Terminábamos la pasada semana concluyendo que
está pues claro que para poder explicar la reconciliación con Dios tenemos que acudir a la subjetividad, porque, siguiendo el argumento agustiniano, Dios habita en el interior y no en lo exterior del dogma, los ritos, los sacramentos sino en lo más interior y esencial del ser humano.
“La última palabra no la tiene el pecado, lo accidental, aquello que sobreviene al hombre, que lo domina, que no es él mismo, sino la justificación, el renacer a su realidad primera en comunión con Dios. Por eso el hombre, todo hombre, hasta el más miserable y alejado del espíritu, es asequible a lo divino, capaz de Dios, pues su naturaleza esencial no es el pecado sino la “imagen de Dios””.(Ropero Berzosa, 1999, pág. 318)
Percibir la espiritualidad de un siglo o, como pretendemos nosotros, capturar la espiritualidad de un momento concreto de ese siglo, referida a los movimientos de Reforma en España, resulta sumamente complejo.
Para G. Dumeige (
[1])hay pocos especialistas capaces de integrar los resultados de sus investigaciones puesto que
hay que pasar de las consideraciones individuales a la aplicación concreta al grupo.
Se ha de pasar de la historia de los acontecimientos a la historia interior cuyas experiencias personales son únicas.
La espiritualidad describe las motivaciones y formas de los cristianos en el devenir histórico, pero es eminentemente religiosa. José María Martínez (
[2])dice que la espiritualidad “se refiere a cuanto puede llevar al ser humano, con todas sus facultades espirituales, a una correcta relación con Dios” Es pues algo más que el cultivo del espíritu, algo más que un sentimiento o un fenómeno psicológico.
La espiritualidad suele partir de un momento de radical transformación o conversión que cambia al individuo y cambia la sociedad. Agustín de Hipona, hombre de costumbres licenciosas en su juventud, llego a ser el teólogo más sobresaliente de la antigüedad. Esto nos lleva a considerar que la espiritualidad también influye de manera determinante en la cultura. Lo religioso ha nutrido todo arte y creado pensamiento y provocado toda clase de conquistas. Escribirá J.M. Martínez: “Reúnanse esos tesoros culturales y se verá que la espiritualidad lejos de oscurecer la Ilustración, le ha proporcionado sus mayores esplendores. Se ha convertido así en uno de los tesoros inmateriales que han enriquecido a la humanidad. El repudio de la religión sería el mayor atentado contra la civilización”
Aspectos a considerar son: el Humanismo y la piedad popular. No estamos de acuerdo con el enfoque restringido que se hace al referirse a autores profundos y ortodoxos que fueron perseguidos por una Inquisición asustadiza y solo porque unos “alumbrados” se habían puesto al margen de los sacramentos y la iglesia.
Ni la Inquisición era asustadiza, ni el humanismo reformista apareció por casualidad. Esto supone ignorar el Humanismo español que además de admirar la antigüedad pagana, también destacaba las virtudes del cristianismo primitivo, retornando para ello a las fuentes bíblicas y patrísticas.
Tras este humanismo, emprendieron camino espíritus movidos por una sincera reforma que buscaba eliminar todo formalismo exterior, para volver a las profundidades del verdadero Evangelio. Esto hará que la piedad popular se transforme, buscando la base de Cristo en vez de una vida religiosa desacreditada por la superstición.
El mundo de los conversos, de algunos conventos empeñados en reformas, los alumbrados, los erasmistas y luteranos principalmente, estaba tomando aquella sociedad con su cultura y sus experiencias de la vida espiritual. Decir que la Inquisición vivía asustada por solo “unos excesos” de unos pocos alumbrados, erasmistas o luteranos, supone ignorar todos los intentos de ir reformando una sociedad intransigente con judío-conversos y moriscos, con una jerarquía corrupta que imponía su dogma por la fuerza del “brazo secular” pero que no era más que una mascarada religiosa, vacía de valores esenciales.
La piedad popular después de estos últimos años del siglo XV hasta mediados del XVI, volverá al impulso mistificador supersticioso, pero en estos años del XVI hay un florecimiento de las letras y las artes y de la espiritualidad. Después de la segunda mitad del XVI, excepto fray Luis de León, Pedro Malón de Chaidey algunos más como fray Cipriano de la Huerga, pocos autores dejarán de estar tocados de esa mística visionaria y barroca.
El culteranismo (término despectivo acuñado para esconder el “luteranismo” como extranjerizante o de no parecer luterano) convertirá a la mística en un enigma estético y preciosista, en un laberinto sin salida cuyo objetivo era la ornamentación más que el mensaje.
[1] Historia de la espiritualidad. G. Dumeige
[2] Introducción a la espiritualidad cristiana. José M. Martínez. CLIE 1997
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