El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Si queremos hacer la paz, no hablemos nunca mal de nuestros semejantes, aunque tengamos motivos para ello.
Para los discípulos del Señor es posible empezar ya ahora a gozar la felicidad prometida, a través de la intimidad personal con Dios.
No acariciemos ni fomentemos jamás los deseos de venganza, sino seamos pacientes y dejemos lugar a la justicia de Dios.
Las exigencias de las bienaventuranzas sólo parecen imposibles a quienes no han comprobado el atractivo del reino de Dios, ni han nacido de nuevo.
La persecución nos revela dos cosas: lo que somos ya aquí en la tierra y lo que nos espera en el más allá.
La tentación a desquitarnos de los ataques injustos que sufrimos es una tendencia propia del ser humano natural, pero no debe ser practicada por el verdadero discípulo de Cristo.
El evangelio crea tarde o temprano división acentuada entre los cristianos y aquellos que no lo son.
Donde se hacen realidad las palabras de Jesús es precisamente en los aprietos que los perseguidores deparan a los creyentes.
Si solamente tratamos de imitarle, quizás el mundo nos alabe, pero si en verdad llegamos a ser semejantes al Señor, el odio lo tenemos asegurado.
En pleno siglo XXI hay más persecución de cristianos, si se tiene en cuenta el número de víctimas, que la que ha habido desde los primeros siglos del cristianismo hasta el presente.
Hemos de pedirle al Señor sabiduría para poder distinguir adecuadamente y no confundir nuestros principios políticos con nuestros principios espirituales.
Hemos de tener cuidado en no provocarnos a nosotros mismos sufrimientos innecesarios que no son el resultado de vivir justamente.
En la última bienaventuranza no se pretende exaltar la propia persecución, sino la fidelidad a Jesús.
Quienes hacen la paz serán llamados hijos de Dios porque en realidad actúan como su Padre celestial.
El hacedor de paz conoce esta situación de caída moral en que se encuentra el ser humano y está dispuesto a hacer lo que sea necesario para promover, a pesar de todo, la gloria de Dios.
La Biblia enseña que el problema está en el corazón del hombre y mientras éste no cambie su manera de ser, no habrá verdadera paz en el mundo.
Quienes desean hacer la paz en el mundo tienen que llevar también la cruz con su Señor. No se trata de una tarea fácil.
La paz que deben construir los cristianos no puede buscarse a cualquier precio que rompa el compromiso con Cristo o con los valores del evangelio.
¿Puede el hombre lograr por sí mismo semejante limpieza que le conducirá a la visión del Creador?
Quien puede subir al monte del Señor y permanecer ante su presencia es aquel que posee las manos limpias y puro el corazón.
La Biblia dice, en contra de las teorías de la Ilustración, que los problemas del hombre se originan en el mismo centro de su ser.
Una nueva visión de las bienaventuranzas.
Si no somos misericordiosos con nuestros semejantes es porque todavía no hemos comprendido lo que significa la gracia y la misericordia de Dios en nuestra vida.
La mejor manera de poner a prueba la verdadera misericordia es frente a la ofensa injusta.
Es posible deducir del sermón del monte que, en la vida del cristiano, es más importante el verbo ser que el hacer.
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