“Entonces fue, en efecto, cuando el César Carlos y el Papa, muy a pesar suyo, tuvieron que otorgar, en Augsburgo y en 25 de septiembre de 1555, la libertad de religión, y cuando varios reyes y repúblicas retiraron al Papa el reconocimiento de su suprema autoridad. Así, pues, en 1555 acaba la guerra de los santos con la derrota de la Bestia apocalíptica. Pero ésta aún no se da por vencida. En 1565 impone a los Países Bajos el Concilio de Trento, celebrado en país de su propia jurisdicción y que, por lo tanto, representa su sola voluntad. Las provincias belgas se rebelan en 1547, y con esto empieza la segunda guerra apocalíptica, que debe durar cuarenta y dos meses, y que en efecto dura cuarenta y dos años, de 1567 a 1609 Esta segunda guerra también estaba prevista en el Apocalipsis o, mejor dicho, simbolizada por la lucha de la fiera con el Cordero. La fiera es, naturalmente, el Papa, cuyas pretensiones defiende el rey de España, y el cordero es el reino de Cristo, defendido por sus súbditos flamencos. De este modo queda demostrado “con claridad meridianas que el Papa es el mismo Anticristo, que el Cordero consiguió la victoria final y que al rey de España apenas le queda tiempo, si quiere salvar todavía sus intereses materiales y espirituales. Terminado ya el reino de Anticristo, Felipe III no tiene razón alguna de dejarse envolver en su ruina. Aun puede salvarlo todo, separando su causa de la del Papa y permitiendo que la Biblia se traduzca, se imprima y se estudie libremente en sus reinos, asegurando de este modo el mejor conocimiento de la verdad.” (Cioranescu, 1974, pág. 54)
Aventrot se repite con este lenguaje apocalíptico en la carta que en 1619 dirigió al Dux de Venecia y se ve como forzado a intervenir en asuntos que en apariencia nada tenían que ver con él. “Todos los cristianos, escribía, piensan que el Papa es sucesor de San Pedro; sin embargo, “todos los cristianos no saben que el Papa de Roma es el Anticristo”. Una de sus acciones más contrarias a las órdenes de Dios y a la naturaleza, concierne personalmente al Dux; el papa Alejandro III, en efecto, había decretado el casamiento de Venecia con el mar, autorizando al Dux a que cambiase cada año su anillo de boda con la laguna. Esta idea le parece a Avontroot “abominable”. Es tiempo ya que Venecia abandone tamaña impostura y renuncie a unas ilusiones de que sólo el Papa es responsable. Se entiende, por debajo de esta salida intempestiva, que por lo demás carece de objeto inmediato, que el poderío marítimo veneciano y su pretensión a la supremacía en los mares molestaba al flamenco, testigo de vista y parte interesada en el enorme desarrollo que estaba tomando entonces el tráfico marítimo holandés”
Dentro de este mundo lleno de señales del cielo y de dramas humanos, Aventrot también tiene visiones para interpretarlos. “La primera revelación la tuvo el 29 de mayo de 1622, durante la oración, y le vino como una tranquila seguridad del espíritu, de que aquella armada partiría sin falta. Tras haber escuchado aquella mística intuición, vino desde Ámsterdam a La Haya, para insistir acerca de los Poderosos Señores de los Estados a que llevasen adelante su proyecto, animándoles con las seguridades que tan evidentemente había recibido él mismo. La segunda revelación la tuvo quince semanas más tarde. “Como Satanás, enemigo de Cristo, no pudo estorbar la preparación de la armada por medio de la falta de fondos, trató de inutilizarla por medio de la falta de aplicación de algunos señores comisionados, de modo que a mediados de septiembre sólo estaba pronta la mitad de la armada. Yo estaba sumamente preocupado, sin saber si debía solicitar lo de antes o no, porque en medio de aquel marasmo y de aquella inseguridad, los Estados decretaron, el día 11 de septiembre, un día de (oración por la liberación del país de la tiranía española; y en aquel mismo momento Dios le puso en el corazón que con las oraciones generales así establecidas se conseguiría la apetecida recompensa, conforme al principio, asegurado ya por el primer testimonio, de que Dios ayuda a quien se dirige a El”.
La tercera revelación lleva la fecha del 18 de septiembre de 1622. “Entre los comisionados había algunos tan mal intencionados para conmigo, que rechazaban todas mis propuestas, se negaban a enviar a un general a que tomase tierra, y confundían mis instrucciones con los avisos inútiles. Yo mandé comprar algunas sillas, espuelas, arreos para las necesidades de la guerra. Las compré en La Haya, notándolas en una agenda nueva, en dos páginas que se hacían frente; y el 18 de septiembre, al querer volver a examinar aquello, en vista de su pago, lo encontró rojo de sangres. Comprendió que era una señal que le enviaba Dios, para certificarle que todo saldrá bien. “ (Cioranescu, 1974, pág. 56)
Para los cálculos de Aventrot la Segunda Venida de Cristo no había llegado, pero sí llegaba el fin de su vida terrestre mientras contemplaba cómo su misión no estaba aún cumplida, porque el Rey de España seguía en su error en las tradiciones y sin escuchar a la verdad, mientras su sobrino Coot había sido condenado a galeras. ¿Podía seguir indiferente mientras la verdad seguía siendo desconocida? Quizás estos pensamientos fueron los que le hicieron mártir, muriendo en la hoguera, proclamando la salvación en Cristo.
Fin de la serie sobre Aventrot
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