En el citado auto de fe, se habían fallado las causas de las personas siguientes:
Andrés de Zuloaga, natural de Fuenterrabía, de diecinueve años, que se denunció de que mientras venía navegando había dudado de la fe católica. Antonio de Estrada, mulato, Antonio y Mateo, negros, y Pedro, esclavo, porque estando colgados recibiendo azotes de sus amos, renegaban de Dios.
Juan de Otárola, se acusó de que viéndose muy afligido por lo endeudado que estaba, había llamado al demonio.
Sant Joan de Goiri, vizcaíno, que también se denunció, porque por vergüenza hacía doce años a que no se confesaba.
Fray Sebastián Rincón, mercedario, se acusó de que hallándose en el cepo y estando azotándolo otro fraile, había dicho que negaba a Dios.
Alonso de Velásquez, soldado de galeras, se denunció igualmente de haber expresado que si él no cabalgaba en este mundo, el diablo le cabalgaría en el otro.
Juan Bello, secretario que había sido del virrey Conde del Villar, porque instándole un sujeto para que le despachase ciertos papeles, había exclamado que no se podía, aunque Dios lo quisiera, y además porque en otra ocasión había dicho que más quería tratar con los diablos que con los frailes.
García Osorio, que sostenía que se podía perjurar por un amigo.
Juan Fernández, mercader de Cartagena, por afirmar que todos los bautizados se salvaban.
Fray Felipe de Santa Cruz, mercedario, por solicitante en confesión.
Fray Juan de Torralba, dominico, de cuarenta y ocho años, natural de Villanueva en la Mancha, porque siendo prelado en el Cuzco, dijo a sus frailes en cierta ocasión que en negocios graves se podía revelar el secreto de la confesión, fue puesto en cárceles secretas hasta que su causa fue recibida a prueba, en cuyo estado se le trasladó a su convento, con prohibición de decir misa, ni de recibir ni administrar ningún sacramento. Abjuró en la sala, fue desterrado del Cuzco y Lima, y se le admitió la excusa de haber declarado su delito, “porque se entendió de él ser hombre ignorantísimo”.
Nicolás Ortiz Melgarejo, cura de un pueblo de indios en Charcas, fue testificado de haber sostenido en una plática que el estado de los casados era más meritorio a Dios que el de los religiosos.
Fray Pedro Clavijo, fraile agustino, natural de Córdoba, que ya había sido penitenciado en 1576 por varias proposiciones, fue de nuevo denunciado de haber dicho que en España ya no era negocio de inquisición requerir de amores a una mujer en el confesonario (como lo hacía él); que adivinaba por las rayas de las manos a las mujeres embarazadas si tendrían hembra o varón, etc., por todo lo cual tuvo que oír delante de sus prelados la lectura de su sentencia que lo privaba perpetuamente de confesar.
Fray Antonio Ruiz, franciscano, cura de un pueblo de indios en Huánuco, porque solicitaba a las muchachas.
Juan Esteban XE “Juan Esteban:luterano”, molinero de La Paz, porque afirmaba que tener acceso carnal con una india en semana santa no era pecado.
Cristóbal de Holanda, natural de Amsterdam, polvorista, que hallándose preso en la cárcel de Potosí, había dicho que renegaba de la pasión de Jesucristo.
Gonzalo Hernández Sotomayor, sevillano, abjuro
de levi y pagó cien pesos por haber sido testificado en Quito, en 1581, que Dios no le quería llevar por el camino de la virtud, y de que habiendo compuesto ciertas coplas para una representación, dijo en una, hablando de la Virgen María: [239] ¿Sois, que puedo yo decir/ que mucho más no seáis?/ Pero para concluir, sois, /Señora, lo que amáis:/ ¡Ved si hay más que referir!
Simón Martín, hombre de setenta y dos años, que hallándose procesado por bígamo, falleció teniendo la ciudad por cárcel.
Tomas Gre (Gray), irlandés, se denunció por consejos de su confesor, de que sirviendo de grumete en un barco, en su país, no se quitó el sombrero al pasar unos italianos, diciendo que no lo hacía porque eran papistas.
Antonio Gómez, alabardero del Virrey, se acusó de que habiéndose rifado dos veces una empanada en el cuerpo de guardia, como no se la sacase en ninguna, había exclamado: “llévesela el diablo”.
Doña Leonor Cabezas, mujer casada y perdida, fue testificada por otra tal, que le había dado una piedra de ara consagrada, diciéndola que era buena para que la quisiesen bien.
Fray Antonio de Ribera, dominico, natural de Arequipa, que se denunció de que hallándose enamorado de cierta mujer en la ciudad del Cuzco, y estando las voluntades conformes y no pudiendo conseguir su intento por la dificultad que tenía de salir de su convento, pidió ayuda y favor al demonio, prometiéndole que si le permitía realizar su propósito, le haría señor de su cuerpo y alma y le obedecería en todo lo que en el discurso de su vida le ordenase, aunque interiormente se prometía que en cumpliéndole su deseo, se confesarla y vería a Dios; y como transcurriesen dos horas sin que su petición hubiese resultado, volvió sobre sí y se arrepintió.
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