La pobreza también llegó a muchos de ellos:
Jayme de Lara, un tapicero de Amberes, tuvo que justificarse en 1570 ante la Inquisición de Valencia a causa de varios dichos y actos calificados como heréticos, entre otras cosas de haber trabajado en domingos y días festivos. De un examen más detenido de los testigos constó que De Lara no tenía otro remedio que trabajar en estos días para buscarse la vida.
Enrique de Loe, impresor antuerpiense, adquirió la misma costumbre en La Rochela, entre los hugonotes, aunque por motivos religiosos.
Juan Bautista, un mozo de veinte años, sin profesión, se embarcó en 1556 rumbo a Laredo con la intención de buscarse un buen pasar en España. Completamente solo viajó desde Laredo a Burgos, Valladolid y Toledo, «E no halló en que trabajar». Por fin llegó a Ocaña, donde unos notables locales le tiraron de la lengua al vender sus guantes. Pocos días después se encontró en las cárceles de la Inquisición, acusado de luteranismo.
“La pobreza, el vicio del vino y la vida poco estable de estos flamencos hicieron que los españoles no tardaran mucho en desarrollar los prejuicios que desde la época de Felipe el Hermoso y, ante todo, de Carlos I existían en la Península, calificando a los habitantes de los Países Bajos de borrachos, herejes y seres inmorales´´.
Esta situación dio lugar a una «leyenda negra» inversa, que afectó también a los inquisidores. El mero hecho de ser flamencos les cargó de sospechas participadas, tanto por los inquisidores como por el pueblo español. Corrían los rumores más extraños.
Aún en 1617 unos frailes del monasterio madrileño de la Merced demandaron a su criado,
Martín de la Iglesia, nuevas de Amberes, si en su país vivían tantos católicos como herejes. Un hombre que se encontraba cerca de donde ocurrió la conversación replicó que en los Países Bajos todos eran luteranos. A lo que contestó Martín que había también buenos cristianos. A esto los padres querían saber si Martín había estado en Inglaterra y Alemania, y si en su país todos eran moros y no creían en Dios. Martín les aseguró que los luteranos sí creían en Dios, pero no en la Iglesia católica romana, y que no eran moros.
Semejantes historias salieron de la boca de personas que habían visitado los Países Bajos como soldados, negociantes o simplemente viajeros, y de personas que mantuvieron una correspondencia con vecinos de aquellas provincias. La sinceridad de las noticias dependió la mayoría de las veces de la imaginación del relator.
“La información que dio Francisco Núñez, un comerciante de Sevilla, en 1564 a los inquisidores de aquella ciudad, estuvo próxima a la verdad. Les informó de una carta que le había escrito en octubre de dicho año su hijo, vecino de Amberes, en la que éste describió cómo el vulgo de allí había impedido la ejecución de un hereje al disparar toda clase de proyectiles contra el verdugo y los soldados. El notario antuerpiense Geeraard Bertrijn (1648-1722) escribió, en efecto, en su Crónica de la ciudad de Amberes que «este mismo año de 1564, el 4 de octubre, en la plaza Mayor de Amberes, frente al recién construido ayuntamiento, fue sentenciado y quemado un hereje por la herejía en que creía. Había venido de Brujas y, al llegar el momento de hacer justicia, surgió tanto alboroto y se lanzaron tantas piedras, que el margrave con el alcalde y sus servidores debieron huir”.
Cuando en junio de 1578
Melchior de Herrera, cartero del ejército de Flandes, pasó por Tortuera con gran cantidad de cartas —más de cien—, llamó enseguida la atención de los vecinos de aquel pueblo. Muy pronto corrió el rumor de que Herrera era luterano, porque la gente se había enterado de que era natural de Amberes. El comisario y el corregidor sospecharon que sería espía de los rebeldes holandeses y lo detuvieron sin testificación o prueba de su presupuesto luteranismo. Cuando
Juan Prieto, marinero flamenco que se había establecido en Venecia, insultó en 1610, en el puerto de Ibiza, a varios marineros españoles, le arrestó el comisario de la Inquisición «por ser de la nación que era».
Dos años después, el 25 de marzo de 1612, el licenciado Alonso Vercero, comisario de Escalona, tomó la declaración del sastre Matías de Ocaña contra su compañero
Alejandro Jarlope, natural de Brujas, que trabajaba en el mismo taller pero que poco antes había decidido cambiar de maestro. Según Ocaña, Jarlope era un luterano pertinaz. Vercero no dudó ni un momento y aún en el mismo día, y sin comisión del tribunal de Cuenca, detuvo al flamenco «por ser de tan mala tierra».
Cuántos flamencos no habrían sido presos después de alguna disputa con unos españoles en que éstos hubieran pretendido que los vecinos de los Países Bajos eran todos luteranos y alborotadores, “los flamencos habrían defendido a sus compatriotas —reacción natural— con muchos gritos y, a veces, peleas, confirmando de tal manera la opinión que los inquisidores y la gente común tenían de ellos”. (Werner, 1990, pág. 184)
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