El texto bíblico de donde parte su disertación es de
1ª Pedro, 2:13-17 Pe 2:13
“Sed pues sujetos a toda ordenación humana por causa del Señor: ahora sea a rey, como a superior: Ahora a los gobernadores, como enviados por él, para venganza de los malhechores, y para loor de los que hacen bien. Porque esta es la voluntad de Dios, que haciendo bien, embozaléis la ignorancia de los hombres vanos: Como estando en libertad, y no como teniendo la libertad por cobertura de malicia, sino como siervos de Dios. Honrad a todos. Amad la fraternidad. Temed a Dios. Honrad al rey.” La carta que pretendía limar diferencias en el interior del protestantismo, no gustó a los luteranos por su excesiva actitud conciliadora. Además, Corro criticaría duramente la confesión de Fe de Matias Flacio Illirico, pues pretendía restar importancia a las controversias sobre la Eucaristía que enfrentaban a calvinistas y luteranos, dando una visión simbólica de la Cena del Señor.
Pero siguiendo el orden de la carta a Felipe II, resaltaremos aquellas ideas más originales. En primer lugar le dice al rey que “los jueces que dan semejantes sentencias, hacen creer a su real Majestad, que no es la obligación de los reyes y príncipes, mezclarse en el hecho de la religión para conocerlo ni juzgar, siendo, sin embargo, así Señor, que la Palabra de Dios nos demuestra todo lo contrario, dando el encargo a los reyes, príncipes y magistrados de gobernar la Iglesia cristiana.”
El propósito de esta cita estaba más acorde con el deseo de que la “pura y sana doctrina” se pudiese predicar en libertad y para ello reclama la ayuda de rey, siempre que el rey se someta a la “religión sincera y verdadero conocimiento de Dios”.
Después de contar su conversión a la “pura doctrina del Evangelio” y de la arbitrariedad en que se vió envuelto el doctor Egidio en Sevilla, sufriendo “aflicciones, encadenamientos y otros tormentos de cuerpo y espíritu”,
defiende la lectura de la Biblia en lengua vulgar. Es una larga disertación sobre como Dios ha ordenado la lectura de su Palabra y los hombres la prohíben. Habla de la justificación por la fe y que la fe se engendra por la Palabra de Dios, pero “los inquisidores decían que era suficiente vivir la fe universal de toda la Iglesia. Y si yo preguntaba ¿Cuál era la iglesia? Respondían que era el Papa, los cardenales, obispos e inquisidores, los cuales demuestran bien por sus obras, cual sea su fe”.
Será muy duro atacando al papado, a pesar de ser Corro un hombre conciliador. Dirá que el Dos del papado es un Dios cruel, injusto y aficionado a los presentes; “era un Dios inhumano y rigurosísimo para aquellos que n o tenían dinero con que satisfacer por sus pecados” “De ahí, yo veía las consecuencias que traía, esto es que en presencia de ese Dios las conciencias, estaban temblando y llenas de miedo, no teniendo jamás seguridad ni certeza de la voluntad de Dios hacia los pecadores”. Este tema de la seguridad de salvación era importante desde una visión evangélica, pues la visión calvinista de la predestinación dejaba condicionada la salvación y la condenación.
Corro también hace una crítica a todos los sacramentos mandados por el papado, las imágenes, los votos de los frailes y las monjas. Todo lo escribe Corro con una fuerza y emotividad dignas de ablandar el corazón mismo del rey. Dice: “He aquí porque Señor, un
número tan grande de personas en nuestro reino de España, habiendo oído de semejantes abusos y supersticiones de la Iglesia papal, gemían en sus corazones, y no pudiendo poner remedio, suplicaban al Señor de poner su mano, y no pudiéndose ya contener, decían en público y en secreto algunas cosas de esas abominaciones, lo que ha motivado que algunos hayan tenido que salir de vuestro reino y de las tierras de vuestra denominación, y los que han quedado se han visto expuestos a la rabia de los inquisidores; unos han sido quemados vivos, otros han muerto entre las manos crueles de los carceleros de la inquisición, y lo que es peor, toda esta comedia se representa, Señor, en nombre de vuestra Majestad, diciendo que vos sois el que ordenáis encarcelar, matar y quemar a los que conocen tales abusos y desean gozar de la libertad que la doctrina del santo Evangelio de Jesucristo nos promete y nos presenta” (Corro A. d., 2006, pág. 20).
