El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
En esta época de victimismo muy pocos toman responsabilidad de sus actos y nos olvidamos del problema que nos afecta a todos.
Haneke ha construido una filmografía desafiante, incómoda y profundamente reflexiva, que ha convertido al director austríaco en una de las figuras más influyentes del cine contemporáneo.
La película retrata una época que Dylan debió atravesar para convertirse en el gran renovador de la música de un tiempo que se resistía a morir, pero que indefectiblemente debía dejar lugar a una nueva sensibilidad.
Reflexionamos sobre el significado de las palabras, ante las disputas que se plantean ante Jesús en el capítulo 7 de Juan.
El cine de Tarantino no solo entretiene, sino que también plantea preguntas sobre la moralidad, la venganza y la redención.
La trilogía de Batman de Nolan no solo elevó el estándar de las películas de superhéroes, sino que también dejó una marca imborrable en el cine contemporáneo.
Necesitamos redimir el tiempo, pero no solo para esta vida, sino para la eternidad. Eso es lo que Jesús transmite: es el tiempo de encontrarle a Él.
Alexander Payne ha construido una filmografía que se erige como un susurro íntimo en medio del estruendo.
La película nos introduce al apasionante mundo de aquellos “locos por Jesús” (Jesus Freaks) que soñaron una revolución espiritual, al margen de las iglesias establecidas.
En este siglo de avances y retrocesos, el amor sigue siendo ese idioma universal que nos une a todos, aunque cada vez necesitemos más valentía para hablarlo.
A través de sus historias, Sam Mendes explora las tensiones entre lo personal y lo social, lo interno y lo externo, siempre con una mirada precisa, profunda y, a menudo, desoladora.
A sus 69 años, el conocido actor de cine ha dado testimonio de su fe públicamente en la Iglesia del Templo de Dios en Cristo de Harlem.
Christopher Nolan ha logrado un equilibrio raro y preciado en su obra: ser ambiciosa en su contenido, arriesgada en su forma y profundamente conectada con el gran público.
Despojados de nuestras máscaras y personajes, solo quedamos nosotros mismos, lo que somos, frente al único tipo de “locura” que nos podemos permitir: el evangelio.
El Señor de los Anillos trascendió las fronteras del cine como entretenimiento para convertirse en un hito cultural.
En esta tercera entrega del dossier nos acercamos a un creador que, en su dualidad de hombre de acción y pensador, ha demostrado ser uno de los narradores más imprescindibles de nuestro tiempo: Clint Eastwood.
Si el tronco de nuestra vida es el guion, bien redactado y ordenado, en los márgenes se encuentran todas aquellas anotaciones que nos recuerdan el fin de la misma que provoca el pecado.
El cine del Holocausto en el siglo XXI ha optado por un realismo descarnado, consciente de que el tiempo transcurrido obliga a nuevas aproximaciones. Por otro lado, el cine que aborda el comunismo del siglo XX ha preferido, en muchos casos, desmontar el aparato de vigilancia y miedo
Si el cine refleja algo de la condición humana, no podemos ignorar que lo hace desde una humanidad caída, necesitada de redención y de esperanza.
La película nos enfrenta a nuestras propias limitaciones, a la dificultad de hacer el bien en un mundo plagado de oscuridad y maldad.
Mientras en la película los pobres son un instrumento para la satisfacción de los más acomodados, el mensaje del Evangelio nos recuerda que la verdadera caridad no busca ser vista ni aplaudida.
Para Nicholas Winton, “si algo no era imposible, entonces debía haber una forma de hacerlo”. Estos son los únicos que ganan, los que en medio de la muerte traen vida. Y Cristo, como dice la Palabra, es las primicias.
Encarar la fragilidad humana no es algo nuevo para el Evangelio. Jesús mismo, el Hijo de Dios, encarnó no sólo nuestra humanidad, sino también nuestra vulnerabilidad más profunda.
La exposición de nuestra tendencia al victimismo es tema común en la literatura y el cine. En su última película, Ruben Östlund recrea escenarios tópicos de forma poco convencional.
La trilogía que dirigió Coppola, cuya segunda parte cumple ahora 50 años, tiene “la intención de ser una especie de Orestíada mostrando cómo el mal reverbera en cada generación”.
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