En la versión americana, la inocencia del cura (interpretado por Tom Wilkinson) no queda del todo clara. La película alemana contrasta sin embargo el escepticismo del anciano párroco de Micaela, con
el fanatismo del cura exorcista, que convierte a la chica en una víctima de la ignorancia religiosa. Su muerte fue para algunos, culpa del agotamiento que producía el medicamento que los doctores le suministraban; y para otros, responsabilidad del sacerdote, que la dejó aislada, sin alimentación ni cuidado sanitario durante demasiado tiempo.
En la película de Derrickson,
el cura es defendido por una abogada (representada por la maravillosa actriz neoyorquina Laura Linney), cuyo agnosticismo contrasta con la racionalidad del fiscal metodista, cuya fe no le impide denunciar el exorcismo como una superstición irracional. La fe es mostrada así en toda su complejidad, evitando los estereotipos que Hollywood suele utilizar para presentar a los creyentes. La obra de Schmid se centra más en el personaje de Anneliese (llamada aquí Micaela Klinger), una joven epiléptica que vive sus primeras experiencias en la Universidad, alejada de su estricta familia católica, en plena década de los setenta.
Si
El exorcismo de Emily Rose se presenta en la publicidad como una cinta de terror,
Réquiem es claramente un drama. No estamos ante una nueva versión de
El Exorcista. Sólo en el último cuarto de hora comienza a hablarse de exorcismo, y éste nunca aparece en escena.
Schmid nos presenta la brutal tragedia de una chica que desconoce su enfermedad. Al dejar de tomar su medicación, sufre alucinaciones y ataques epilépticos, que la familia interpreta como una posesión demoníaca. La película nos muestra el choque entre religión y ciencia.
EL MISTERIO DEL MAL
Desde la Ilustración, el pensamiento occidental se ha visto dominado por una visión del mundo que no acepta lo sobrenatural. La creencia en realidades espirituales se ve así como un vestigio de una superstición primitiva, que no tiene lugar en el mundo moderno.
El problema es que la existencia de seres espirituales no puede ser probada por métodos científicos. Cuando se mantiene una visión mecanicista del universo, todo se atribuye a causas naturales. No hay lugar entonces para creer en ángeles o demonios. Pero el hombre sigue perplejo ante el misterio del mal.
¿Cómo explicar el poder del mal en el mundo? ¿Se debe solamente a la perversidad humana? El más serio problema filosófico para creer en un Dios bueno y todopoderoso es el problema del mal. Esa es la pregunta que se hace Job en la
Biblia. Y la respuesta apunta desde sus primeras páginas a un espíritu rebelde a Dios, cuya esencia es la maldad. Ya que Dios no es el autor del mal, sino Satanás, la figura que aparece en
Génesis 3 como una serpiente que habla con astutas palabras, poniendo en duda la bondad de Dios. Es la criatura que juzga a su Creador, sembrando dudas sobre su justicia y benevolencia.
La serpiente dice en el Edén que si el hombre come del fruto prohibido, no morirá. Así que cuando Adán y Eva lo hacen, sin morir a continuación. Parece que han descubierto la verdad. Se les han abierto los ojos (v. 7). Pero las cosas no son como parecen. Al intentar ser como Dios, la criatura se independiza del Creador. Desde ese momento nos hemos arrogado el derecho a decidir por nosotros mismos qué es lo mejor para nosotros. Ya no hay bien, ni mal, sino lo que a nosotros nos convenga. Los resultados son ahora evidentes. Así que el problema del mal no es de Dios, sino nuestro.
EXORCISTAS Y EXORCISMOS
¿Cómo lograr así exorcizar nuestros demonios? El exorcismo está tan arraígado en la cultural natural del hombre como el animismo. Ya entre los babilonios y asirios encontramos una serie de técnicas consistentes en recitar conjuros relacionados con ciertos objetos (atando, por ejemplo, un hilo blanco y otro negro a la cama de la víctima, mientras se invoca al espíritu del cielo y de la tierra). Así los budistas tibetanos usan una trompeta hecha con un fémur humano para sus ritos. Los sacerdotes taoístas emplean amuletos, y entre los musulmanes es especialmente conocida la mano de Fátima (que representa la sagrada familia de Islam).
En el judaísmo, el
Talmud y la
Midrash incluyen libros como los de
Los Jubileos, donde un ángel da a Noé hierbas secretas contra los demonios, que pasa luego a su hijo mayor, Sem (10:10-14). O el arcángel Miguel revela cierto nombre esotérico como protección (69:14-15). Así en el libro apócrifo, para los judíos, de
Tobías, se quema el hígado y el corazón de un pez con incienso, expulsando un demonio por los aires hacía Egipto (8:1-3). Los libros
canónicos del
Antiguo Testamento, no contienen sin embargo ningún procedimiento exorcista.
Satanás aparece en la Escritura como "el príncipe de este mundo" (Juan 14:30; 16:11). ¿Significa eso que el diablo tiene autoridad sobre los hombres? Puede dar esa impresión al leer estos textos que hacen pensar que Satanás ha recibido este poder tras la caída del hombre en el Edén (
Génesis 3), ya que le promete también a Cristo los reinos de este mundo cuando es tentado en el desierto. Pero el cuadro bíblico es bastante diferente: Adán tenía a su cargo la creación, pero nunca fue señor de ella, por lo que ninguna autoridad se podía traspasar del hombre a Satanás tras la Caída. Si el hombre está bajo el dominio de Satanás es sólo a causa del pecado (
Hechos 26:18), que le hace cautivo en su rebelión (
Colosenses 1:13).
El exorcismo en el Nuevo Testamento no está basado en un ritual, sino en la proclamación del mensaje de salvación en Cristo, acompañado por la oración que sabe que no hay expulsión de Satanás sin venir a Cristo (
Juan 12:31-32). Es por la
obediencia de la fe, que el hombre deja de rebelarse contra Dios y recibe la victoria que Cristo ha obtenido en la cruz (
Colosenses 2:14-15),
atando al hombre fuerte y saqueando su casa (
Marcos 3:27).
Al vencer sobre el poder del mal, la única relación que tenemos con Satanás, que es nuestra culpa (1 Juan 3:8-10), queda rota al confiar que por su muerte somos libres del pecado por el sacrificio que Él ha hecho en nuestro lugar. Satanás entonces ya no tiene más dominio sobre el creyente (1 Juan 4:4; 5:18).
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