El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Hay algo que no cambia: Dios nos ayuda en todos los momentos de nuestra vida, sobre todo en los que nos parecen más complicados.
El profeta tenía que dar el mensaje, sin importar si la gente quería escucharlo o no.
Al llegar arriba nos damos cuenta que no hay nada. «Siéntate en el suelo [...] pues ya no hay trono».
La fidelidad de Dios es real y se muestra aún en los momentos de desolación.
Quiero ejercer mi derecho a escuchar a todos y no ir más allá de lo que me dicen de una manera sencilla y sincera.
Muchas veces este profeta se desanimó por la falta de respuesta, pero siguió adelante con valentía.
Lo mejor que recibimos de Dios es su presencia: estar con él, vivir con él, saber que nos cuida, que es nuestro Padre.
Pero la historia siempre tendrá un lugar trascendental para aquellos que han aprendido a ayudar.
No se puede vivir una vida religiosa y otra secular. Este libro nos desafía a vivir en integridad.
Es fácil saber cuándo se va por buen camino, casi siempre suele ser hacia arriba.
Este libro nos ayuda a entender el propósito divino del amor y el sexo en una relación de fidelidad.
Era una de esas personas extraordinarias que piensan siempre en los demás y en el reino de Dios, y casi nunca en sí mismos.
Hay personas que mueren cada día, que no encuentran ilusión en nada, que viven sólo para “cubrir el expediente”.
Este libro nos hace reflexionar sobre el vacío de una vida sin Dios.
Los celos son tan crueles que te enseñan lo que no existe y te hacen ver lo que nunca ha ocurrido. Lo único que existe es lo que tú crees que existe: mejor dicho, lo que tu envidia te dicta que existe.
En este libro encontramos píldoras de sabiduría de Dios con un gran valor práctico.
Este es el momento de dejar muchas cosas a un lado y ocupar nuestra vida con aquellos a quienes amamos.
El deseo que tenemos de ser queridos, aceptados, amados y escuchados se hace realidad en este libro.
Somos capaces de renunciar a lo más trascendental para nosotros en un gesto de heroicidad si sabemos que podemos ayudar a alguien; pero las pequeñas frustraciones nos hunden.
El amor al Señor, el legado y el honor en la vida, no se olvidan nunca. El mundo se ennoblece, en cierta manera, con vidas como las de Juan.
Dios nos enseña que pocas cosas hay más espirituales que ayudar a los que lo necesitan; que el ayuno que él espera de nosotros es que demos de comer al hambriento. Así de sencillo.
La integridad es asunto muy difícil porque no estamos hablando solo de nuestra vida financiera, social o familiar, sino que también incluye todo lo espiritual.
La historia no la escriben los grandes ejércitos sino las personas dispuestas a honrar a Dios en los momentos difíciles.
Dios quiere ver a sus hijos jugando, escuchar cómo sale de ellos una voz de alegría porque se están divirtiendo.
Merece más la pena construir que destruir: ora, pide sabiduría, busca a gente dispuesta, y trabaja en equipo.
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