Las dificultades de la oposición católica y los innumerables frentes a combatir no impedían que la literatura y las Escrituras se difundieran incesantemente. Entre las iniciativas de Vallespinosa estaban los depósitos de literatura evangélica que fue estableciendo en las librerías de la ciudad.
La Librería Española, situada en las Ramblas, la Librería Ginesta, situada en Jaime y y la Librería Gilast en la calle Escudellers. También tenía un puesto de libros en la Plaza San Sebastián y abrió una librería en la calle Robador que regentaba Francesc Sendra, primo de Vallespinosa. Los miembros de la congregación se habían ofrecido desinteresadamente a distribuir folletos gratuitos entre amistades y conocidos, y en la feria de Santa Lucía instalaron un kiosco en la plaza San Jaime, entonces Constitución.
Todos estos lugares dispuestos a la distribución hicieron que solo en tres días de feria se repartiesen 100.000 libros y tratados, cuyos precios eran tan baratos que no alcanzaban para pagar el papel.
Las biblias que vendían los católicos valían 120 reales y las de los evangélicos 12 reales, pero además eran biblias encuadernadas y no en rústica como los católicos.
La procedencia de esta literatura era la clásica de entonces, pues la
Sociedad Bíblica Británica y Extranjera de Londres producía las, Biblias, Nuevos Testamentos y Evangelios; la
Sociedad de Tratados Religiosos de Londres, producía los tratados, himnarios y libros litúrgicos; la
Sociedad de Edimburgo para la Evangelización de España y la
Sociedad Americana de Tratados Religiosos de Nueva York, producían de todo.
Los panfletos y hojas volantes las imprimía Vallespinosa en la imprenta de Fiol y Barnadas y también a través de la
Irish Church Misiones to the Roman Catholics. Vallespinosa ya no edita la Biblia de Scío ni la de Amat, sacerdotes católicos, sino la de Reina-Valera que ya no tenía los libros apócrifos.
Sobre los tratados de carácter apologéticos eran los que se venían repartiendo por Rule, como
El preservativo contra Roma, La Tradición, Andrés Dunn, y otros sobre el purgatorio, imágenes o el Papa.
Uno de los aparecidos entre las novedades era
Falsedad del poder espiritual del Papa de
Manuel Núñez de Prado, colaborador de Vallespinosa en Barcelona. Es Núñez de Prado, licenciado en teología en el seminario protestante de Ginebra y autor de esta obra que además contiene
El Clero su origen sus vicios y sus crímenes : historia de los sacerdotes de todas las religiones/ por Joaquín M. B. -- Barcelona : Establecimiento Tipográfico editorial de Luis. Conferencia pronunciada en Barcelona el 15 de julio de 1869
EL ECO PROTESTANTE, ÁREA SANITARIA Y ESCUELAS
El Eco protestantenació con el propósito de informar sobre las actividades de la congregación, de los avances del protestantismo en España y como otra literatura evangélica más para distribuir. Aparecieron veintiséis números entre junio de 1869 y febrero de 1870, siendo suspendida la publicación por falta de medios económicos.
La administración de la revista estaba a cargo de
Augusto Denuc y de
Eduardo Gilast, librero de la calle de los Escudellers, estando la dirección y
redacción a cargo de Vallespinosa. Dice Solá que en realidad la responsabilidad era toda de Vallespinosa, quien sólo contaba con la colaboración esporádica de
Núñez de Prado, autor de algunos artículos de opinión, pero todo el resto, era firmado por Vallespinosa quien colaboraba hasta en la impresión de la revista.
El Eco protestantese distribuía por subscripción y mediante la venta en las librerías y quioscos. También era divulgado por algunos niños de la congregación en venta ambulante por las calles de la ciudad. Su contenido mayoritario eran artículos de controversia, según iban apareciendo las diversas polémicas surgidas en la fricción con el catolicismo como podía ser la refutación de la pastoral del obispo Morgades.
En cuanto la enseñanza y educación en las escuelas, el catolicismo continuó deteniendo el progreso educativo con su tradicional influencia, pero la sociedad demandaba una mayor libertad de elección por lo que Vallespinosa deseando que al menos los miembros de su congregación no estuviesen bajo el influjo moral del clericalismo se decidió a fundar una escuela y una mutua de asistencia sanitaria con carácter evangélico.
Había sin duda una causa mayor y no era otra la continua discriminación de los niños de padres protestantes tanto en la escuela o la sanidad, como en las actividades de la vida diaria, teniendo que buscar muchos de ellos profesiones liberales para subsistir.
La escuela fue instalada en el local del culto, con Vallespinosa de director y de maestros Ángel Redondo y Carmen Torra. La matrícula era gratuita, con el fin de atraer a las clases más necesitadas, pero la calidad era similar a las demás escuelas de entonces. En este caso la enseñanza era más conveniente a las necesidades de la clase obrera, como lectura, escritura, aritmética y poco más.
A los diez años sabían lo necesario para defenderse en la vida. Para las niñas seguían el mismo método práctico que con los niños pero además se les enseñaba hacer calceta y coser. Los domingos Vallespinosa organizó una especie de catequesis para recalcar las enseñanzas religiosas enseñadas durante la semana.
No solo dirigió y supervisó Vallespinosa la escuela instalada en el local de cultos, sino hizo lo mismo con la escuela del protestante Josep Agustí Forner que regentaba una academia en la barriada de la Barceloneta.
Dice Vallespinosa: "puso su escuela a mi disposición, y prometí desde aquella fecha ayudarle con seis duros mensuales, de lo que quedo satisfecho. Mandéle el mismo día una porción de Nuevos Testamentos, cuya lectura debía ser la de su escuela. Todas las semanas iba yo a dar instrucción evangélica a sus discípulos, del mismo modo que lo hacía en la otra escuela de Barcelona”.
La sociedad de auxilios era similar a las hermandades católicas y la formaban los miembros de la congregación comprendidos entre 16 y 60 años, abonando una cuota mensual, para cubrir una indemnización diaria de 10 reales en caso de enfermedad y baja laboral.
Ángel Redondo fue elegido presidente y secretario de la sociedad, mientras
Clemente Nava ejercía las labores de médico, aunque era farmacéutico.
Si se desconoce el número de alumnos matriculados, sabemos sin embargo el número de afiliados a la mutua que era de unos ochenta hombres y una treintena de mujeres, aunque bastantes miembros de la congregación que no tenían recursos quedaron ajenos a la sociedad.
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