religiosos en aras del mercantilismo no es un invento de nuestro siglo”…
El Evangelio según Juan nos muestra a Jesús subiendo a Jerusalén, cuando se encuentra que en el templo se venden bueyes, ovejas y palomas, para el servicio del culto. Jesús arremete contra vendedores y cambistas, diciendo: “Quitad de aquí esto y no hagáis la casa de mi Padre casa de mercado” (2:13-16). Porque ¿quién es el Jesús de este espectáculo? Desde luego, no el Jesús de la Historia. Su conciencia de deidad es borrada, su humanidad distorsionada, su sacrificio redentor ignorado y la resurrección silenciada. Los símbolos religiosos actúan como una pantalla de humo, para ocultar el relato evangélico con ciertas frases e imágenes cristianas…
¿QUIÉN DECÍS QUE SOY?
Hay mucha gente todavía en España que tiene un ligero conocimiento de la Historia del Evangelio, pero en sus mentes el nombre de Jesús ya se confunde con novelas y películas, que unidas a la iconografía religiosa de estampitas y procesiones, impiden que el espectador pueda discernir claramente entre la distorsión y la realidad. El Jesús de este espectáculo se dirige a la cruz sin saber por qué. Es alguien inseguro y lleno de dudas. La Magdalena sufre enamorada y Judas se convierte en un nuevo antihéroe. “¿Qué es la verdad?”, pregunta Pilato…
Lo que falta en esta ópera-rock, dice Grau, es la afirmación central del cristianismo. No hay un Dios triunfante y victorioso sobre la muerte, que resucita al tercer día, sino alguien que solamente puede compartir nuestras debilidades. ¿Por qué ejerce tal atracción el
Superstar?, se pregunta el libro: ¿Por qué señala al Único que compartió nuestros problemas y nuestra debilidad, conquistándolos y salvándonos?
¿No será más bien porque en esta obra hallamos a un pequeño dios que no sólo compartió nuestras tentaciones, sino también nuestra tendencia a sucumbir bajo ellas? Alguien que padece nuestras vacilaciones y dudas, acerca del triunfo final sobre la debilidad y el mal. ¡Gracias a Dios!, Él ha vencido la batalla por medio de Cristo, en esa cruz, que está ahora vacía ¡Sólo la Verdad nos hará libres! (Jn. 8:32).
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