También hay que reconocer que algunos estudios han sido más rigurosos e imparciales y hoy pueden verse a menudo ensayos sobre las aportaciones de nuestros reformistas a la lengua española. Menéndez y Pelayo ya nos dejó pinceladas hermosas al Diálogo de la Lengua (1535) de Juan de Valdés, o la Gramática de Carrasco y la de Villalón. Nos descubre el gran polígrafo que cuando Mayans imprimió el “Diálogo” no pudo o no quiso revelar el nombre de Juan de Valdés y que en la mayoría de las historias de literatura ni se habla de este.
“Si Antonio de Nebrija no hubiera escrito antes su Gramática, ortografía y vocabulario no tendríamos reparo en conceder al hereje de Cuenca el título de padre de la filología castellana. Fue el primero que se ocupó en los orígenes de nuestra habla, el primero que la escribió con tanto amor y aliño como una lengua clásica, el que intentó fijar los cánones de la etimología y del uso, poner reparo a la anarquía ortográfica, aquilatar los primores de construcción y buscarlos en la lengua viva del pueblo, sin desdeñar los refranes que dicen las viejas tras el fuego y que había recogido el marqués de Santillana. Grandes méritos son éstos, aunque no justifican la intolerante y provincial aversión del castellano Valdés contra el hispalense Nebrija, que en muchas cosas le había precedido, y a quien, sin consideración, muerde y zahiere.”
Una curiosidad del Diálogo es que trae a la discusión actual el origen de la lengua y explica con esa gran maestría que siempre tiene Menéndez y Pelayo en la crítica literaria, lo que entendía Juan de Valdés sobre estos orígenes:
“La primitiva que en España se habló no fue el vascuence, sino que tenía mucha parte de griega. Para sostener esta paradoja, recuerda las colonias de la costa del Levante y trae etimologías más que aventuradas de algunos vocablos castellanos. Ya en terreno más firme, reconoce que la lengua latina es el principal fundamento de la castellana y demás romances de la Península, no sin algún influjo arábigo; principio filológico que, con ser tan evidente, siempre era un mérito proclamarle a principios del siglo XVI, cuando en el XVIII y en éste no han faltado escritores que, con la mayor formalidad, hayan querido derivar nuestro generoso dialecto latino de orígenes godos y hebreos, ya en las palabras, ya en la construcción. Gracias a Dios, ha venido la ciencia de Federico Díez, la filología romance, con la misma severidad en sus procedimientos que las ciencias naturales, a desterrar todas estas sofísticadas invenciones y retóricas de gente ociosa y a hacer triunfar el buen sentido del autor del Diálogo, de Aldrete y de Mayáns.”
Menéndez Pidal ha dicho que el
Diálogo de la lengua de Juan de Valdés parece la justificación teórica de la obra poética de Garcilaso de la Vega, que a la vez que es exquisita está hecha con términos “no nuevos ni desusados de la gente», pero también «muy cortesanos y muy admitidos de los buenos oídos”.
Para Pedro Correa Rodríguez es el
Diálogo de la lengua, escrito al margen de toda preocupación religiosa y nacido con el bello propósito de hacer asequible nuestra lengua al grupo de discípulos más allegados.
Aunque la única razón fuera ésta, la obra, por su rara perfección, abarca unas inmensas posibilidades, La apología de la lengua, los secretos del casticismo, el habla jugosa y viva, la evocación en vivaz panorámica de las letras del momento, constituyen un documento fabuloso y único que pone al descubierto la grandeza de un idioma que estaba a punto de ser lengua universal.
El Diálogo de la lengua es mucho más que una seca gramática: hay en él intentos filológicos, atisbos de ciencia del lenguaje, crítica literaria, todo ello sazonado por la visión certera del autor que corrige y precisa, Viene a ser una especie de manual del perfecto conversador escrito con mesura, gracia y conocimiento de causa.
Por la elegancia de su estilo se puso en entredicho la paternidad de la obra, pero hoy la crítica más seria considera prudente atribuirla a Juan y no a Alfonso, porque la efusividad de éste contrasta con la absoluta imparcialidad que muestra el autor al conversar con sus oyentes italianos. Justa es la obra lograda de Valdés y únicamente por ella merece un puesto en la historia literaria.”
No faltan quienes ven en esta obra “la clave para entender el ideal literario y lingüístico erasmista: verosimilitud en la narración, sencillez y precisión en el estilo e imitación de la lengua hablada” pero entendemos que tanto la originalidad de Juan de Valdés en su teología como en estos trabajos filológicos estaban mas influidos por el espíritu de Alcalá mas próximo a Cisneros que a Erasmo.
(1) Juan Bautista Vilar. “El filólogo, helenista y reformador religioso Juan Calderón, en la emigración liberal española de 1823-1833”, en VV. AA. Antiguo Régimen y Liberalismo. Homenaje al profesor Miguel Artola, 1994, t. III, pp. 619-626.
JUAN CALDERÓN CERVANTES VINDICADO EN CIENTO Y QUINCE PASAJES DEL TEXTO DEL INGENIOSO HIDALGO D. QUIJOTE DE LA MANCHA QUE NO HAN ENTENDIDO O QUE HAN ENTENDIDO MAL ALGUNOS DE SUS COMENTADORES O CRÍTICOS. Edición, introducción y notas Ángel Romera Valero. Alcázar de San Juan 2005
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