El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Soy plenamente consciente de que mis padecimientos han sido insignificantes comparados con los de Pablo, pero también escribo en locura.
El ministerio que inicié en Marruecos en 1956 lo continúo en España en 2021.
A Cuba he dedicado 40 años de mi vida, predicando y animando a iglesias en toda la isla.
Había salido de Tánger seis meses antes, en los que había vivido experiencias con las que ni siquiera había soñado.
Aterricé en el aeropuerto de Nueva York el 4 de junio de 1964, nueve días antes de cumplir 35 años.
Si algo sobre la tierra merece el nombre de felicidad es el estudio. Con Trenchard y Pujol aprendí mucho de la teología Bíblica y de preparación de sermones.
En el cuartel yo no permanecía quieto ni callado. Confiaba en el poder protector de la Divinidad. Y esto me daba fuerzas.
Sembré la semilla del Evangelio entre la tropa y supieron que en aquella España dominada por el clero católico había disidentes protestantes.
La mayoría de aquellos militares de graduación, vencedores en la guerra civil sólo trece años atrás, creían todo lo que decía de los protestantes la Iglesia católica.
¿Cómo silenciar mi fe, si yo había ido precisamente a comunicarla?
Tan solo cinco meses después de haber renunciado a su ateísmo, el que había sido ateo se convirtió en predicador de la Biblia.
Lo que aquí cuento es autobiografía pura.
“Qué difícil es para el ser humano -escribió Roberto Velert hace unos meses- que entienda que lo más importante que puede ocurrirle es algo que no puede evitar”.
Jesús enseñó grandes lecciones haciendo preguntas profundas, y a veces, incómodas.
"Dios es eterno. Dios no tiene principio. En palabras de la Biblia, desde el siglo y hasta el siglo tú eres Dios. No hubo jamás un tiempo en que Dios no existiera, y nunca lo habrá". Un fragmento de "Últimas preguntas", de John Blanchard (Peregrino).
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