La hija Margarita llegó a Pernambuco con él y su esposa más allá de la mitad de 1636, conforme relató a su amigo: "Dios me hizo llegar a buen puerto después de un viaje feliz, pero sin un comerciante de Colonia, desconocido para mí, que me hospedó cinco semanas en su casa, todavía estaría balanceándome sobre el mar con mi mujer y su hija (...)". Para el predicador entusiasta, que vivió a cargo del clero y los fieles una vida honesta y piadosamente en Cristo, –dirá María Aparecida- debe haber sido de gran vergüenza los rumores referidos a su hija. Por lo menos por boca de Fray Manuel Calado, frecuentador de la casa del Señor Embajador, el conde de Nassau, quien comentó que Margarita vivió con este un escandaloso amor. Debe haber sido con alivio que, en una carta de fecha 1638, el predicador había comentado a su amigo el matrimonio de Margarita con el dueño de una plantación, cuyo nombre no se informa”.
Los problemas con su hija Margarita no eran los únicos y el predicador confesaba a su amigo que María su esposa estaba seca y tostada como arenque y además con mala salud, porque además de no disfrutar de la vida de la colonia la aversión que sentía en ella por los acontecimientos pasados vividos allí y que habían manchado la honra de la familia, le traían negros recuerdos. Pero además ahora la hija Margarita después de cinco años de matrimonio no parecía haberlo consumado por impotencia del esposo lo que obligó a Soler a separar la hija de su esposo y recogerla en su casa, causando aún más dolor a su esposa. “Todo se ha perdido menos el honor” exclamaría Soler. Pero las tristezas por causa de la hija no se acabarían. Después de tres meses en otra carta a su amigo fechada el 5 de junio de 1643, le explicaría como su hija había muerto de tristeza y amor por un Sargento Mayor hijo de un oficial holandés, aunque estos extremos no parecen estar demostrados según Cabral Evaldo. “Dios nos visitó, llevándonos a nuestra querida hija, alabado sea Dios”(1)
Los problemas familiares de Soler no terminaron con los de su hija, también lo fueron con el hijo al que desde pequeño lo habían preparado para el ministerio de la predicación. Su mala conducta hizo que lo mandasen a estudiar medicina a Groningen. El chico con mentalidad holandesa llegó a Brasil a principios de 1639 mostrando enseguida su incapacidad como predicador. Asó lo expresa Soler: “Mi hijo está en casa de su Excelencia, esperando algún trabajo de acuerdo a su limitada capacidad. No tiene inclinación para el ministerio santo con gran pesar nuestro, ya que fue educado y capacitado con este propósito (ab incunabulis). La voluntad de Dios sea hecha. Por la gracia de Dios se comparta con temor a Él y esto me consuela, aunque a su madre no se conforma”. En otra carta dice: “Mi hijo no es como nosotros deseamos, pero por el favor del Todopoderoso no tiene vicios”. Soler en ningún momento nombra a su hijo pero aparece en junio de 1644 un joven destinado a Rio Grande del Norte, llamado Juan Soler. Permanecería en Brasil como militar y posiblemente hubiese muerto en la batalla de Casa Fuerte el 17 de agosto de 1645.
De la vergüenza a la calma podría ser otro de los capítulos de la vida de Soler. Tenía buenas razones para volver con energías renovadas. No había hecho un viaje tan largo, pesado y peligroso para quedarse lamentando en su vergüenza. En los primeros días de 1644 el predicador se marcharía definitivamente del Brasil Neerlandés, tal vez movido por los ruegos de su esposa y por la vergüenza y sensación de malestar por la pérdida de su hija. El predicador perdido en el Nuevo Mundo y rodeado de circunstancias familiares adversas, no tiró la toalla por esta tragedia. Había perdido el deshonor pero no la pasión por la iglesia que había ayudado a establecer en Brasil. Ya en los Países Bajos trabajó en la iglesia Valona de Delf en Holanda, en calidad de asesor en los asuntos relacionados con el trabajo misionero en el Brasil neerlandés. En 1646, según el historiador de la iglesia, Hemult Andrae, la iglesia de Delf participaba con la colonia enviando predicadores cualificados en producción e impresión de literatura para la instrucción de los pastores a quienes se les ayudaba financieramente. El Sínodo de Valona se ocupó especialmente de la misión en las colonias americanas de Holanda desde 1646, enviando pastores misioneros y literatura y contribuyendo a obtener ingresos. Soler de ningún modo abandonó el trabajo de su vida y por eso es considerado el “padre de las misiones neerlandesas en Brasil”.
Existe un curiosa lista de libros en los almacenes de Compañía de las Indias Occidentales en Recife con fecha de 1645 donde existían 2200 Catecismos en español, 203 del Católico Reformado, 201 del Libro de los Salmos, además de Gramáticas griega y latina, Nuevo Testamento y Biblias en español, fábulas de Esopo, amén de folletos para el uso religioso en colegios holandeses, con 2951 del Librito de preguntas. Soler, además del Catecismo en español, también colaboró con David van Dooreslaer en un “Breve, sólido y claro compendio de la religión cristiana” que sería una especie de catecismo que sería traducido al tupi, portugués y holandés. A Soler también se le debe la construcción de la única iglesia Reformada para holandeses en Recife y en 1640 comunicaría a Rivet que era necesario construir un templo a la comunidad francesa con el fin de regularizar las prácticas religiosas pues se hacían en iglesias católico-romanas. Pero sobre todo a Soler se le considera un hombre de concordia. Según Gonçálves de Mello en el testamento del predicador Soler clama por la moderación y la justicia. Los Escobinos luso-brasileños declararán que con la partida de Soler de Brasil toda su obra política se vería comprometida, ya que él con su presencia hizo más que las provincias Unidas de los Países Bajos habían conseguido con su fuerza. Soler denunció la violencia sobre las poblaciones dominadas tanto con las poblaciones indígenas como con las luso-brasileñas, especialmente el desprecio a la vida donde la muerte de un hombre no merecía ser registrada.
1) Um Ministro da Igreja calvinista no Recife Holandés: o español Vicente Soler 1636-1643 por Jose Antonio Gonçalves de Mello Coimbra 1983 Separata Unv Coimbra 1983 305-318 pág 308
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