Diálogo de Mercurio y Carón (2)

Los otros cristianos de nombre seguirán en la ambición, la vanagloria de la vida, en la superstición, pero el verdadero cristiano ha sido alumbrado su entendimiento para comprender el amor de Cristo hacia él. Pero el compromiso por Cristo trae problemas: “Luego me alumbró Dios el entendimiento, y conociendo ser verdadera la doctrina cristiana, me determiné de dejar todas las otras supersticiones y vicios, y ponerme a seguirla según debía y mis flacas fuerzas bastasen, aunque para ello no faltaron, de parientes y amigos, infinitas contrariedades; unos decían que me tornaba loco y otros que me quería tornar fraile, y no faltaba quien se burlase de mi. Sufríalo yo todo con paciencia por amor de Jesucristo”.

A la hora de la muerte, este cristiano verdadero no se preocupa de campanas, misas y pompa en los funerales. Este personaje valdesiano va más allá del erasmista en cuanto al rechazo a estos ritos: “Yo le dije: “Padre por amor de Dios que no me fatiguéis agora con estas cosas. Yo lo remito todo a vos, que lo hagáis como mejor os pareciere, porque yo en solo Jesucristo tengo confianza. Solamente os ruego que vengáis a darme la extremaunción. Díjome que si él no me hobiera confesado me toviera por gentil o pagano, pues tan poco caso hacía de lo que los otros tenían por principal. Yo le satisfice lo mejor que supe, y a la fin se fue medio murmurando” (Bataillon, 1995, pag. 397)

El pasaje anterior esconde a modo de nicodeismo, los textos que pueden llamar la atención. ¿Para que la extremaunción, si confía en Solo en Jesucristo? El salir medio murmurando el cura, enmascara la rebeldía y negación del sacramento de la confesión. Solus Cristus, Sola Escritura, sola fides, se infiltran entre el fino humor y las paradojas del verdadero cristiano. Cuando le quieren poner el hábito de San Francisco para la hora de la muerte, el dirá: “Hermanos, ya sabéis cuanto me guardé siempre de engañar a ninguno ¿para qué queréis que ponga agora en engañar a Dios? Si he vivido como San Francisco, por muy cierto tengo que Jesucristo me dará el cielo como a San Francisco, y si mi vida no ha sido semejante a la suya ¿Qué me aprovecha dejar acá este cuerpo cubierto con hábito semejante al suyo?” Morirá este ser humano escuchando algunos pasajes de la Escritura que enardecen sus deseos de encontrarse con Dios, exclamando: “Jesucristo, recibe esta mi anima pecadora”

La Sagrada Escritura está por encima del Ave María y de la oración vocal. La Escritura enseña, reprende, corrige, revela la verdadera adoración y toca el corazón de cada persona que la oye.
MERCURIO.- Luego, ¿tú no tenías por buena la oración vocal?
ANIMA.- Antes la tenía por muy santa y necesaria, más también tenía por muy mejor la mental, porque hallaba muchas veces en la Sagrada Escritura reprendidos los que oraban con la boca, teniendo el corazón apartado de Dios, y hallaba en la doctrina cristiana que los verdaderos adoradores adoraban al Padre en espíritu y en verdad porque como Dios sea espíritu, quiere ser con el espíritu adorado.
MERCURIO.- Pedida la gracia, ¿qué les decías?
ANIMA.- Si el Evangelio era pequeño y la epístola no grande, dividía mi sermón en tres partes: en la primera declaraba la epístola y en la segunda el Evangelio, no curándome de tratar allí sutilezas ni de mover dificultades, más solamente declarando el sentido literal y alguna cosa que manifestase la grandeza y bondad de Dios, con que arrebatase en su amor las ánimas de los oyentes. Si la epístola o el Evangelio era muy largo, tomaba, para declarar lo uno o lo otro los lugares donde me parecía haber más doctrina, y de las dos partes hacía una.
MERCURIO.- ¿No tomabas tema para tu sermón?
ANIMA.- Ni en mis sermones, ni en otra cosa quería tener tema con nadie.
MERCURIO.- No digo eso, sino cuando predicabas, ¿si tomabas un tema en que fundabas tu sermón?
ANIMA.- Bien te entiendo, y por eso te digo que no, dejando eso para los temosos o curiosos, que por traer todo lo que dicen al propósito del tema, que al principio tomaron, aunque sea por fuerza, y de los cabellos estirado, se andan buscando rodeos con que pierden tiempo y ningún fruto ganan. La tercera parte gastaba en amonestar y reprender, más esto hacía yo de manera que pudiesen todos conocer no moverme a ello ambición, pasión ni afición, más solamente el bien universal. Lo primero, yo me informaba muy bien de la calidad de aquella gente a quien predicaba y de su manera de vivir. Y si hallaba andar entre ellos algunas supersticiones o necedades en las cosas de la fe y doctrina cristiana, procuraba ante todas cosas de remediarlas y desarraigarlas, conociendo cuanta pestilencia traen cosas semejantes en los ánimos de los simples, y en esto procuré siempre de decir la verdad pura y limpia, sin tener temor ni respecto a nadie, y sabe Dios los trabajos, peligros y persecuciones que yo a esta causa pasé, más todo lo sufría alegremente por amor de Aquél que por mí había padecido mucho más. Después de esto, me informaba muy particularmente de los vicios que principalmente allí reinaban, y aquéllos reprendía yo, no de manera que espantase a los viciosos para que no viniesen más a mi sermón, más con tanto amor y dulzor que los convidaba a venir otras veces y a los que principalmente veía notados de algún vicio señalado, yo mismo iba a sus casas a predicarles y amonestarles que se apartasen de ellos, y no solamente abominaba y afeaba los vicios para que los dejasen, más por otra parte loaba y hermoseaba las virtudes para que en lugar de ellos las encajasen. Nunca reprendía cosa sino en su tiempo y lugar, pareciéndome muy mal lo que muchos predicadores hacen, reprendiendo los viciosos ausentes y halagando, y aun a las veces manteniendo los presentes. A los príncipes, perlados y justicias holgaba más de reprender en sus casas en secreto que desde los púlpitos en público, porque el vulgo no les perdiese la reverencia, obediencia y acatamiento que les debe tener, de que conocía seguirse muchos y muy grandes inconvenientes, pero cuando los veía obstinados y que por sus particulares intereses, pasiones o aficiones dejaban de hacer lo que debían y eran obligados, no dejaba yo de reprenderlos y afear públicamente lo que hacían y mostrarles lo que debían hacer, porque de vergüenza viniesen a hacer lo que no querían de grado, acordándome que San Pablo bien osó en público reprender a San Pedro, como él mismo escribe a los Gálatas.” (Valdés A. d., 2004)

