El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Monroy sabe cómo adentrarse en lo más profundo del alma de los autores que estudia.
El libro del erudito francés se centra mayormente en las leyendas surgidas en torno a la muerte de Magdalena y los lugares que reclaman su cuerpo.
Lope concibe a la Magdalena como una prostituta de tipo cortesano, su honra puesta en boca del vulgo, la lujuria siempre presente entre sus pecados. Ninguna de estas miserias tienen apoyo en la Biblia, pero Lope ignora el Libro sagrado y prestigia la imaginación.
En 1999 publicó el explosivo libro que comento, al que siguió otro titulado “Fátima S.A.”, donde sugiere que los negocios de turismo en torno a la Basílica “son utilizados para lavar dinero negro”
Todo el morbo de la leyenda que ahora circula en torno a María Magdalena parte del desconocimiento de los Evangelios. Esta maraña de teorías y de leyendas en torno a la santa de Magdala, la primera persona que vio a Jesús resucitado, tiene su origen en falsas interpretaciones de los libros sagrados.
Hoy, aquí, me voy a ocupar de los supuestos milagros que las también supuestas vírgenes realizan.
Para Bruckberger, Magdalena era María de Betania, y también esta María era la misma de la que habla Lucas.
Los años han pasado y las profecías de las apariciones de la supuesta Virgen no se han cumplido.
María Luisa Luca de Tena y Brunet dedica un largo artículo biográfico a la primera persona que vio a Jesús resucitado: María de Magdala.
Todas las apariciones han sentido la misma maniática preocupación por quedar materializadas en imágenes.
“Mary Magdalene” se divide en tres actos. Los personajes principales son el tribuno romano Lucius Verus, el filósofo Annceus Silanus, Appius y Coelius.
La hostia es una invención de la Iglesia católica, es un producto de la mente humana, por lo que no puede, de ninguna manera, ser autorizada por Dios.
La Magdalena del autor danés Lars Muhl nada tiene que ver con la tierna figura femenina que aparece en los cuatro Evangelios inspirados.
Donde Dios no esté, allí está el infierno, sin más necesidad de demonios torturadores ni de ollas de aceite hirviendo.
Régis Burnet traspasa la frontera de lo ético y llega a la blasfemia. Juega con dos términos que pocas veces coinciden, proximidad y sexualidad. Si todas las personas que mantienen una relación de proximidad con otras derivaran en prácticas sexuales, la sociedad sería un caos.
La inmaculada concepción de la Virgen y el Purgatorio son otros dos de los dogmas antibíblicos expuestos en Fátima.
La Magdalena, muerta hace unos dos mil años, ¿dónde está? ¿En el cielo? En todo caso, en espíritu. Un espíritu, ¿puede alargar la mano a un ser mortal y entregarle “unos rollos pergaminos”?
Las supuestas apariciones de la Virgen a tres niños en Fátima plantea interrogantes que aún no han sido resueltos.
Las invenciones e imaginaciones hasta resplandor tienen, sin ser soles ni estrellas. La imaginación de un escritor tiene el don de persuadir al lector de que lo que lee es ciencia pura, sin atender a los gritos contrarios de la razón.
Quienes dicen desde afuera que no hay libertad religiosa en Cuba deben viajar a la isla y comprobarlo por ellos mismos.
Venezuela está viviendo hoy una de las peores crisis política y económica de toda su historia.
Estoy firmemente convencido de que en la novela de Ki Longfellow se está cumpliendo la profecía del apóstol Pablo: “vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2ª Timoteo 4:3-4).
Acabo de regresar a Madrid después de un largo viaje: Colombia, Venezuela y Cuba.
“Desterremos de nosotros toda sospecha”, gritaba Séneca. La sospecha envanece, escribía años después el apóstol Pablo. ¿Se puede atribuir a la sospecha naturaleza de verdad? La autora del libro admite que su hipótesis es pura sospecha, pero lectores ávidos de sensaciones nuevas digieren estos cuentos sin más.
Entre Dan Brown con su “Código Da Vinci” y Juan Arias con su “María Magdalena” transcurren dos años, pero el cura apóstata da la razón al novelista inventor de fábulas.
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