Esta semana les relatamos datos de las vidas del comerciante zaragozano Jerónimo Daza, del escritor y humanista Bernabé del Busto y del andaluz Pedro de Ortega.
JERÓNIMO DAZA
Natural de Zaragoza o Longares, estuvo activo en Brujas en los años 20 del siglo XVI, teniendo como actividad principal la venta de lana a pañeros de Armentières, Douai, Leiden,... Estuvo casado con Mª de Nájera y tuvo ocho hijos. Murió en 1537 y en su testamento se aludía a su hermano Juan, canónigo en Aragón, y se enviaba dinero a Zaragoza y Longares (FAGEL, R.,De hispano-vlaamse wereld, p. 36)(1) Heterodoxos Españoles M. y Pelayo.
BERNABÉ DEL BUSTO
Pertenece Busto al cenáculo de Bruselas. Según (Gonzalo Sánchez-Molero 1997, 763-764) sabemos que Bernabé de Busto había acudido desde Salamanca a Alcalá de Henares para doctorarse en Teología, y que aquí, o desde antes en Salamanca, había trabado una gran amistad con Francisco de Bobadilla, antiguo estudiante en Alcalá, y ahora maestrescuela de la Universidad de Salamanca, buen amigo de Erasmo. Bobadilla, quien alentaba por entonces esperanzas de ser maestro del príncipe, animó a Busto a redactar una gramática, para que el joven Felipe aprendiera el latín. Probablemente también tuvieron sus orígenes intelectuales en Alcalá de Henares otras dos obras de Busto, dedicadas a la educación del príncipe: una traducción de la
Institutio erasmiana, y su
Arte para aprender a leer y escribir, que el humanista dirigió igualmente al Príncipe. Y fue en esa misma ciudad, en la imprenta de Miguel de Eguia, donde otro ilustre admirador de Erasmo, Lucio Marineo Sículo, publicó en 1532 su
Grammatica brevis ac perutilis, dedicada también a Felipe. Tampoco debió ser ajeno a este movimiento intelectual en torno a la educación del hijo de Carlos V otro notable erasmista alcalaíno, el maestro Miguel Carrasco, catedrático de teología tomista en la Universidad cisneriana, amigo de Busto y candidato a maestro del Príncipe en 1534.
De regreso a Bruselas, se dedicó de lleno a sus deberes religiosos en la Capilla imperial y a continuar la redacción de su historia de Carlos V. Sus crónicas, que suscitaron gran interés a principios de siglo, en autores como Morel-Fatio, el conde von Looz-Corswaren, y Antonio Ballesteros, han sido estudiadas de nuevo, en los últimos años, por los profesores Pedro Gan Giménez y José María García Fuentes. Precisamente son estas crónicas las que nos permiten no sólo estudiar su estilo literario, sino también aventuramos en lo más profundo de la mentalidad de Bernabé del Busto, enfrentado ante los grandes conflictos de su época, sobre los que opinó con la libertad, pero también con la discrección, que se exigían a un humanista aúlico.
Su
Historia de Carlos V se expresa en castellano, no en latín, por motivos que no serían muy diferentes a los que le llevaron años atrás a traducir la I
nstitutio de Erasmo, o a explicar en castellano la gramática latina. Pero también se inclina por la narración directa de los hechos, por el análisis de las situaciones, por el compromiso propio ante las acciones que historiza. Es crítico, como buen humanista formado en la herencia de Erasmo. Francisco I no sólo es un rey anticristiano, por su alianza con el turco, (tesis alentada por la propaganda imperial), es sobre todo un tirano, porque no se rige por la razón, y cuyo mayor pecado es el de haber ensombrecido a la Cristiandad con “tantas nubes de guerras”. Paz entre los pueblos cristianos, pero no un pacifismo a ultranza. El elogio de las virtudes militares tiene un hueco muy importante en una crónica que, como la suya, hace referencia a constantes hechos bélicos. Por ello, Busto no ahorra críticas contra los hidalgos, a quienes censura de haber perdido sus deberes militares, porque la nobleza prefería la molicie y el lujo, antes que darles acostamiento a su servicio. Censura, pues, al enemigo exterior, pero también al interior. Expresión de su íntimo deseo de paz universal en la Cristiandad, y de reforma social en España.
Durante estos años finales de su vida no creemos que Busto desaprovechara la oportunidad de tomar contacto con los cenáculos erasmizantes flamencos de Bruselas y de Amberes, amparados por la reina María de Hungría y por Granvela, obispo de Arras. En la Capilla imperial compartió oficios religiosos y estancias cortesanas con Cazalla. Como éste último, o como el doctor Constantino y otros adalides del reformismo religioso en España, Busto salió de España, viajando con la Corte del Emperador, y entrando en contacto con el mundo de la reforma protestante. Su pensamiento con respecto a este tema se puede rastrear en los capítulos quinto y sexto de su
Empresa e conquista guermanica. Para Busto, el origen de la herejía luterana estaba en Juan Hus, “varon de mucha reputación en letras y vida acerca del pueblo”, que fue el autor de las sectas de los Husitas y de los Tamboritas, en Bohemia. Sectas heréticas que el Concilio de Constanza y el Emperador se encargaron de sofocar, pero no de arrasar. Los rescoldos fueron avivados en 1516 por el dominico Johann Tetzel, “comisario de la Cruzada no muy yndoto pero gran charlatan”, cuyas “vaciedades” sobre el poder que decía tener para sacar las ánimas del purgatorio (que por “rreverencia de las oregas” Busto decide callar), dieron pie a Lutero para publicar sus herejías, y ser oído por muchos. Resulta sugestivo imaginar cual pudo ser la relación que pudo establecerse durante estos años entre Busto y Cazalla. Quizá el destino del cronista extremeño no hubiera sido muy distinto del de su compañero de Capilla si no hubiera fallecido en Bruselas el 20 de octubre de 1557. Sus últimos trabajos literarios fueron tres breves relaciones sobre la batalla de San Quintín, postrero servicio a un Felipe II por cuya educación y vida tanto se había interesado desde la más tierna niñez”.
PEDRO DE ORTEGA
Tellechea cita a este Ortega, como consecuencia de estar enfermo y haber tenido el grupo de Jiménez la reunión o reuniones en su casa. Dice el autor que aquel día, en el que estuvo reunido fray Baltasar con este grupo en casa de Ortega, se trataron asuntos de la Universidad, que tenía que ver con la gracia y si había o no mérito en las buenas obras. Jiménez expuso los textos bíblicos y algunos comentarios de Lutero y Calvino “ y lo soltó a favor de la doctrina católica”.
Esto hizo que fray Baltasar se escandalizase al mezclar a Lutero con lo católico. En otra ocasión Jiménez ya había dejado claro que la iglesia estaba compuesta por personas de fe en Cristo, pero el problema residía en saber qué iglesia se había de oir, la de Roma o la de Witenberg. ¿Quien era el andaluz Pedro de Ortega? De momento no lo sabemos.
1) Aragón en el comercio con Flandes (Siglo XVI)Por Pablo Desportes Bielsa
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