El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Hoy quiero referirme a la que nos transmiten los libros.
No se hace una auténtica lectura de la Biblia en clave de solidaridad, en clave de ese escándalo de la humanidad que es la pobreza en el mundo. Sin embargo, esas claves son centrales en la Biblia.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible proponen una "visión absolutamente ambiciosa y transformadora", según el propio texto, para lograr un mundo sin pobreza, hambre, enfermedades o violencia.
Es difícil conseguir el visado porque no se quieren recibir más refugiados. Son muchos los que quieren salir y Europa ya no quiere más refugiados.
Defender sólo a los no nacidos e ignorar a los ya nacidos, que lo están pasando mal, es una incongruencia. Nosotros estamos inclinados a actuar en este ámbito, pero reconocemos las necesidades que hay en muchísimos otros sectores de la sociedad.
Debemos entender que es un mandato publicar las obras del Señor… y buscar los espacios y tiempos para hacerlo… y si no los hay… ¡crearlos!
No estamos muy acostumbrados al mestizaje de géneros literarios, pero conviene mezclarlos: así es posible que se alcance a muchos más corazones.
Nunca vi a Aurelio como alguien que defendía una tradición frente a la mía, ni a mí mismo como portavoz de otra distinta. Hablamos como dos individuos, frente a frente, con un solo propósito: conocer mejor a Cristo.
Toda esta problemática no es de fácil solución. Significa compartir, reorganizar lo que estaba bien ordenado. Y surge el temor; y del temor puede originarse la xenofobia, la intolerancia, el rechazo.
No creo que hoy falten plataformas en el mundo evangélico para predicar sobre justicia social; creo que faltan testimonios de vida.
Hoy recuperamos un reportaje publicado en agosto del 2013, en el que abordamos un tema que es para todos los tiempos.
Con eso de que no somos del mundo, olvidamos que vivimos en sociedad, con derechos, obligaciones, y regidos por leyes comunes. Hay temas sociales, políticos, económicos, culturales, que nos afectan, a veces mucho.
Si los cristianos queremos que dejen de considerarnos un residuo del catolicismo, tenemos que tirar ese muro que durante décadas hemos formado para distanciarnos “del mundo”. Esa actitud es de lo mejor que podemos legar a la gente que empieza
En los 66 libros de la Sagrada Escritura hay más preocupación social, más interés por los pobres que en todos los escritos de Marx, incluyendo El Capital y El manifiesto del partido comunista.
Muchas iglesias se decantan más por la denuncia de ciertas manifestaciones de inmoralidad sexual, dejando a un lado otros males iguales o más graves que incluso penetran en nuestra forma de vida como cristianos.
Cerca de 600 estudiantes cristianos, distribuidos por toda España, están dando testimonio entre sus compañeros.
La Reforma abrió el mundo a conceptos nuevos de libertad, respeto y dignidad del hombre.
El abrazo del olvido quiere tapar; el abrazo del rescate quiere sacar a la luz. Gratitud para todos los que abrazan la verdad.
Me maravilla la capacidad de Jacqueline Alencar para reunir a un grupo de valiosos escritores en torno a su revista.
Para mí el desafío es el equilibrio: no somos del mundo, pero somos enviados al mundo; y hay mucha tradición evangélica y zona de comodidad de la que debemos desprendernos para ir, y acercarnos a donde nuestra sociedad realmente está.
Semana a semana he ido entendiendo que algunos estamos y existimos para dar a conocer lo que otros llevan a cabo.
Algunos saben aprovechar la Libertad religiosa y el bienestar, mientras otros dormitan.
“Todos formamos parte de un vecindario o barrio, todos podemos ser misioneros allí donde estamos, haciendo real la Palabra de Dios en nuestras vidas, de una manera práctica”.
Es más fácil que se dé apoyo a artes más visuales o “útiles” como aquellas relacionadas con la música, ya que en casi todas las iglesias locales se precisa de personas para tocar o cantar.
A los jóvenes los animo a luchar por sus sueños, a no desalentarse frente a las dificultades; teniendo la fe como bandera y escudo, reconociendo que estamos llamados a la excelencia.
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