El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
¿Qué horripilante comedia autocomplaciente e hipócrita de enseñar sólo por estas fechas niños dolientes y pueblos hambrientos?
Meditando desde las guías de luz espiritual, se aprendería que la democracia es algo muy lejano de la zorrería, el descaro, la preferencia del propio bien o, a lo sumo, del propio partido, del negociado a espaldas del pueblo de intereses opuestos.
Con la globalización y el imperante espíritu laico, las fiestas han perdido su sentido original.
Caminemos, pues, dándonos la mano y uno delante del otro, llevando unos las cargas de los otros, y cumpliendo así la ley de Cristo, máxime cuando experimentamos que nadie que haya aliviado el peso de sus semejantes habrá fracasado en este mundo.
Me planteo qué va a ser del hombre. No me preocupa tanto que no se sepa quien fue Homero u Ovidio, o Cervantes, o Goya: hoy pulsando una tecla obtendremos la respuesta.
Estamos asediados de irracionales dialécticas; no entendemos si no es a través de ellas.
Qué difícil para el ser humano es que entienda que lo más importante que puede ocurrirle es algo que no puede evitar.
Una palabra sazonada con gracia y con sal es una palabra sana, y una palabra sana hace una prensa sanadora.
Desintoxiquémonos. No nos limitemos a desarraigar tan virulentas hierbas, sino que plantemos buenas semillas.
Si no hubiese un más allá, y un tribunal que realmente aplique justicia, entonces el Epulón se lleva la mejor parte, el perverso termina siendo el más encomiado; y los comparecientes en sus exequias terminan diciendo “en el fondo no era tan malo”.
Se nos han colado muchos cambios que son para peor y que una sociedad seria debe impedir.
La ley del embudo: lo ancho para lo propio, lo estricto para los demás, se ve con excesiva frecuencia aplicada por la Iglesia Católica Romana.
¿Cómo hacer para recuperar el auténtico ideal del maestro?
Sería terrible llegar al final con el alma impoluta, con el tesoro enterito, pero sin emplear.
Si supieras que mañana es el último día de tu vida; ¿qué harías?
Seríamos mucho más creíbles como cristianos, que sin darnos golpes de pecho como el humilde publicano, reconociéramos nuestras culpas y silenciosamente gritáramos: “por mi culpa”.
El hombre también tiene un corazón doble, triple, cuádruple e incluso más. Una verdad “verdadera” y otra oficial, una para los dirigentes y otra para los votantes; unos programas para los medios y otros para después de los pactos.
Sólo gracias a este gris ejército de especialistas de la oración y del trabajo subterráneo, “esta pelota de harapos y de pecados que rueda en torno al sol” no se atasca en su camino.
Señor, decirte hemos que, bajo tu supervisión de este mundo y tu plácet, tu Naturaleza creada, nos obsequia con inmensas posibilidades de hacer nuestra vida aquí mucho más saludable y placentera.
Sé que me podrás decir a través de mi destartalada existencia que ¿quién eres tú para analizar tantos sinsabores y saberes de la vida? pero sepas que quiero ser como dócil barro que se pone en las manos del Alfarero mayor.
No debemos avergonzarnos del signo de nuestra gloriosa esclavitud.
Todos los viajes tienen sus enseñanzas. Sea que viajar me lleve a un País mejor que el propio, o si me hace descubrir peores lugares.
Esta España necesita, como sea, reírse, tranquilizarse, profundizar en el amor real.
¿De qué puede sorprendernos el que ya en las almas pequeñas falle la conversación, si los genios de la demagogia dialogan y hasta puede que tomen un sorbito de ratafía sin que se haya llegado a acuerdo alguno por sellar en voz alta?
Muchas de nuestras peticiones de cambio del mundo no son sino una coartada para esquivar el fracaso a la hora de cambiarnos a nosotros mismos.
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