Además del breviario donde rezaba, que se encontró en su celda en una de las visitas, fray Pedro de Orellana leyó, al menos, “algunos libros de teología”, en concreto las
Obras de San Bernardo y
Sacri canonis Missae expositio de Gabriel Biel, obra de la que existían varias ediciones entre ellas una impresa en Toledo en 1514 por Juan de Villaquirán; el
Libro de medicina, llamado Tesoro de Pobres de Arnaldo de Vilanova, de donde tomó préstamos para componer el
Libro de afeytes que dedicó a su enamorada Ana Yañez; “un
Ovidio en romançe”, quien sabe, como apunta Jiménez Monteserín, si una versión manuscrita del propio Orellana ya que la primera traducción al castellano de dicho autor apareció en 1551; la
Visión delectable de philosophia e de otras sçencias deAlfonso de la Torre; la
Passio duorum de Francisco Sánchez del Campo; “otro libro que le llama peregrino, escripto de su letra del dicho soldado”, seguramente copia manuscrita de la
Historia nuevamente hecha de los honestos amores que un caballero llamado Peregrino tuvo con una dama llamada Ginebra (Sevilla, Jacobo Cromberger, 1503); unas
Etimologías de San Isidoro; y un ejemplar del
De civitate Dei de San Agustín.
Entre las obras que le llevaron para que las versificara se mencionan los “Césares de Mexía”, esto es, la
Historia Imperial y Cesárea, en la qual en suma se contienen las vidas y hechos de todos los Césares emperadores de Roma desde Julio César hasta el emperador Maximiliano de Pedro Mexía (Sevilla, Juan de Leo, 1545); el
Libro de Job y diversas crónicas: la
Crónica general de España del maestro Florián de Ocampo; la «Valeriana»
, sin duda
La crónica de España de Mosén Diego Varela; y la “Troyana”, a buen seguro alguna de las traducciones castellanas en circulación de la
Historia destructionis Troiae de Guido delle Colonne.
Un puesto distinto lo ocupaban las coplas, farsas, textos religiosos y obras varias que compuso en prisión, unas abreviadas o extraídas de sus lecturas y otras más inventivas para regocijo de sus lectores:
“Preguntado qué libros ha fecho y compuesto después que está en las cárçeles, dixo que ha fecho un
Cançionero general y un libro que se llama
El cavallero de la fee y otro que se llama
Çelestina la graduada, todo de filosofía, y otro sobre los
Evangelios y epístolas e unos que se cantan en la iglesia en todo el año y ha escripto sobre el
testamento viejo y nuevo y fecho tres sermonarios, un santoral e un dominical y otra
Çelestina qu´está en metro e ynfinitas farsas y el
Salterio en metro y otras muchas cosa”. Así pues el maestro Pedro de Orellana, cuyo oficio estuvo caracterizado por una continua apropiación y recreación de lo leído, supo expresar por una interacción constante entre la escritura y la lectura, de nuevo, los rasgos definidores del leer erudito”.(1)
Pero aún hemos de añadir a la vida de Orellana, la manera de evasión tras el encerramiento inquisitorial, a través de la poesía lirica. Su “
Endechas para mi señora Ana Yáñez” (1550) es la expresión del canto en medio de la tribulación.
Tanto el canónigo Alonso Mendoza como el maestro Orellana fueron, qué duda cabe, dos presos excepcionalmente privilegiados que pudieron dar cauce a su pasión lecto-escritora merced a la tolerancia y connivencia de determinados oficiales inquisitoriales. Al lado de los alcaides, responsables directos de muchas de esas posibilidades, también debe recordarse el papel similar desempeñado por otros presos, en particular por aquellos que tuvieron encomendada alguna tarea de vigilancia.” (Castillo Gómez, 2006, pág. 144).
Es probable que fuese natural de Orellana la Vieja, aunque algunos dicen que nació en Trujillo por 1496. Moriría en las cárceles de Cuenca en 1561. El maestro Orellana había estudiado Artes, pero no Teología. Las gentes de Cuenca siempre prefirieron llamarle “Soldado”. Su manera de evadir la realidad del encerramiento inquisitorial fue a través de la poesía lírica. ¿Se había enamorado de su prima Ana Yáñez? ¿Quién era esta secreta Ana Yáñez a la que dedicó “
Endechas para mi señora Ana Yáñez” (1550). Era la expresión del canto en medio de la tribulación. La Inquisición había decretado que fuese “ynmurado en una cárcel perpetua por graves delitos que ha cometido para que no pueda comunicar con ninguna persona”. Orellana había reconocido su poca habilidad con las palabras y su exceso de celo en materia de religión. Decía muchas veces: “Yo he hecho algunas cosas de hombre y otras de loco, porque lo he estado por ser colérico e ympetuoso”.
Orellana, el minorita luterano, no fue solo un expositor bíblico, ni un filósofo, ni un novelista, que de todo lo fue con dignidad y ciencia. Sobre todo fue un gran poeta. La lírica del siglo XVI tenía en sus versos esmaltes de un aliento gozoso. Tenía sus admiradores como Alonso González, tonsurado de 21 años que tantas veces recogió las cartas que por las noches descolgaba Orellana para sus admiradores. Sus hermanas y su prima Ana Yáñez se ufanaban de poseer versos de Orellana. Un verdadero clan de admiradoras conocían las canciones que no podían apresar las cadenas ni los cerrojos de las temidas celdas de la Inquisición. ¿Cómo podía escribir aquella riada de farsas, coplas de burlas y cantares que manaban de su pluma? Sus sermones, sus epístolas novelescas y sus comentarios bíblicos podían disimular mejor sus prisiones, pero Orellana se reía de si mismo y lo hacía con belleza. Había confesado, en 1545, que escribía versos “para contraminar los pensamientos de la soledad que son muy duros”. Uno de sus biógrafos dice que “le atraen más sus aventuras y desventuras que las poesías del fraile minorita, patético y bellaco”. Sin embargo los laureles se colocan en las sienes del gran poeta y en la palma del martirio.
1) Pasiones solitarias -Lectores y lecturas en las cárceles inquisitoriales del Siglo de Oro -Antonio Castillo Gómez Universidad de Alcalá – SIECE Revista de Estudos Ibéricos | n.º 3 | 2006: 139-15
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