El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
El orden volvió a la casa que por momentos se convirtió en un lugar seguro.
Hoy, es primavera y no voy a permitir que el futuro me robe el presente, que lo porvenir haga estragos en el ahora.
Tú que quitas la piedra del sepulcro y abandonas la muerte orlado de vida me pides cada día que abandone mi tumba y salga victoriosa venciendo la oscuridad.
Él, que entra en Jerusalén envuelto en vítores, sabe que se quedará solo en aquel angustioso Getsemaní. No lo va a dudar, no va a escoger un camino alternativo, Él escogerá la cruz y esa elección nos hará libres.
Cada uno ha de mostrar a través de sí mismo lo que habita en su interior, lo que realmente es, pero nadie puede otorgar lo que no tiene ni esperar poseer aquello que no existe.
Hoy, antes de dormir quiero dedicar unos torpes minutos para agradecerte lo mucho que me das.
Contentarse es mirar con tibieza el mal que acecha y saber que hay algo mucho más trascendente, más favorable que todo eso que abruma.
Deseo que mis ojos sean transformados, que esta escasa visión que ahora poseo tome una dimensión distinta.
Las frases exclamadas desde el corazón llegan al corazón. Sabias son las palabras cuando se han vertido desde el conocimiento y el cariño.
Espacios plagados de vida. Ahí están, invadiendo el presente, llenándolo todo con espectros del ayer.
El hecho de ver pasar sus prodigios ante nosotros y no darles la relevancia que merecen, hace que olvidemos con torpeza a quien es merecedor de nuestra continua alabanza.
En el papel blanquecino, las letras vestidas de azul comienzan a danzar.
Cuando aprendemos a dar gracias nos volvemos más prestos a ofrecer ayuda, más sensibles a los regalos que cada día recibimos.
Detengámonos para otear el ayer y sentir como a través de los días Dios ha ido transformando nuestras vidas.
Ahora, abrazada a ti, festejo el reencuentro.
Lo guardado me une a un pasado del que no quiero desvincularme.
A veces dudamos de ello, pensamos que está ausente. Pero él no pasa de largo. ¿No lo sientes?
No más golpes. No más insultos. No más gritos, ni vejaciones.
Me es imposible dejar de adorar a quien sabe todo de mí y, aun así, sigue amándome.
El mar, cual enemigo implacable, les siega la existencia ofreciéndoles un beso frío y mortal.
Intentar ser perfectos y no cometer errores es un error en sí.
En toda esa fragosa travesía, Dios le ha enseñado a saber esperar. Le ha mostrado una senda distinta por la que atravesar el valle de sombra.
Necesito el silbo apacible que mitigue mis miedos.
Saramago habla de su infancia con la templanza de quien recuerda los años pasados con añoranza, pero aun así, sabe disfrutar del presente.
El perdón nos libera, nos quita la pesada soga que se ciñe alrededor del cuello ahogando, asfixiándonos, matándonos. Nos redime de una pesada carga.
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