Aunque el alcalde no diese importancia a sus creencias para poder ejercer la Veterinaria con rigor científico, si le importaría a los inquisidores locales y los curas desde el púlpito, quienes insistentemente denunciaron ante el alcalde y la Guardia Civil para que fuese destituido. Presionaron hasta a la misma esposa del alcalde que también era muy católica, pero declinó intervenir y respaldó a su marido.
También aparecieron en la guerra contra el veterinario protestante otras fuerzas que se habían visto perjudicadas por la aplicación de las leyes que afectaban a la ganadería y a la salud pública. Eran los castradores, herradores, menciñeiros, traficantes de ganado, ganaderos quejosos por las tarifas supuestamente abusivas que le acusaban de fallos en las vacunas o simplemente propalaban infundios por presuntas faltas en el ejercicio profesional. Tampoco estos lograron un número significativo de firmas para denunciar al veterinario.
Sin embargo
fueron dos párrocos los que tomaron el papel de denunciantes y -dice Cordero-,con una argumentación que refleja hasta dónde había llegado el cerrilismo de algunos clérigos, cuya mente no había pasado de la Contrarreforma del Concilio de Trento.
Una y otra vez el empecinado cura de la localidad y otros colegas suyos, organizaron una campaña de prensa contra quien practicaba “una religión contraria a la fe católica y nociva a la moral” y consiguieron que se le incoara un expediente, seguido de inmediata suspensión de empleo y sueldo, que finalmente, se resolvió acordando la
improcedencia de la denuncia presentada por el párroco.
No acabó allí el asunto, pues una comisión de curas, portando cartas de recomendación de los obispos de Astorga y de Lugo (¿Mondoñedo?), acudió al gobierno civil con la misma pretensión, recibiendo la respuesta de que las actividades del denunciado eran legítimas de acuerdo con la Constitución española entonces vigente.
Ninguna de estas maquinaciones prosperó, pero sí consiguieron minar la resistencia de Audelino, quien se confiesa harto de quienes se “cobijan en la carcomida y vieja España, impidiendo que los brotes de la nueva crezcan y nos incorporen a la Europa nueva. ¡Pobre patria mía!”, concluye”. Aunque don Audelino siempre se sintió cautivado por Galicia sobre cuyos moradores “se encuentran rasgos hispánicos admirables”.-dice-, y, ya casado, habiendo trasladado su residencia a Melliz (La Coruña), no permanecerá mucho tiempo. En Galicia su intensa actividad veterinaria podríamos resumirla en una clínica médica y quirúrgica, así como también a la parada de sementales.
En 1927 se instala en Fuentes de Ropel , cerca de Benavente (Zamora), donde no hay iglesia evangélica, pero si la había en Castrogonzalo a unos 6 kilómetros de Fuentes de Ropel donde acude siempre que las obligaciones lo permiten. En Fuentes de Ropel nacen sus hijos, Rodolfo, Ernesto, Elena y Alfredo, siguiendo su labor de predicar el Evangelio y logrando la conversión de una hija del anterior veterinario. Este expulsaría a su hija de casa, quien trasladada a Barcelona logra la conversión al Evangelio de su madre y su hermana años más tarde.
En estos años –dice Cordero- Audelino acusa el contraste del paisaje y del ejercicio profesional, pues ahora iban a ser objeto de su trabajo, más que
oporco y
a vaquiña,las mulas
,y las ovejas churras,cuando eran víctimas del
sanguiñuelo(carbunco bacteridiano) o de la viruela. Pero aquí nohabía
menciñeiros, trasgos, maleficios, saludadores ni
ensalmadores. En cambio, gran parte de los ingresos del veterinario derivaban del herrado, que practicaban por sí, o en el herradero que poseían personalmente o asociados con un herrador, situación que suponía la pervivencia de uno de los componentes esenciales de la albeitería.
Los tiempos iban cambiando y estaba en retirada la ferrocracia,contra que la que clamaba Gordón Ordás en la Semana Veterinaria, sacudiendo la modorra profesional y despertando la ilusión por una veterinaria científica.Audelino escribe en la
Semana Veterinaria,y cifra los nuevos tiempos en el abandono del pujavante y el mandil, propios del herrado, substituyéndolospor el microscopio y la bata blanca. Llama la atención hacia la cirugía, especialmente la castración, por la mejora de los resultados de quienes conocían la técnica y la prevención de infecciones y por el papel que tenía en el establecimiento de la confianza del ganadero en los saberes de los nuevos profesionales de la salud animal, como también la obstetricia y la lucha contra la esterilidad, en el primero de cuyos campos los intrusos tenían mucha actividad.
Su preocupación se centró también en aspectos comerciales, con carteleras de cotizaciones etc.
El entusiasmo de Audelino halla tiempo para actuar en la vida corporativa y, combinando su amor a la Veterinaria, con sus preocupaciones solidarias, participa como socio fundador del Montepío Veterinario y del Colegio de Huérfanos, para remediar las situaciones de necesidad de los colegas y de sus familias (invalidez, viudedad, orfandad, ancianidad etc), tomando la iniciativa de crear un sello con la efigie de Gordón Ordás, de aplicación voluntaria en los documentos oficiales veterinarios, cuya suerte truncó la guerra civil.
Atento a cuanto suponía perfeccionamiento profesional, se mantenía en permanente relación con la Escuela y, cuando ésta se convirtió en Facultad, se presentó al primer examen que se convocó para lograr el grado de Licenciado en Veterinaria (1949), y asistió a toda clase de cursos y cursillos de especialización. Así se hizo Diplomado en Sanidad, Especialista en Inseminación Artificial Ganadera y practicó gratuitamente las primeras inseminaciones en su partido, en su afán misionero de la ciencia, para ilustrar a los desconfiados ganaderos. Su dignidad, la seriedad de su vida y su competencia profesional fueron sus avales, de manera que fue repuesto en el escalafón del Cuerpo de Veterinarios titulares, en el que se jubiló.
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