Merecen destacarse estos estudios de E, Asensio(1) y M. Jiménez Monteserin sobre Pedro de Orellana, no ya por lo pintoresco o trágico de esta vida, sino porque han dejado su impronta en la lírica española a pesar de estar preso por luterano como lo atestigua Margarit Frenk. “En la medida en que se trata de una producción escrita inducida por la lógica coercitiva del sistema penitenciario y entramada en sus coordenadas de vigilancia y castigo, es muy común que dichos textos estén condicionados por las expectativas del destinatario que los ha solicitado, mayormente cuando el delito perseguido conllevaba una cierta componente ideológica. Así el maestro y poeta franciscano Pedro de Orellana, quien pasó más de veintiocho años(2) en las prisiones del Santo Oficio, centró buena parte de uno de sus dos escritos de autodefensa, la llamada “
Autobiografía”, comenzada a escribir el día 23 de febrero de 1532, en relatar aquello por lo que la Inquisición le había procesado: sus contactos con Lutero y los protestantes, primero en Galicia y luego en Módena. Antonio Castillo dice que Orellana fue perseguido y encarcelado en diversas ocasiones, hasta que en 1540 definitivamente entró para no salir a causa de los acercamientos con la “secta de los luteranos”.
Explica así Orellana algunos aspectos de su conversión (…) “cuanto a lo cuarto y quinto que los testigos dicen que yo dije que había estado tres años con Leuterio, e que casaba monjas y frailes y que decía que no había otra orden, sino la de San Pedro, digo que si diría de esta manera cuando aquí vine, como todo el pueblo me vio en traje demudado burlaban cuando luego, antes de me conocer oían que había muy bien predicado y en esta forma iban muchas personas a me hablar y preguntábanme do venía; yo decía que de París y que había estado en Italia, en Boloña, en estudios, y luego lo primero preguntaban por nuevas del Emperador y yo decía que estaba en Alemania puñando por convertir a Leuterio; replicábanme que qué decía el dicho; yo decía que decían seguirle mucha gente, que yo le había visto y disputado con él, porque era un hereje; preguntábanme, qué decía, yo decía que le diésemos al diablo que era un hereje maldito, y todo esto porque me tuviesen por más letrado, (".)" Sin lugar a dudas es un personaje singular y por su obra escrita no le creemos de segunda fila.
Todo esto viene a demostrar que no solamente las grandes figuras tienen cabida y lugar cuatro siglos después, sino que la historia rescata como justo tributo a quienes, de una forma u otra, contribuyeron a su cambio. De ahí que, de cuando en cuando, convenga dejar a un lado los versos bien medidos de nuestras primeras figuras para escuchar la voz testimonial de aquellos para quienes la poesía era sobre todo un medio, no un fin.
Junto a Orellana, muchos autores de segunda y tercera fila han sido doblemente silenciados. Lo fueron en su día por los inquisidores y hoy por cuantos especialistas y eruditos se centran exclusivamente en los autores de primera fila, olvidando que esa su literatura también se hizo para que alguien la leyese y es manifestación, tanto o más válida, de un sentimiento propio a todos los hombres dé los siglos XVI y XVII.”(Castillo Gómez, 2006, pág. 150) Mantiene Gómez que estos hábitos de escribir le supusieron una oportunidad de redención y un espacio de supervivencia de su fe.
Sus piezas poéticas, sus canciones, sus cartas y memorias despertaban el alma a la fe y a la esperanza de otra vida mejor, para que el nuevo día no trajese la desesperación.
“La intensidad y frecuencia con la que se ocupó en escribir y leer en la cárcel dependía de la tolerancia mostrada por los jueces y demás oficiales inquisitoriales. Cuando estos relajaban la vigilancia, Orellana pudo atender más fácilmente muchas de las peticiones de farsas, entremeses o cancioneros que recibía de los ambientes más cultos de la ciudad, con los que siempre mantuvo un estrecho contacto. Cuando no era así debió valerse del cordel y el talego para entregar las cartas, coplas y otras composiciones a sus intermediarios o para recibir las que le llegaban a él. En los mejores momentos dispuso de otra pieza, situada junto a su celda, “donde tenía sus libros y aparejo de estudiar”; mientras que cuando la situación le fue más adversa hubo de esconderlos en el tejado al que daba la ventana de su celda, “que cree cae encima de la huerta o al postiguillo a par del dicho muradal”.
1) Eugenio Asensio, "El Maestro Pedro de Orellana, minorita luterano: versos y procesos" in Joaquín Pérez Villanueva (ed.), La Inquisición española: Nueva visión, nuevos horizontes. Madrid: Siglo XXI, 1980, pp. 785-795.
2) La estancia de Orellana por veintiocho años en la cárcel inquisitorial, supone una de las crueldades con que el alma inquisitorial procuraba moldear a los herejes pertinaces y en este caso a un luterano que usó la escritura como escape al horror de sentir el aliento de la muerte cada día. Sin embargo según cita Asensio, en una carta de 1548, fray Pedro de Orellana reconoce: “Yo he hecho unas cosas de hombre y otras de loco, porque lo he estado por ser tan colérico y tan impetuoso” ¿Esto era síndrome de Estocolmo o lo decía sinceramente?
Si quieres comentar o