El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
No hay respaldo bíblico para que los cristianos nos escondamos y no demos testimonio de nuestra fe en Jesucristo en la sociedad imperfecta en la que vivimos.
“Haz pues, mi querido Lucilio, lo que dices que tú mismo me dices que haces.” Séneca. “Consejos vendo y para mí no tengo.” Refrán popular
Se escribe por amor a los lectores o por otros intereses. Amamos a Dios o al dinero; amamos a la Palabra de Dios o a la nuestra. Nos guste o no reconocerlo, somos lo que escribimos.
Así como una letra cambia el significado de una palabra, las elucubraciones antropocéntricas de los que se creen sabios tuercen el Libro de Dios. Pero no pueden cambiar la revelación de Dios.
La verdad bíblica llama a analizar lo que escuchamos y leemos de los que hablan y escriben. Y también a pensar antes de hablar y escribir, pues seremos juzgados por nuestras palabras.
El libro se enfrenta con muchos enemigos. Tiene defensores, pero también detractores. Hasta en las propias iglesias cristianas se puede comprobar un creciente desapego de la Biblia.
Miles de cristianos son torturados y muertos en sus países por ser fieles a Jesucristo. Al mismo tiempo, otros miles son guiados por ‘líderes’ ególatras a practicar el culto de la prosperidad terrenal.
Los cristianos se nutren con el amor de Dios. La cruz y la tumba vacías garantizan el reino de los cielos a los bienaventurados que padecen persecución por su fidelidad a Jesucristo.
La industria de la diversión es sinónimo de afluencia. Los medios informan a menudo de antros donde chicos y chicas bailan, se aturden, drogan e inmolan dejando enlutadas a sus familias.
El Evangelio de Jesucristo no justifica a cristianos que apoyan el armamentismo, las acciones militares destructivas, los nacionalismos exclusivitas, y la construcción de muros de odio.
En nombre del amor la sociedad secular legalizó la ruptura del perfecto diseño divino. El mundo entró a las iglesias, y estas abandonaron la doctrina de Cristo con tal de no cerrar sus puertas.
Los modelos de ‘prosperidad’, ‘Visión’ G12 y G8 (y otros), no reconocen el daño que su ‘éxito’ causa a los creyentes de muchas iglesias. ¿Cómo era el culto cristiano en los primeros siglos?
Después de la ‘era apostólica’ se copió la costumbre pagana de construir templos a los dioses. El Evangelio enseña que somos un edificio espiritual de piedras vivas edificado por Jesucristo.
La iglesia de Dios es la que cumple con estas dos ordenanzas de Jesucristo. Hacerlo hoy como lo hacían los primeros creyentes es una manera de demostrar fidelidad a la Palabra de Dios.
Dios es veraz. El Espíritu Santo nos reveló Su plan de Redención en escritos sin errores. La Palabra se encarnó en Jesucristo. Quien recibe al Hijo recibe al Padre. Este testimonio es fiable.
Como prometió, Jesucristo edifica Su iglesia en perfecta unidad con el Padre. Pero la idolatría se filtra en ella para dividirla, apoyada en ilustrados racionalistas y sus obsecuentes discípulos.
En esta serie sobre los mártires reformadores que precedieron a Martín Lutero, también estamos aprendiendo que ‘apologética’ está lejos de ser solo una asignatura de nivel universitario.
Los reformadores fieles a Jesucristo han sido martirizados en 2016 por políticos hipócritas y el bombardeo de la industria mediática. Son los que todo lo sufren por amor al Señor de la Historia.
El circo romano estallaba de pasión con el sacrificio de los fieles a Jesucristo. Entre los mártires reformadores había mujeres que bendecían al Señor por partir a su encuentro de esta manera.
El nacimiento en Belén es un hecho histórico; así también la vida, muerte vicaria y resurrección de Jesucristo. Ser ‘cristiano’ es servir a los demás por amor así nos cueste la vida.
El cruel y corrupto Imperio Romano sigue presente. Mientras la sociedad consumista rinde culto a la Navidad, miles son masacrados en Asia y África por creer en el Señor Jesucristo.
La unión Religión–Estado inspirada en el Imperio Romano es la que produce discriminaciones, arbitrariedades y persecuciones de todo tipo contra iglesias y discípulos fieles a Jesucristo.
Un concepto extraviado sobre las funciones del Estado en asuntos religiosos, convirtió en perseguidores de las iglesias a muchos emperadores que en la historia figuran como buenos gobernantes.
El notorio espíritu social del genuino cristiano choca con la inmoralidad de los déspotas, y hace pública la hipocresía de gobernantes aferrados al goce de los indecentes privilegios del poder.
La locura del César incendió Roma, destruyó Jerusalén, persiguió a los seguidores de Cristo y después obligó a unirse a ellos; pero les impuso los rituales sincretistas del sacerdocio imperial.
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