Tampoco la Biblia de Casiodoro tuvo el éxito de difusión que tuvo la alemana:
"Todos los que conocían el alemán, nobles y plebeyos, los artesanos, las mujeres, - dice un contemporáneo de Lutero -
todos leían el Nuevo Testamento con el más ferviente deseo. Lo llevaban consigo a todas partes; lo aprendían de memoria; y hasta gente sin instrucción se atrevía, fundando en las Sagradas Escrituras su conocimiento, a disputar acerca de la fe y del evangelio con sacerdotes y frailes, y hasta con profesores públicos y doctores en teología." La Biblia del Oso de Casiodoro tuvo que luchar con la Inquisición que enseguida mandó recoger los ejemplares, aunque, como dirá Cipriano de Valera al escribir en el prólogo de su Biblia de 1602 que “los dos mil y seyscientos exemplares [de la traslación de Cassiodoro de Reyna] por la misericordia de Dios se han repartido por muchas regiones. De tal manera que hoy casi no se hallan exemplares, si alguno los quiere comprar”.
Menéndez y Pelayo escribe en su célebre Historia de los Heterodoxos Españoles: «Los trabajos bíblicos, considerados como instrumento de propaganda, han sido en todo tiempo ocupación predilecta de las sectas protestantes. No los desdeñaron nuestros reformistas del siglo XVI: Juan de Valdés puso en hermoso castellano los Salmos y parte de las Epístolas de San Pablo; Francisco de Enzinas, no menor helenista, vertió del original todo el Nuevo Testamento; Juan Pérez aprovechó y corrigió todos estos trabajos. Faltaba una versión completa de las Escrituras, que pudiera sustituir con ventaja a la de los judíos de Ferrara, única que corría impresa, y que por lo sobrado literal y lo demasiado añejo del estilo, lleno de hebraísmos intolerables, ni era popular, ni servía para lectores cristianos del siglo XVI. Uno de los protestantes fugitivos de Sevilla se movió a reparar esta falta; emprendió y llevó a cabo, no sin acierto, una traducción de la Biblia y logró introducir en España ejemplares a pesar de las severas prohibiciones del Santo Oficio. Esta Biblia, corregida y enmendada después por Cipriano de Valera, es la misma que hoy difunden, en fabulosa cantidad de ejemplares, las Sociedades Bíblicas de Londres por todos los países donde se habla la lengua castellana. El escritor a quien debió nuestro idioma igual servicio que el italiano a Diodati era un morisco granadino(¿?) llamado Casiodoro de Reina».
No parecen hoy estar muy de acuerdo, los estudiosos del idioma, con Karl Vossler cuando dijo que“ el castellano se convirtió en el idioma mundial español, pero su extensión por otros países y su conquista de los ánimos tuvo lugar harto rápida e impetuosamente para que las preocupaciones artísticas, las diferencias filológicas y la conformación literaria del vocabulario pudieran seguir a la par y acompañar con la suficiente eficacia esta carrera triunfal”
Las aportaciones de nuestros reformistas del XVI demuestran que tras la abundante literatura producida y traducida, la enseñanza del castellano se asentaba en pautas filológicas bien concretas. Como dirá el filólogo Juan Miguel Lope Blanch : “Sin entrar en innecesarias comparaciones con lo realizado en otros países europeos en torno a las investigaciones lingüísticas, me atrevo a pensar que la actividad filológica española del Siglo de Oro ha sido relativamente la más importante, la más vigorosa y la más original de toda la historia lingüística hispánica”.
El iniciador de la enseñanza del español en la Gran Bretaña fue el protestante sevillano Antonio de Corro, quien antes de llegar a Inglaterra había residido largo tiempo en Francia, donde, hacia 1560, escribió unas breves
Reglas gramaticales para aprender la lengua Española y Francesa que pudo publicar en Oxford, ya en 1586, y hacer traducir después al inglés, para que fueran impresas en Londres con el título de
The Spanish Grammar. Corro fue el único gramático español cuya obra se publicó en Inglaterra; todos los demás lingüistas que se ocuparon allí en enseñar la lengua castellana fueron ingleses.
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