Resulta sumamente curioso que tras proclamar Bejarano la presencia de “innumerables herejes” que “llenaron las cárceles” además del “crecido número de fugitivos”, califique la Reforma de
salpicaduras, cuando los arrestados además eran del componente intelectual, con la repercusión que suele tener siempre la enseñanza. Este hecho contradictorio se repite constantemente.
A la congregación napolitana de Juan de Valdés, dice Bejerano que asistían unas tres mil personas, pero está claro que al ser de la aristocracia (incluso de la Corte del Virrey como Segismundo Muñoz y Juan de Villanueva) y algunas de la nobleza catalana y valenciana, su influjo fue importante. Lo curioso del caso de los hermanos Valdés, es que después de la obra de Bataillon “Erasmo y España” a muchos historiadores y pensadores les ha entrado, como dirá Gustavo Bueno, la “erasmomanía”. Una enfermedad que consiste en llamar “erasmismo español” a toda idea heterodoxa y contraria al catolicismo, pero que actúa de subterfugio para no salirse del redil de la ortodoxia romana. Cierto es que Bueno tampoco entra en el tema para definirlo, pero al menos denuncia en su “España frente a Europa” que los hispanistas extranjeros frente al complejo de inferioridad español, muestran su complejo de superioridad consciente o inconscientemente.
Acierta Gustavo Bueno al afirmar que las críticas a las supersticiones católicas, al culto a los santos, a las ceremonias litúrgicas, al celibato eclesiástico, a la confesión auricular, a la oración vocal, etc, eran compartidas ampliamente por muchos individuos de la época. La reforma espiritual del siglo XVI, que comenzó Cisneros, era una necesidad sentida en España, por la pluralidad religiosa y el decaimiento espiritual del catolicismo. Pero no se debe describir como erasmista todo lo que en la España del Renacimiento tenga que ver con esta supuesta “espiritualidad nueva”, polarizándola en torno a Erasmo.
Es cierto por ejemplo que Alfonso y Juan fueron amigos de Erasmo. Ambos sabían del conocimiento de Erasmo y este sabía de la cultura y espiritualidad de ambos, pero como se pregunta Gustavo Bueno, ¿se puede llamar erasmista a Alfonso de Valdés, porque en su “Díalogo de Lactancio” haga decir de las esposas “mantenéislas vosotros y gozamos nosotros de ellas” como una crítica erasmista del celibato clerical? Pero quizás el descuido o el atrevimiento surgido de la fiebre erasmiana, llegue a su mas alto grado de incongruencia cuando en 1968 Ángel Alcalá publicase un artículo titulado “Juan de Lucena y el “
pre-erasmismo español” como si Lucena no tuviese entidad propia para ser un reformador en ciernes y no solo un “amante de la interioridad, de la sinceridad sobre la vida, la razón como guía, la tolerancia como programa y la reforma como meta”.
Como no se le podía llamar erasmista por ser anterior a Erasmo, se le llama pre-erasmista y así se le disimula cualquier heterodoxia contraria al catolicismo.
En el caso de Juan de Valdés, las ideas reformadoras y evangélicas las tomará de Alcaraz, dentro del esquema de una de las ramas de alumbrados, que se adelantaron a la Reforma luterana en diez años. No eran alumbrados que se creían con poderes taumatúrgicos, ni de los que anunciaban acontecimientos proféticos, ni simulaban éxtasis o realizaban levitaciones, ni mostraban estigmas y toda suerte de fenómenos sobrenaturales. Algunos de estos personajes extravagantes, mostraron conductas y actitudes morales aberrantes, de manera que fueron pronto vigilados y pasaron por el Tribunal inquisitorial.
En ese despertar espiritual, muchos de los alumbrados y otros grupos religiosos, según narra Pedro Santonja, se habían mezclado de tal modo que la Inquisición llega a confundir los begardos de los beguinos de carácter ascético.
Muchos de ellos adquirirán ideas evangélicas de los cátaros y valdenses –los begardos- y la de quienes se inclinaban a la vida pobre y espiritual – los beguinos- mas en consonancia con la Tercera Orden de San Francisco.
Los alumbrados de Escalona, entre los que creció el muchacho Juan de Valdés estaban muy familiarizados con el Nuevo Testamento, que comentaban en pequeños grupos y que al interpretar sin el control de la jerarquía y de los doctores también serían perseguidos.
Todas estas mezclas religiosas no pueden llamarse ni pre-erasmismo ni erasmismo, porque son concepciones alejadas de la razón y ética propuestas por Erasmo. El pensamiento equilibrado de José C. Nieto sobre Juan de Valdés y los principios de la Reforma en España muestran, con sorpresa, que la mayoría de los historiadores no se han fijado en las posiciones teológicas valdeseianas y por ello buscan orígenes y principios erasmistas en base a las denuncias hechas por Erasmo y no en el fundamento de las concepciones teológicas reformistas y casi luteranas, que se aproximan mucho a la espiritualidad del XVI en España.
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