Todo induce a que Alfonso de Valdés no fue clérigo y desde luego él no se tenía por teólogo: “Ni lo soy ni pretendo serlo” dirá a Castiglione. Algunos creen ver su persona en el personaje del Diálogo de Lactancio como un “mancebo, seglar y cortesano”. Hemos de añadir el calificativo de humanista, pues Alfonso ya no es un mero secretario, escribiente o archivista, ni solo secretario para la correspondencia latina, ni secretario principal, es un humanista erudito como los cancilleres Transilvano o Nicola “pero sobre todo – dirá Bataillon- sobrepasa a sus predecesores por su ardor verdaderamente religioso” “Entusiasmo político y fervor evangélico se mezclan en un sentimiento puritano” (Bataillon, 1995, pag. 231)
En la victoria de la batalla de Pavía, Alfonso de Valdés escribirá reconociendo la victoria como un triunfo sobre la unidad de la iglesia: “Toda la christiandad se deve en esta victoria gozar. Porque, sin duda, paresce que Dios nuestro señor quiere poner fin en los males que mucho tiempo ha padesce y no permitir que su pueblo sea del turco, enemigo de nuestra fe cristiana, castigado... Y para obvíar a esto, paresce que Dios milagrosamente ha dado esta victoria al emperador, para que pueda no solamente defender la christiandad y resistir a la potencia del turco, si ossare acometerla, más assosegadas estas guerras ceviles, que assi se deven llamar, pues son entre cristianos, yr a buscar los turcos y moros en sus tierras, y ensalzando nuestra sancta fe catholica, como sus passados hizieron, cobrar el imperio de Constantinopla y la casa santa de Jerusalem, que por nuestros pecados tiene ocupada. Para que, como de muchos esta profetizado, debaxo deste christianissimo príncipe, todo el mundo reciba nuestra sancta fe catholica. Y se cumplan las palabras de nuestro redemptor:
Fiet unum ovile et unus pastor” (Menéndez y Pelayo, 2007, pag. 550)
La obsesión de Alfonso de Valdés era la celebración de un Concilio general, como puede verse en las cartas dirigidas al emperador Carlos V, por 1526 y al colegio de cardenales por los agravios recibidos del Papa. Su posición, en estos momentos, es claramente alejada de Roma en lo político y en lo religioso como lo expresaba en el Diálogo de
Lactancio y un arcediano, y con el propósito de contentar a los luteranos. “Todo lo que se nos objeta y en adelante se os objetare, ya concierna a nuestra persona, ya a nuestro imperio, reino y dominio, y todo lo que nosotros, por nuestra justificación e inocencia, para quietud de la república cristiana pretendemos y podemos pretender, lo remitimos al conocimiento y sentencia del concilio general de la Cristiandad. A él lo sometemos todo, suplicando y exhortando a Vuestra Santidad para que, cumpliendo con su pastoral oficio y con el cuidado y solicitud que debe tener por su grey, se digne convocar al referido concilio en lugar conveniente y seguro, fijando el debido término... Y como por esta y otras causas vemos trastornado el pueblo cristiano, recurrimos de presente y apelamos de todos y cualesquiera gravámenes y conminaciones al futuro concilio”
Valdés, hijo de su tiempo, tuvo que tomar parte en cuestiones religiosas, aunque no fuese, por su oficio, como su hermano, dado a cuestiones teológicas. Las ideas teológicas de Alfonso de Valdés en estos momentos de 1527, eran que volviese la cristiandad a sus antiguas fuentes, uno de los idearios de la Reforma.
En el proceso de Valladolid sobre Erasmo Valdés le escribirá a Transylvano de quienes están a favor o en contra, pero cada instante está hablando de la “verdad cristiana” y de la “sincera religión”. Aunque Bataillon nos describe con precisión este proceso de Valladolid como un enfrentamiento de fuerzas a favor y en contra Erasmo, nosotros entendemos que la problemática está en el modo de conocer en sus originales y entender la Sagrada Escritura, porque ahora, como diría el fraile alemán Fray Hemundo: “Erasmo ha puesto los huevos y Lutero los ha empollado. Plega a Dios que se ahoguen los pollitos y se quiebren los huevos”.