Algunos han considerado a Corro “un calvinista evangélico” cuyo afán era acabar con las diferencias que separaban a los protestantes, sin embargo, y pese a la autoridad de P.J. Hauben con suficientes fundamentos históricos, creemos a Corro, en este documento, mas “evangélico que calvinista”, porque su dialéctica va mas dirigida hacia la iglesia romana y papista que conoce perfectamente, que a las luchas fraternas. Es un calvinismo incipiente en todo caso. “Del Corro –dirá Antonio Rivera- pertenece al período inicial del calvinismo, en el que los discípulos de Calvino, los estudiantes de Ginebra y Lausana, afirmaban su derecho a estudiar las obras de la teología radical o católica, aunque desde luego, para atacarlas”. La controversia papista la convierte en un discurso hacia la misericordia y el amor de Dios y también, como dice Antonio Rivera, “podemos encontrar algunas de las páginas más impresionantes que, acerca de la tolerancia o la libertad religiosa fueron escritas en el siglo XVI.” (Rivera García, 2006, pág. 5) Añadirá más Rivera. Corro es más sorprendente aún que Castelión, si tomamos en cuenta que todavía Corro es calvinista ortodoxo, pero que en su mente estaba el recuerdo del Saco de Roma a consecuencia del cual pudo haberse realizado un concilio universal y restaurar la unidad cristiana. Por eso no resulta chocante que en la última parte de su vida en Inglaterra haya editado el diálogo de Alfonso de Valdés sobre “Lactancio y un arcediano”.
Terminaremos este comentario como termina la carta de Corro, apelando a la libertad religiosa; a que los conflictos religiosos y políticos encuentren la paz y poder vivir “en libertad para seguir lo que Dios le enseñase”. “Alguien pudiera objetar a esto, diciendo a Vuestra Majestad, que es imposible tener paz ni reposo público en donde quiera se profesen igualmente dos religiones igualmente.”
Del Corro dará varias razones, de cómo entre los turcos conviven tres religiones, de cómo el Papa tiene judíos en sus tierras y los favorece y los guarda bajo su protección, les permite tener templos y cultos porque gana dinero con ello, mientras entre cristianos “dos clases de religión que convienen las dos en recibir a Jesucristo como su Redentor y que solamente difieren en que los unos dicen que el Padre celestial presenta gratuitamente la reconciliación, ganada por ese Redentor y eterno sacerdote Jesús, sin precio y sin dinero, ni de buenas obras ni méritos, de parte del hombre, y que la aplicación de tal beneficio se hace por la operación admirable de la divina Palabra y del Espíritu Santo, que produce la fe en los creyentes para que abracen ese beneficio, sin que esto se deba ni a la diligencia, ni a la santidad de los hombres ni a cualquier otra ceremonia o institución; mientras que los otros enseñan todo lo contrario, queriendo hacer depender el beneficio de nuestra reconciliación, regeneración y justificación de algunas ceremonias y buenas obras o méritos, viniendo de parte de los hombres”. En pocas líneas Corro ha descrito la historia de la salvación con todo lujo de detalles y solo pide al rey que interceda para la concordia de la iglesia cristiana. Está claro que para Corro solo hay una iglesia y esta es la de Cristo.
1) Resulta sorprendente el esfuerzo de “Revista Cristiana” que dirigía Federico Fliedner, que antes de 1902 ya había publicado: Leche espiritual. Comentario a los Salmos .Parangones y Alfabeto cristiano de Juan de Valdés. La única carta que existe en español de Casiodoro de Reina. Artes de la Inquisición española por Reinaldo González Montes. La introducción al Nuevo Testamento y las Memorias de Francisco de Enzinas. Tratado de la Misa y su santidad y el Tratado del Papa y de su autoridad de Cipriano de Valera.
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