Cuando los Argonautas navegaban hacia la Cólquide, hicieron escala en la isla de Samotracia, para iniciarse en los cultos mistéricos de una diosa con poder sobre los mares. Más tarde, en el siglo II antes de Cristo, un almirante ofrecía un exvoto por un triunfo naval:
La victoria de Samotracia , tal vez uno de los más famosos tesoros artísticos de la humanidad. Está normalmente en el Louvre, pero se presenta ahora en esta exposición, que encuentra su marco ideal en las cavernosas galerías del Coliseo de Roma. Se llama:
El rito secreto. Los misterios en Grecia y Roma.
Estas obras son las únicas fuentes de conocimiento que tenemos sobre unos ritos, de los que apenas hay ningún texto. Ya que no hay literatura que nos explique sus creencias doctrinales o teológicas. Prácticamente, el único testimonio literario que tenemos, está en el undécimo libro de las
Metamorfosis de Apuleyo. El material gráfico es por lo tanto fundamental para conocer estas religiones, sea en bajorrelieves de sarcófagos o urnas cinerarias. Contemplamos así los misterios de Eleusis, la iniciación privada a la diosa de Anatolia, que en Madrid conocemos como Cibeles, la adoración romana a la egipcia Isis y el culto secreto a Mitra, que había llegado de Persia.
RITOS SECRETOS
Los cultos mistéricos se caracterizan por ser iniciaticos, es decir exigen la superación de unas pruebas para que el novicio ingrese en el grupo . Son esotéricos, de manera que manteniéndose ocultos y reservados, resultan inaccesibles para quienes no han superado las pruebas. El silencio es el acuerdo obligado, que se exige a los iniciados para impedir la profanación de los misterios. Como contrapartida, se les ofrece alcanzar la
sotería, es decir la salvación.
La salvación consiste en situarse al margen del
fatum, del destino inexorable. Se pretende así alterar el designio adjudicado caprichosamente a cada cual, por el triunfo sobre el destino. Los misterios de Eleusis (que se celebraban antes de la luna llena de mitad de septiembre), comenzaron como un ritual de fertilidad agrícola, pero incorporaron itinerarios cada vez más importantes para la vida ultraterrena de sus seguidores. Se basa en el mito por el que
la diosa Démeter (a quien los romanos llaman Ceres), rescata a su hija de Hades, el dios de los infiernos. Perséfone permanece así parte del año en los infiernos, pero resurge cada primavera, dando nueva vida.
El mito de Mitra es mucho menos conocido, ya que no conservamos de él más que una colección de imágenes. Se basa en el sacrificio de un toro. Otras veces es la divinidad misma quien se hace humana, padeciendo dolor por sus seguidores. Su sufrimiento se vuelve así en algo ejemplar para el iniciado. Su culto consiste en un rito de tránsito, en el que se representa una muerte ficticia y el renacimiento a una nueva vida. En los misterios de Eleusis, se requería al principio el desplazamiento de sus fieles a un santuario ático, pero estos ritos se hacen luego accesibles a cualquier individuo, cuando los templos se extienden por todo el Imperio.
La aceptación de los
cultos orientales por parte de la población del Imperio romano estuvo motivada por una insatisfacción con la religión tradicional. Estos ritos sin embargo no eran excluyentes de otras manifestaciones religiosas. De hecho, actúan integrándose en el sistema grecorromano. Por lo que estos cultos forman parte de la religión oficial. El Senado romano sólo prohibió el de Dionisios o Baco, cuando en sus bacanales nocturnas se transgredían las separaciones impuestas por el Estado y la moral entre hombres y mujeres, ciudadanos y esclavos.
El culto a la madrileña
Cibeles era mucho más sangriento, debido a la autocastración de sus ministros. En la religión hitita se la llamaba a esa diosa Kubaba. Tenía ante su trono dos grandes felinos, convertidos en leones, al adquirir el nombre frigio de Cibeles. De Grecia pasaría a Roma, donde tenía su santuario en el Palatino. La automutilación se basaba en la muerte de Attis. Esta redención por el sufrimiento ha hecho a muchos pensar en Jesús y la salvación por medio de su cruz y resurrección. Pero ¿qué relación tienen estos cultos con el cristianismo?