Es muy interesante la observación de Bataillon sobre la fe de Alfonso de Valdés. “Valdés no contradice, por supuesto esa religión de la gracia. Pero derrama por todo su Diálogo satírico la fe completamente saturada de humanismo cuyo maestro es en ese tiempo Erasmo; hacen que sus piadosos personajes prediquen una alta sabiduría cristiana, como para mostrar en ella el camino de la salvación y de la bienaventuranza” (Bataillon, 1995, pag. 397) En la segunda parte del Diálogo muestra un exhaustivo conocimiento de la Escritura, con la que resuelve todos los problemas mundanos y religiosos. La esposa que sabe ayudar al marido y recriminar su conducta para encauzarla; que aprende a leer latín para hacerse asidua lectora de la Biblia y luego enseñar a sus compañeras, es un modelo de las alumbradas como María de Cazalla, Isabel Vergara o Ana Osorio.

En cuanto al predicador, cree Bataillon que posiblemente se refiera a Pedro Ruiz de Alcaraz, como seglar que había escuchado su hermano Juan en Escalona. Había sabido mezclar estudio y oración, de modo que la Escritura le había dado una sabiduría nueva, pareciendo un teólogo más completo y seguro que los escolásticos de siempre. La elocuencia de este predicador está basada en el Evangelio y la epístola del día y su meta es la reforma de la fe y de la conducta que mantenía la Iglesia jerárquica.

En cierta medida también Alfonso de Valdés, que es seglar, pretende ir más allá de la iglesia Oficial y se refugia en los conceptos reformadores de sencillez evangélica y vida espiritual interior, mientras que los testimonios de los erasmistas son mucho menos radicales. Karl Hölz en el artículo “Exégesis bíblica y erudición filológica” que en el siglo XVI hubo intentos de conciliar las ideas escolásticas con las humanísticas en personalidades como Suárez, Vitoria, Soto, Cano, Medina o Báñez o el mismo Bartolomé Carranza en sus Comentarios al Catecismo, pero que sería Alfonso de Valdés quien aprovecha la ocasión para vincular su denuncia de la corrupción del clero y hasta la misma institución del papado, con una renovación de la teología. En el “Diálogo de Mercurio y Carón” este último se burla de un teólogo para quien la doctrina cristiana solo se resume en “saber disputar pro y contra y determinar cuestiones de teología”. El teólogo confiesa no haber leído la Biblia o los Santos Padres paro sí las obras de Scoto, Durando y sobre todo Aristóteles. Las predilecciones filosóficas del teólogo de basan en un tipo de saber que Carón no tarda en ridiculizar: “Desos lodos vienen estos polvos. Andaisos vosotros toda vuestra vida leyendo y prendiendo disputas, cuestiones, dudas y dificultades por dar a entender a los simples que sabéis algo, porque os tengan por letrados y no curáis de leer la Sagrada Escritura, ni aquellos doctores de que podríades sacar la verdadera doctrina cristiana y así cual es vuestro ejercicio tal es el fruto que hacéis para vosotros y para todos”.(1)

Joseph V. Ricapito dice que la España de la primera parte del siglo XVI es un mundo esquizofrénico dividido entre una sociedad de idealistas políticos, sociales y espirituales, y otra intransigente, corrompida, obsesionada por las consecuencias de la expansión imperial y por la Reforma luterana. “El Diálogo de Mercurio y Carón es la voz emotiva de una persona que se percata de este conflicto dual en su mundo, es un acto de reconocimiento, lo mismo que un acto de esperanza en un mundo deseado. El Diálogo es una vivísima muestra de uno de los momentos más dolorosos de la historia política y espiritual española”.(2)

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1) Fray Luis de León: historia, humanismo y letras Volumen 263 de Acta Salmanticensia Autores Víctor G. de la Concha, Javier San José Edición ilustrada Editor Universidad de Salamanca, N.º de páginas 707 pág.146
2) Diálogo de Mercurio y Carón. Alfonso de Valdés Editorial Castalia 1993 pág.46