Acierta San Isidoro en que todos los males le vienen al hombre por esta causa pero no llega a precisar el concepto reformado de la “depravación” del ser humano cuya naturaleza está tomada por el pecado. Está San Isidoro en la línea de la “macula originalis” no llegando a entender que toda la naturaleza según
Isa 1:6 “Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite”.
En todo el siglo XV más que precisar el concepto teológico de pecado original, los tratados se refieren mas a cómo solucionar el problema del pecado original. En 1467 Alfonso de Toledo explicó que “"la transgression del padre primero grand miseria engendro en la condicion umanal"; de ser "poco menos noble que angélica criatura", el hombre "mas miserable es fecho que los brutos animales". ha sido "privado de la gracia original e de la beatifícac;ion" y tuvo que ingeniárselas para "aplaser a Dios" y "recobrar la gracia e por consiguiente la gloria de que privado se veya". La vida eterna era consustancial al hombre “hecho un poco menor que los ángeles” pero “a placer a Dios” buscó remedio.
No sería como ya lo veía Pedro de Osma y los reformados posteriores cuya salvación de todo pecado estaba en Cristo (solus Christus) sino que se buscó primero en la circuncisión, luego el bautismo, la confirmación, la extremaunción y otras unciones de crisma y olio, como remedios a esta “primera mancilla”. Fue tal la obsesión generalizada por el pecado original y personal en la Castilla del siglo XV que iba mas allá del campo teológico para convertirse en uno de tantos criterios de diferenciación. Si antes con los judíos se le había sometido a cierta esclavitud en base a la crucifixión de Cristo de la cual se les culpabilizaba, ahora el villano del campo era el pecador por oposición al noble, y por su pecado se mantenía en ese estado de “villano”.
En 1417 Enrique de Villena aconsejaba a los labradores que por su “vida rústica o aldeana” “trabajen e coman gruesas viandas e vistan non delicadas vestiduras” y en 1487 Fernando de Mexia también diría que el villano “es cryado gruesamente e le grasedat de su nutritiva ha fecho materya gruesa por respecto de los manjares gruesos que engendran gruesos umores, como paresc;e en todo aquel que es de obscuro linaje … e la tal gruesa materya trae o engendra gruesas las virtudes del anima e del entendimiento, como natural mente esvisto acerca de los bárbaros, de los labradores, de los pastores, de los sylvestres, e de los otros de la tal condición". Esto suponía que el villano es vil por su profesión y su vileza es pecado.
Dirá Adeline Rucquoi: “La obsesión por el pecado original y por la "mancilla" que este imprime en todos los seres humanos, llevándolos a la muerte espiritual y a la condena eterna, con su corolario de exaltación de la pureza de la Virgen María y de su "inmaculada" concepción, no fueron propios de la Castilla de finales del siglo XV.
Diversos estudios de Jean Delumeau sobre la sociedad europea de los siglos XV y XVI ya resaltaron como fenómenos generalizados el miedo asociado con la noción de pecado y de pérdida del paraíso, y los "remedios" que la Iglesia propuso, desde designar al demonio como responsable - sea bajo el disfraz de turco, judío o mujer – hasta la multiplicación de rituales, asociaciones como las cofradías de animas, cultos a santos específicos y, en el caso de los protestantes, la justificación por la fe y la predestinación.
La respuesta original que aportó Castilla fue precisamente el vincular estrechamente el estado de perfección original del hombre con la nobleza y, en consecuencia, el pecado con la perdida de la nobleza, con la villanía.
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