¿DE CIBELES A JESÚS?
El primer trabajo que abordó el estudio de la relación entre el cristianismo y los cultos mistéricos es curiosamente, obra de un pastor calvinista , Casaubonus, que explica el sistema sacramental de la iglesia católica como una derivación de estas prácticas paganas. No será sin embargo hasta principios del siglo pasado, que la escuela de la historia de las religiones en Alemania, empieza a asimilar el cristianismo a los cultos mistéricos. Según estos autores, ambos parten de un concepto común: el renacimiento. Se ven así ceremonias iniciáticas como el bautismo, como un mecanismo de acceso a la divinidad. Pero ¿es esto lo que enseña el cristianismo?
Nada más lejos de la verdad. ¿Qué tiene que ver el renacimiento del cristiano, del que habla San Pablo, con los misterios de Deméter/Core, Isis/Osiris, Adonis, Mitra y Atis? Como suele ocurrir además, esta interpretación que parece impugnar el carácter innovador del cristianismo, es luego paradójicamente aceptada y reelaborada por una línea de investigación católica, que defiende el carácter premonitorio de los misterios. A comienzos del siglo XX, se percibieron ya algunos errores metodológicos en los procedimientos empleados por esta escuela. Puesto que lo que hacen estos autores, es sencillamente subrayar las similitudes y atenuar las diferencias.
El cristianismo se convierte así en una amalgama de elementos mitraicos (como el banquete ritual, que antecede a la eucaristía), metróacos (el taurobolio como predecesor del bautismo) o isíacos (la pasión y muerte de Osiris se identifica como origen de la pasión y muerte de Cristo). Se llega así a la famosa expresión de Frazer, que habla de “dioses muertos y resucitados”, como componentes habituales de la mitología. Para colmo, la similitud de vocabulario se utiliza como si fuera una prueba irrefutable de la dependencia del cristianismo de los misterios. El problema es que esta terminología forma parte de todo el ambiente religioso contemporáneo.
La carencia de información que tenemos sobre estos cultos, hace que algunos puedan reconstruir la naturaleza y significado de estos rituales, precisamente a partir del cristianismo. Por lo que en realidad,
las similitudes de estas mitologías con los Evangelios son tantas, como las que pretende ver Sánchez Dragó, cuando habla de Cristo en los Vedas de la India. La definición del bautismo que da Pablo, no tiene ninguna relación con estas creencias mistéricas. Otra cosa es lo que el cristianismo posterior ha hecho de esta herencia pagana. Ya que a partir del siglos IV y V vemos representaciones de la Virgen con el niño en brazos, a semejanza de Isis con el infante Harpocrátes en su regazo. Puesto que el culto mariano no se basa en los Evangelios, tiene que nutrirse del simbolismo iconográfico de otras divinidades femeninas coetáneas que gozaban de gran veneración, fundamentalmente del culto a Isis.
La autoridad imperial transfirió así a los sacerdotes cristianos los privilegios otorgados a los paganos. Los templos son reutilizados, cuando a veces no ha pasado ni siquiera un largo periodo de abandono.
Pero ése no es el cristianismo del Nuevo Testamento, sino el de la iglesia católico-romana. Las muertes de las divinidades mistéricas no son fruto de una elección propia, ya que en estos cultos lo que se llora y lamenta es la pérdida de su dios. Cristo crucificado, sin embargo ejerce triunfante su gobierno sobre el mundo, por el poder de su resurrección. Es por eso que entonces como hoy, no hay otra “esperanza viva” que Cristo resucitado (1 Pedro 1:3). Ese es el centro de nuestra fe, no el mensaje, sino el hecho de su resurrección.
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