El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
John Le Carré ha escrito algunas de las mejores novelas de espías. No es casualidad que lo fuera. Sabía de lo que hablaba. El error de las teorías conspiratorias es pensar que hay una trama perfecta.
Suze vivía con su hermana y su madre en la misma casa donde una mujer albergaba a cantantes vagabundos de folk, como Bob. Él estaba loco por ella.
Se cumplen 40 años de su juicio por injurias a la Guardia Civil en 1980, por lo que pedían seis años de cárcel. Todavía estaba en libertad condicional cuando entra en el Congreso un teniente coronel.
La lectura no sólo es compañía para al solitario. Es un placer.
La muerte era para Hemingway la liberación de la representación del papel que la vida parecía haberle asignado.
El protagonista de Soldado Azul, John Chivington, encarna las contradicciones de ese cristianismo que nunca reconoce ser racista.
Este icono de la postguerra está sufriendo ahora una fuerte revisión crítica, por la que parece que se equivocó en casi todo.
Pensamos que si tuviéramos la evidencia delante, nos daríamos cuenta de las cosas y actuaríamos en consecuencia. Juzgamos el pasado, creyendo que nosotros no lo repetiríamos.
Hitchcock evita todo reduccionismo al enfrentarse al misterio del mal. No hay duda de que, para él, “todos los hombres son potencialmente homicidas”.
Cuando veo sus entrevistas percibo una fe claramente cristo-céntrica, aunque mal informada por el contexto en que se convirtió, así como incoherente ante la realidad del pecado que todavía mora en él.
Todo comenzó en 1962, cuando fue invitado a unos debates. En la habitación donde se alojaba había un ejemplar del Evangelio de Mateo, cuya relectura le impresionó. En su arrebato, decidió hacer una película.
Como cristiano, Mr. Rogers nos presenta un ejemplo de fe en alguien que no sólo ora por las personas y lee la Biblia de rodillas, sino que cree en un Dios encarnado, que ha tomado nuestro lugar.
Al llegar al final de esta serie, tenemos que darnos cuenta de que lo único que quería Packer era desafiarnos a conocer, amar y pensar sobre Dios.
Solía llorar cuando predicaba. Era extremadamente sensible. En medio de mucha oposición, inició un movimiento de renovación que llevó a muchos a una fe personal y sincera.
Lo mejor de su obra es la conexión tan fuerte que establece entre Cristo y el Espíritu. No podemos separar uno del otro.
Packer comprendió que no hay tarea más fundamental para la teología que definir en qué consiste la inspiración y autoridad de la Escritura.
Para él la teología no era un nombre, sino un verbo. La definía como la actividad de preguntar y responder a la realidad de Dios como se ha revelado en la Escritura.
Packer acabó siendo “culpable por asociación”, para ambos lados. Para unos era un fundamentalista, para otros demasiado abierto.
Para Packer, la clave de toda paradoja es que hay que mantener los dos por igual, sin hacer ninguna concesión al respecto.
La Biblia muestra la locura de confiar en nuestro entendimiento. ¿De dónde creemos que salen todos esos cristianos ufanos de su santidad que juzgan a otros creyentes, poniendo en duda incluso su salvación?
Si Packer se refiere tanto a la santidad, no es porque viera simplemente falta de ella, sino porque creía que había un concepto equivocado de santidad.
Como Packer solía decir, su conversión “no fue nada espectacular”. Al final del mensaje, el predicador le mostró que para entrar en la fiesta había que venir a Cristo.
No captar la importancia de la Caída, como Schaeffer, es caer en los dos principales errores que tiene el cristianismo contemporáneo.
Lo que más lamentaba de su juventud era el celo inmisericorde con el que defendió “la sana doctrina”.
A diferencia de los actuales debates de apologética como espectáculo, o las actitudes batalladoras de tantos creyentes en las redes sociales, Schaeffer no entendía que se podía dar testimonio de la fe sin interesarse por las personas.
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