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Mi doble y yo

La figura del doble llena la literatura y el cine en un intento de acercamiento a ese profundo misterio que es nuestra tremenda ambigüedad moral. Un fascinante repaso a este tema nos recuerda la aparente dualidad de ese ser “demediado, mutilado, incompleto, enemigo de si mismo”, que nos dice Italo Calvino, que “es el hombre contemporáneo”.
MARTES AUTOR José de Segovia Barrón 30 DE JULIO DE 2007 22:00 h

En una de las novelas que forman la trilogía Nuestros Antepasados, (Alianza Tres, 1986), El Vizconde demediado (1951), Calvino cuenta la historia de un caballero partido por la mitad, de arriba abajo, por una bala de cañón, en una batalla contra los turcos. Al regresar a sus tierras, una mitad hace buenas acciones, mientras que la otra resulta ser extraordinariamente cruel. Medio vizconde asola la vida de los pobres campesinos, mientras el otro medio se dedica a hacer el bien en cuerpo y alma. De la espiral de maldad que crea la mitad que llaman el Cojo, no se salva ni su propio castillo, al provocar un fuego en el que intenta matar a su nodriza, Sebastiana. Pero esta mujer, sorprendentemente empieza a ver que los “extraños accesos de bondad” de esa otra mitad, que llaman el Bueno, empieza a traer también consecuencias indeseables:
-“Tú le has regalado tu muleta al viejo Isidoro…
- Sí, ése si que fui yo…
- Y aún presumes? La utilizaba para apalear a su mujer pobrecita…
- Él me dijo que no podía caminar a causa de la gota…
- Fingía… Y en seguida le regalas la muleta… Ahora la ha roto en la espalda de su mujer y tú andas apoyándote en una horquilla de palo…
No tienes cabeza, ¡eso es lo que te pasa!”


Esa bondad indiscriminada e irreflexiva hace que el personaje principal de La peste (1946) de Camus (Alianza, 1996), el Dr. Rieux, observe que “el mal que existe en el mundo proviene casi siempre de la ignorancia y de la buena voluntad sin formación, que puede ocasionar tantos desastres como la maldad”. Es la caridad de Viridiana (1961) de Buñuel, que causa más trastornos que remedios. Esa ambigüedad toma la forma en la literatura decimonónica de la representación de nuestra sombra. Esta se descubre en la superficie del agua o los espejos, si no es una alucinación mortificante, como la que asalta al asesino de Stevenson, Markheim, en el relato del mismo nombre.

¿SOMBRA O ESPEJO?
El modesto funcionario de El doble (1846) de Dostoyevski (Alianza, 2000), presiente la mano del diablo en la aparición de su doble, cuando el señor Goliadkin se lo encuentra la primera vez una fría noche en la que se le impide entrar en una fiesta de la alta sociedad, a la que se imagina ha sido invitado, y donde espera encontrar a la mujer de sus fantasías.

Ofendido, sale entonces de la oscuridad un hombre idéntico a él, que entra en su vida para convertirse en una pesadilla permanente. Esa misma noche, al regresar a su casa descubre que su doble se le ha adelantado, encontrándole en el trabajo a la mañana siguiente, sentado justo a su lado. Le robará informes, llevándose las felicitaciones de sus superiores y le dejará deudas en los restaurantes, mientras ocupa su lugar en todas las fiestas. Pero se parece tanto a él, que cuando se lo encuentra, parece que se está mirando un espejo. Al final descubre que habita sólo en su imaginación, cuando le lleva ya su médico a un hospital psiquiátrico, donde va a ser recluido...

Esa misma alucinación sufre William Wilson (1839) en una de las Narraciones extraordinarias (Valdemar, 2002) de Poe. Su personaje es un vividor desde el colegio, muy popular entre todos, menos uno… “que, sin que le uniese ningún parentesco, llevaba el mismo nombre y el mismo apellido”. Este dice: “se permitía rivalizar conmigo en los estudios, en los juegos y en las disputas que ocurrían durante el recreo, rehusar una ciega creencia a mis asertos y una completa sumisión a mi voluntad; en una palabra, oponerse a mi dictadura en todos los casos posibles”. Su vida de disolución, carente de toda decencia, llena de orgías y embriaguez, le hace con sus trampas estar siempre dispuesto a desplumar a cualquier inocente, si no fuera por la continua aparición de su doble, con el que se acaba enfrentando a muerte en una fiesta. Al clavarle la espada repetidas veces en el pecho, “con la ferocidad de un tigre”, descubre su propia imagen en el espejo, “con semblante pálido y manchado de sangre”…

