La obra de Jeff Feuerzeig es una combinación de varias películas en
súper 8 y casetes grabadas por el mismo, alternadas con entrevistas a las personas que le conocen.
Su condición maniaco-depresiva no sólo moldea sus canciones, sino que también afecta su incapacidad para enfrentarse al público. El retrato de este espíritu marginal, alabado y admirado por gente como Tom Waits, Kurt Cobain o Matt Groening, el creador de los Simpsons, se centra en su enfermedad, sus obsesiones religiosas, amores imposibles, estallidos de agresividad y arrebatos de euforia…
La música aquí, no es tan importante como su persona, que convertido en una leyenda, se ha vuelto en un personaje, en el que el genio se oculta bajo la locura, mitificando la pureza de un arte al margen de toda industria y calidad comercial. Volvemos al viejo escenario del artista incomprendido, en su lucha por una creación que nace naturalmente como fruto de una inspiración espontánea, lejos de los artificios de una sociedad de consumo, pero en la que el delirio se solapa con la realidad…
SIMPATÍA POR EL DIABLO
Un tema persistente en la tradición popular del folklore de la población afro-americana del Sur de Estados Unidos es el encuentro con el diablo. Viene cuando uno espera en una encrucijada a medianoche y Satanás le ofrece complacer los deseos de su corazón, a cambio de su alma. Es el tema de muchos
blues, a partir de Robert Johnson (1912-1938), que atribuía a ese encuentro su extraordinaria capacidad para tocar la guitarra y componer canciones como
Hellbound On My Trail o
Me And The Devil Blues. Aquellos que han querido romper por lo tanto con una educación evangélica, se han sentido siempre por eso especialmente atraídos por esa ruptura con las normas, que representa el rebelde hedonista que llaman diablo.
Los orígenes del rock´n´roll están íntimamente unidos a esa cultura religiosa norteamericana. Todos los pioneros de aquella revolución que hubo en la música popular en los años cincuenta, estaban claramente vinculados al mundo evangélico. Elvis Presley y Jerry Lee Lewis eran de Asambleas de Dios, una denominación
pentecostal nacida en Arkansas en 1914, que en la Segunda Guerra Mundial se convierte en una iglesia más importantes de Estados Unidos.
Chuck Berry, Little Richard y Buddy Holly iban desde pequeños a iglesias bautistas, pero estuvieron también influenciados por las reuniones de
avivamiento, en que se bailaba y hablaba en otras lenguas.
La lucha de todos ellos sin embargo, es cómo vivir una vida cristiana, cuando se sienten atraídos por un mundo, que ven dominado por el diablo...
Jerry Lee Lewis por ejemplo, estudió en un instituto bíblico al suroeste de Texas, donde fue expulsado a los tres meses por tocar el himno
Mi Dios es real a ritmo de
boggie-woogie en la capilla de cada mañana. Su primo Jimmy Lee Swaggart sin embargo llegó a ser uno de los más conocidos
tele-evangelistas, hasta el escándalo sexual que acabó con su carrera en los años ochenta. Cuando Lewis estaba grabando su famoso
Great Balls Of Fire en 1957, se dice que dejó de tocar, diciendo que eso era “música del mundo”. Su productor, que era el mismo de Elvis Presley, Sam Phillips, intentó razonar con él, pero él gritaba: “¡No!, ¡no!, ¿cómo puede el diablo salvar almas?”, concluyendo: “Yo tengo el diablo dentro de mí, si no, sería cristiano…”
¿UNA LUCHA PERDIDA?
Esta peculiar teología de Lewis la encontramos todavía en los años setenta en una entrevista con Rolling Stone, en la que cuenta: “Fui educado para ser un buen cristiano, pero no lo logré, supongo que era demasiado débil”. Cuando uno lee frases así, no puede uno menos que conmoverse, al igual que al oír a Johnston hablar de su lucha perdida con el diablo, en este documental. En los ochenta, Lewis es acusado de casarse con una prima menor de edad y su mujer aparece muerta en su casa, pareciendo que él es el responsable. Su comentario fue: “Debí haber sido cristiano, pero era demasiado débil para el evangelio, tendré que dar cuentas a Dios en el Día del Juicio”.
El patético cuadro de Johnston no nos habla sólo del poder del diablo, sino de nuestra propia miseria. Todos somos débiles. Ninguno da la talla. Todos nos sentimos irremediablemente fascinados por la atracción de un mundo, que nos presenta sus atractivos como un espejismo, pero que nos deja hundidos, como a Johnston.
El Evangelio no es sin embargo para aquel que siente que puede vivir una buena vida, sino para todo aquel que confesando su impotencia, confía en el poder del Evangelio para salvarnos. Así que hay redención posible: ¡Cristo es capaz de librarnos de toda maldad!
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