Los bandos no buscaban, en sus esfuerzos, la utilización de sus estudios piadosos para refutar a los herejes, sino para imponer su erudición bíblica. En este caso la verdad evangélica triunfó por un tiempo, porque ya en los Países Bajos era tan arriesgado defender a Erasmo como a Lutero. “Realmente era nuestro secretario de índole afable y pacífica, y por esta benevolencia de su condición, o por la alteza del cargo que desempeñaba, o por ambas cosas juntas, tuvo muchos amigos de todas clases, estados y condiciones y bastante habilidad o fortuna, que no se requiere poca en un ministro para hacer muchos agradecidos y un solo quejoso, que sepamos. No hay más que recorrer su curioso epistolario, cuya publicación nunca agradeceremos bastante a D. Fermín Caballero, para convencerse de esto. Desde la marquesa de Montferrato y el duque de Calabria hasta sus compañeros de la curia imperial, Gatinara, Cornelio Duplín Scepper, Transylvano, Juan Dantisco, Molfango Prantner, Baltasar Waltkirch, y desde los arzobispos de Toledo y de Bari hasta clérigos oscurísimos, todos tienen para él palabras de estimación y cariño.” (Menéndez y Pelayo, 2007, pag. 554)
Alfonso de Valdés tuvo muchas entrevistas amistosas con Melanchton. Valdés conoció de la primera mano antes que nadie la confesión de Augsburgo y la única apreciación que hizo se refería al lenguaje demasiado severo empleado por los adversarios. Melanchton se lamentaba, sin embargo, de que los españoles nativos tuviesen tantos prejuicios y errores de apreciación hacia los reformados. Valdés reconoció que era opinión corriente entre sus compatriotas el creer que Lutero y sus seguidores no creían en Dios, ni en la Trinidad, ni en la Virgen y que en España se tenía por tanto mérito estrangular a un luterano como pegarle un tiro a un turco.
Alfonso de Valdés habría empleado toda su influencia con el emperador para quitar esas impresiones falsas y había logrado que Melanchton manifestara por escrito las opiniones de los luteranos, cosa que hizo prontamente y Valdés trasladaría a legado papal Campegio, pero su gestión se vio condenada al fracaso. (M´Crie, 1942, pag. 85). Intransigente en materia de fe, recibió varias excomuniones que por fin un breve pontificio levantaría en 1529.
Su testamento, pese a toda suerte de interdictos, le confirma como hombre evangélico que nada tenía que ver con la Roma que conocía. “Como justamente dice J. F. Montesinos, el rasgo común que asocia a Alfonso de Valdés y a los agentes de Carlos V en Italia, “es la esperanza de que sea el Emperador, la potestad secular, no la eclesiástica, la que configure y estructure definitivamente el mundo católico”.
Pero lo que a los erasmistas urgía (muchos de ellos conversos, como lo era Alfonso de Valdés), no era transformar la estructura de Europa, sino la de España, para escapar a la opresión inquisitorial y conseguir mayor libertad ciudadana, reducidísima después del fracaso de las Comunidades.
Alfonso de Valdés llevaba al extremo la espiritualidad erasmista, y soñaba en una iglesia sin ningún signo visible de serIo: “Haviendo muchos buenos cristianos, dondequiera que
dos o tres estoviessen ayuntados, en su nombre [de Cristo], sería una iglesia“ (
op. cit., página 170) .”Si [el Emperador] de esta vez reforma la Iglesia, pues todos ya conocen quanto es menester..., dezirse ha hasta la fin del mundo, que Jesu Cristo formó la Iglesia y el Emperador Carlos Quinto la restauró... El Emperador es muy buen cristiano y prudente, y tiene personas muy sabias en su consejo. Yo espero que él lo proveerá todo a gloria de Dios y a bien de la cristiandad”
(op. cit., pág. 222). (Castro A., La realidad histórica de España., 1954)
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