En esta historia se basa la película El estudiante de Praga de 1912, dirigida e interpretada por Paul Wegener. El joven Balduino se encuentra aquí, después de una vida de juergas con un viejo siniestro, que le ofrece su ayuda. Mientras pasean charlando son casi arrollados por un caballo desbocado. Al rescatar a la amazona del agua de un lago, resulta ser la hija de un conde, de la que por supuesto se enamora inmediatamente. El oscuro Scapinelli le promete entonces una fortuna, a cambio de alguna cosa que elija de su miserable habitación de estudiante. Convencido de que nada tiene de valor, Balduino acepta, sin darse cuenta que lo que el viejo busca es su reflejo en el espejo. Al ser retado a muerte por el pretendiente de la dama, se encuentra a continuación con su doble, que regresa ya del duelo, limpiando con su capa la espada ensangrentada. Ha faltado así a su palabra al conde, y se tiene que despedir de su amada, que al mirar al espejo descubre que Balduino no tiene sombra. Desesperado, el estudiante dispara contra su doble, que al otro lado del cristal mira el dolor del pecho atravesado, con que se ha dado muerte a si mismo...

LA LUCHA
La película El Club de la Lucha (1999) está basada en una novela de Chuck Palahniuk (El Aleph, 2003). Es tal vez la última versión de esa tragedia que viene de ignorar que todos tenemos un doble. La cuenta un narrador, que es al mismo tiempo su protagonista, pero del que desconocemos su nombre. Es alguien que trabaja en una cadena de montaje de la industria del automóvil en una gran ciudad norteamericana a finales del siglo XX. El personaje interpretado por Edward Norton se dedica en su tiempo libre al apoyo de enfermos terminales, mientras comparte su casa con Brad Pitt, que trabaja por la noche, víctima del insomnio, pero es en realidad un peligroso terrorista llamado Tyler Durden. Lo original de esta novela, que ha adaptado bastante literalmente David Fincher, está en que el doble no se le parece físicamente en nada. Uno es atractivo y fuerte, mientras el otro es anodino y flojo. Pero cuando el protagonista/narrador finalmente descubre que todos le llaman Tyler Durden, porque él es Tyler Durden, piensa que la única forma de deshacerse de él es por un tiro en la boca.

“Si eres varón, y eres cristiano y vives en Estados Unidos”, dice Durden en la novela y en la película, “tu padre es tu modelo de Dios”. El problema es que el padre del personaje de Brad Pitt no era realmente su padre, ya que su madre vivía desde que él tenía 6 años con otro hombre. Pero antes, cada vez que uno de sus padres entraba en la habitación, el otro desaparecía, haciendo él de recadero. “Y si nunca conociste a tu padre; o si está en libertad bajo fianza, o se muere o nunca está en casa, ¿qué piensas de Dios?”. El problema, como Stevenson nos enseña en El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde (1886), parte del fondo mismo del alma humana.

“Fue en la faceta moral, y en mi propia persona –confiesa el Dr. Jekyll-, donde aprendí a reconocer la completa y primitiva dualidad del hombre; me di cuenta de que, las dos naturalezas que luchan en el campo de batalla de mi conciencia, aun cuando podía decirse con razón que yo era cualquiera de las dos, ello se debía únicamente a que era radicalmente ambas.” (Valdemar, 2003, pág. 112)

EL MAL ESTÁ EN MÍ
“Porque lo que hago no lo entiendo”, dice Pablo, “pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco eso hago” (Romanos 7:15). “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (19). ¿Cómo es eso posible? Lo que descubre el apóstol es que, “queriendo hacer el bien”, halla un principio de vida, una ley que lucha contra él desde su propio interior: “el mal está en mí” (21). Es por eso que el hombre no está sólo debilitado y enfermo, sino que es esclavo de sí mismo: “cautivo de la ley del pecado que está en mis miembros” (23). “¿Quién me librará?”, entonces (24).

¡La sola gracia de Dios, por la obra del Señor Jesucristo! (25). “Porque lo que era imposible” para mí, “por cuanto era débil por la carne”, Dios lo ha hecho posible, “enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó el pecado en la carne” (8:3). Nuestro doble ha sufrido así un golpe mortal en la cruz, por lo que “si Cristo está en nosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, más el espíritu vive a causa de la justicia” (10) de Cristo. Es así como podemos ser libres de nosotros mismos, al dejar de descubrir nuestro rostro en el espejo, viendo Aquel a cuya semejanza esperamos ser transformados un día, al contemplar su gloria, “en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18).
 

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