Un tratado de Luis Vives ya había sido traducido y publicado en 1537 por el tío de Francisco de Enzinas, el evangélico Diego Ortega de Burgos que vivía en Amberes. Francisco de Enzinas que había nacido en 1510 en Burgos, había sido educado probablemente en Amberes.
De los Países Bajos viene mucha literatura española, una proveniente de traductores españoles evangélicos mencionados y también de otros evangélicos como Hernando y Juan de Jarava; otra se imprime en las imprentas de Amberes y numerosas se producen en estas tierras como “Los sucesos de Flandes” de Alonso Vázquez que es uno de los libros en español sobre las cosas de Flandes.
En este libro se describen sus costumbres y algunos vicios que hicieron estragos en la sociedad flamenca, como la embriaguez. Sin embargo también se dirá: “Las mujeres, aunque beben, jamás se privan de su juicio, y son más sobrias, y dellas depende todo el gobierno de sus casas y familia y sus tratos y contratos. Son tan diestras y pláticas en esto y en escribir, leer y contar por cifra, que pocos hombres se las igualan, ni en el saber las cuatro lenguas necesarias y que se acostumbran en estos países. De su naturaleza son libres y muy blancas, rubias, hermosas y corteses; poco limpias en el comer, pero en el vestir muy aseadas, y tan bien entendidas, que no hay ninguna que no dispute cosas de la fe como si fueran teólogos, porque en su vulgar tienen muchos libros impresos, particularmente la Biblia, y de muy tierna edad la aprenden y tienen en la memoria.”(Groult, 1962, pág. 102).
La tesis doctoral de José Luis Gonzalo Sánchez Molero a la que hemos recurrido en varias ocasiones, nos muestra a los españoles relacionados entre si y a la vez formando cenáculos y grupos profesionales e intelectuales cuyas sensibilidades religiosas tomaron posiciones protestantes.
A pesar de las intenciones ortodoxas de la Universidad de Lovaina, prohibiendo y editando índices de libros que frenasen primeramente las ideas de Erasmo y luego las de Lutero, Felipe II no cedería a las presiones desde el principio. No obstante – dirá Gonzalo-, la atmósfera empezaba a cambiar y la reacción antierasmiana poco a poco logró imponerse a favor de los vientos de la división religiosa. El irenismo, bandera de los erasmistas para enfrentarse a la herejía, dejaba de tener sentido cuando ya los protestantes eran reconocidos en Alemania y en Inglaterra la muerte de María Tudor (1558) ponía fin a la restauración del catolicismo.
Entre 1558 y 1559, Ponce de la Fuente, Carranza, Fox Morcillo, Furió Ceriol y otros nombres antes tan vinculados con la corte filipina, se vieron atrapados en diversos procesos inquisitoriales. Y a pesar de este ambiente tan enrarecido, sorprende advertir cómo el Índice español de 1559 fue tan benévolo con la obra de Erasmo. Bataillon reconoce que: “No se puede menos de admirar, en estas condiciones, la moderación relativa con que se trató la obra de Erasmo. En la práctica, la prohibición española, a diferencia de la romana, dejaba el pensamiento de Erasmo casi sin tocar y fácilmente accesible al público letrado. Sólo las obras que rozaban con la heterodoxia y cuyas mofas y críticas irónicas servían más a la propaganda protestante que a la reforma católica fueron prohibidas. El resto de su pensamiento político, religioso, filológico y literario fue respetado. En estas condiciones, no ha de sorprender que se pueda hablar de una “fase subterránea” del erasmismo en España durante el reinado de Felipe II, en expresión de Bataillon, pero cuyas raíces últimas no estaban en el entorno de Carlos V, sino en el propio Felipe II.” (Gonzalo Sánchez-Molero, 1997, pág. 815).
Gonzalo describe tres ambientes o cenáculos en los Países Bajos. En el primero entre 1551 y 1556 aparecerán grandes humanistas y entre ellos el español Juan Cristóbal Calvete de Estrella. En este grupo sobresalen Cornelio Schepper, Cornelio Schrijver, Martín Nucio, Nicolás Grudio, Comeille van Ghistel, Juan Martín Cordero y Cristóbal Plantino. Este es el cenáculo de Ambreres.
Un segundo grupo, el llamado de Bruselas, está formado alrededor de Granvela, obispo de Arras, donde se integran cortesanos y eruditos tan notables como Vigíe van Aytta Zwykems, Bernabé del Busto, y otros humanistas menos conocidos, pero que pronto adquirirían cierta transcendencia en el entorno intelectual de Felipe II, como Andrés Laguna o Juan Páez de Castro. Cornelio Schepper debió de ejercer de enlace entre el cenáculo antuerpiense y éste otro de Bruselas.
Un tercer grupo, el de Lovaina, integrado por jóvenes estudiantes españoles, es heterogéneo y sin relación con la Corte. Gonzalo dice que eran de tendencias heterodoxas como bayanismo, erasmismo, vivismo e incluso luteranismo. Lo que parece claro es que este conjunto de españoles en Lovaina se expresaba en lenguaje reformado y claramente antipapista.
Dice Gonzalo Sánchez Molero sobre este grupo de Lovaina: “Liderado por el valenciano Pedro Jiménez, en su casa se reunió una especie de “academia teológica”, integrada por Agustín Cabeza de Vaca, fray Lorenzo de Villavicencio, Sebastián Fox Morcillo, Felipe de la Torre y Fadrique Furió Ceriol. Otros estudiantes españoles, que en un primer momento se reunieron con los anteriores, abandonaron el grupo por considerarlo impío.
Entre éstos pudo estar Juan Martín Cordero, antes de decidirse a buscar fortuna en Amberes. Sin duda, debió conocer a su paisano Pedro Jiménez y a otros estudiantes españoles en Lovaina, miembros de este cenáculo. El destino de otros miembros de este cenáculo lovaniense fue muy distinto. Así, el jerezano Agustín Cabeza de Vaca fue acusado de luterano y reconciliado en 1562, mientras que al agustino fray Lorenzo de Villavicencio se convirtió en uno de los más destacados “martillos” contra la herejía en la España del siglo XVI, si bien fray Baltasar Pérez dudaba en 1558 de su ortodoxia. Un elemento que, sin embargo, no ha sido destacado de una manera conveniente respecto al grupo de Lovaina, es el sorprendente hecho de que todos estos estudiantes se integraron al servicio de Felipe II entre 1555 y 1557 ”. (Gonzalo Sánchez-Molero, 1997, pág. 773)
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