El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
De Berlín 66 a Lausana 74, Escobar habla de la influencia de referentes no solo en enseñanza, sino en un estilo de vida sencillo y generoso. Además repasa su experiencia de tres años en Canadá, sirviendo entre estudiantes.
Seúl acogerá el Cuarto Congreso de Lausana para la Evangelización Mundial en septiembre, donde se impulsará “la colaboración de la iglesia mundial para el discipulado de todos los países” con 2050 en el horizonte.
“Miles de personas influyentes en la misión global de todas las naciones del mundo” se reunirán en Corea del Sur cincuenta años después del primer congreso sobre evangelización mundial (Lausana 1974).
El ministerio de capacitación en predicación expositiva organiza para octubre su primer gran encuentro en España, con el lema “Predicadores de Cristo en un mundo escéptico”.
Al llegar al final de esta serie –la más larga que recuerdo haber hecho nunca–, me doy cuenta de que se ha vuelto algo tan personal, que Stott es parte de mi vida.
Al hablar con otras personas, Stott buscaba lo que les unía a ellas, pero también aclarar las diferencias.
Su nombre aparece siempre el primero en los listados de teólogos evangélicos que hubieran cuestionado la doctrina tradicional del infierno. ¿Cómo es esto posible?
Como dice Samuel Escobar, Stott nos ha dejado el ejemplo de su vida, pero también el legado de una teología “evangélica”.
Para Stott, “no hay explicaciones alternativas a la Cruz, como si tuviéramos una amplia gama en la que elegir, sino imágenes complementarias, una de la otra”.
Los rasgos principales de la predicación de Stott, decían, son: su base bíblica, el equilibrio con el que trata los temas, la forma intelectual en que lo hace y la manera cómo evita toda teatralidad.
Cuando pensamos en el silencio de hombres como Stott o Lloyd-Jones cuando se legalizó el aborto en Gran Bretaña en 1967, al considerarlo un “mal menor”, nos damos cuenta de cómo ha cambiado el movimiento evangélico desde los años 80.
El mundo evangélico sería otro si tuviéramos la misma generosidad con aquellos con los que diferimos doctrinalmente.
Si se suele fechar el nacimiento del pentecostalismo histórico en la calle Azusa de Los Ángeles en 1906, el movimiento carismático se dice que nace en 1960 en la Iglesia Episcopal de Van Nuys, en California, o sea una congregación de la Comunión Anglicana.
Para Stott la respuesta evangélica no es la indiferencia ni la imposición, sino “la tercera vía”, que confía en el poder de la Palabra para la transformación del mundo.
Aunque todos tienen su libro favorito, no hay duda de que el más apreciado de Stott, por llegar a ser instrumental para la conversión de muchas personas, fue “Cristianismo básico” (1958).
Stott encontró un lugar en los años 50 donde retirarse a leer, meditar y escribir, o simplemente mirar los pájaros, en la costa noroeste de Gales.
El apreciado maestro y autor de tantos libros se hizo conocido en los años 50 por sus campañas evangelísticas.
Stott no escribió un libro sobre el catolicismo y, por tanto, no tuvo la oportunidad de desarrollar su análisis en profundidad. Sin embargo, hay huellas significativas en sus libros y en las iniciativas en las que tuvo un papel destacado que se pueden valorar.
Si entendemos con Stott que “la fe evangélica no es nada más que la fe cristiana histórica”, el movimiento evangélico es un lugar de encuentro y no de separación.
La vida de Stott es un testimonio de cómo más allá de nuestro carácter, Dios nos puede moldear por su Espíritu, para ser útiles a Su servicio, como instrumentos de Su Gracia.
Si Stott fue uno de los principales representantes del cristianismo evangélico del siglo pasado, no era por una agenda social o política, sino por su pasión por el Evangelio.
Nunca le gustaba exhibir su espiritualidad, pero tampoco hacer publicidad de sus actos de caridad. Por eso, hasta que su biógrafo no leyó su diario, nadie conocía la historia de cómo el pastor desapareció unos días para hacerse vagabundo.
John Stott no fue a All Souls deliberadamente. Era su iglesia de toda la vida. Volvía al lugar donde se había criado.
El protestantismo en que me he criado era fundamentalista o liberal. No había término medio. Stott me enseñó, sin embargo, que había una “tercera vía”.
Stott aprendió de Bash que la evangelización nunca debe ser manipuladora. En su estilo de campamentos se evitaba la presión por lograr una respuesta emocional al Evangelio, que en el caso de adolescentes no suele tener un efecto duradero.
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