A sus casi 86 años, Rosa Gubianas sigue colaborando con este medio en la traducción de artículos del inglés al castellano, una de las pasiones de su vida. Aquí se recoge una tarde de conversación en su piso.
Hay lugares en los que el tiempo se percibe de una forma especial, desde la experiencia y la vida misma en su expresión, en lugar de reducirse a un reloj o un calendario colgados en la pared. Algo así se percibe al entrar en casa de Rosa Gubianas, donde los cuadros, las fotos, los libros y cualquier cosa, en general, parece un mensaje tanto del pasado como para el futuro. Me hace pensar en lo que dice unos de los mejores profesores que he tenido: “La historia se sublima a todos los tiempos y circunstancias”.
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Y es que Rosa es una expresión de la historia, toda ella en sí misma. Y una expresión con un sentido particular para este medio, con el que lleva años colaborando en la traducción de artículos del inglés al castellano. No es difícil captar que se trata de una figura de carácter activo e inquieto, pero que al mismo tiempo sabe disfrutar y exprimir lo que le gusta hacer: el inglés, del cual se considera una “entusiasta”, y al que ha dedicado tiempo constantemente en su vida, combinando el aprendizaje autodidacta y a través de cursos especializados.
“Siempre me han gustado los números y el trabajo de oficina. Pero también me ha gustado siempre el inglés y me hubiera gustado encontrar algo relacionado con ello. Siempre he intentado estudiar algo de inglés en algún laboratorio de idiomas, que se les llamaba antes, o en alguna academia, a temporadas”, me explica.
[photo_footer]Desde hace años, Rosa traduce fielmente cada semana un artículo del inglés al castellano para este medio. / J. Soriano.[/photo_footer]
Justo cuando entro al comedor de su piso, está trabajando en la traducción del último artículo que le hice llegar. El cuadro merece la pena ser observado antes que analizado. Sobre la mesa solo hay rastro de vida. Pequeñas huellas de alguien que disfruta haciendo lo que hace, y que lo hace realmente con amor, de forma desinteresada, pero con visión de proyecto. Un bolígrafo rojo, un folio y el ordenador. Es, en realidad, un proceso cargado de sentido y de orden, difícil de entender para cualquiera, pero del que se percibe claramente una motivación. “A veces, alguien que no es de la iglesia me pregunta por qué hago las traducciones. Yo respondo que es mi ministerio”, me explica.
¿Qué sería de nuestro mundo, qué sería del periodismo, de nuestra historia y nuestra teología sin esos momentos de encuentro en los que conocemos y aprendemos del otro, al mismo tiempo que le servimos de alguna forma? Hace un rato que he encendido la grabadora, cuando Rosa ha empezado a hablar de sus orígenes, pero ahora ha visto la lucecita roja y ha parado en seco para preguntarme si ya estábamos grabando.
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Nació en 1936 y dentro de poco cumplirá 86 años. “Algún día te tendrás que buscar a otra para las traducciones”, me dice bromeando. Yo acabo de llegar a los 30, y me pregunto cómo me ve y si mientras conversamos podremos salvar la distancia que irremediablemente fijan nuestras generaciones. Pero ya desde el principio, parece que ninguno de los dos nos hemos acordado hoy de nuestras edades.
Comienza hablándome de sus orígenes, que no se limitan únicamente al ámbito religioso, pero que necesariamente concentran nuestra atención, dado el sentido ulterior de nuestra charla. “Yo iba a la iglesia y hacía catecismo los domingos. Siempre había creído en Dios, pero cuando fueron pasando los años me di cuenta de que la Iglesia Católica no me convencía. Pero no había conocido a nadie que fuera protestante. Entre las amigas simplemente decíamos que no creían en la virgen ni en los santos, pero nadie te explicaba nada más. Estaba viviendo en Sant Cugat del Vallès y allí asistía a una parroquia, pero lo encontraba poco espiritual. Solo hablaban de cosas que estaban muy bien, pero a mí me parecían una especie de humanismo”, dice con gesto de insatisfacción.
[photo_footer]Aunque ha trabajado toda la vida en oficinas, su pasión es el inglés, del cual se considera "una entusiasta". / J. Soriano[/photo_footer]
De alguien que comenzó a trabajar a los 14 años, no se deduce una vida fácil. Y es que, hay problemáticas que parecen comunes a todas las épocas. “En 1980 cerró una empresa para la que llevaba trabajando 25 años”, explica. “Entonces encontré un trabajo por horas en otra empresa y allí conocí al que acabó siendo mi marido, Jaume Tutusaus, que era evangélico”. Coge una foto de la estantería, la de su boda, y la mira. “Éramos tan jóvenes aquí”, dice sonriendo. Acto seguido saca tres libros sobre grafología escritos por Jaume, que en vida resultó ser una autoridad en este campo con reconocimiento incluso a nivel internacional.
“Pero antes que él, conocí a una chica que era evangélica y que estaba muy implicada con una ONG. Ella me habló de cómo era su iglesia y me llamó la atención. Después, supe que otra chica con la que tenía contacto era la hija de un pastor de Sant Cugat del Vallès, y me invitó a ir a unas conferencias en un centro de cultura municipal. Al final comencé a asistir a los cultos y en esa iglesia me bauticé”, explica.
Hablar de nuestros orígenes implica necesariamente hablar también de nuestra actividad, aquellas cosas a las que se han dedicado nuestros años y esfuerzos. El problema es que a veces somos demasiado visuales, y tendemos a reconocer antes aquello a lo que podemos asociar alguna categoría. En este sentido, la vida de Rosa es una reivindicación, como ella misma dice, de que “siempre es importante saber quién hay detrás de lo que se hace”.
[photo_footer]Las traducciones de Rosa son un ejercicio de minuciosidad y perfeccionismo. / J. Soriano[/photo_footer]
Sus inicios en la traducción están relacionados con la grafología, también. “Jaume recibía una revista en inglés sobre grafología, y una vez me pidió que le hiciera la traducción de un artículo para un boletín local. La hice primero en papel y lápiz, consultando un diccionario impreso, y luego la pasé a ordenador. Y así es como empecé a traducir”.
Para entonces, Rosa también había participado en algunos cursos de ofimática. Aquel primer artículo sobre grafología fue la puerta de entrada a su colaboración posterior con la Alianza Evangélica Española. “Pedro Pérez me habló de unos contenidos que tenía que traducir y me ofrecí a ayudarle. Eran cosas tanto suyas como de la Alianza. También traduje contenidos relativos a la Semana Unida de Oración”, recuerda.
Y de ahí a colaborar con Protestante Digital, donde con una fidelidad minuciosa, cada semana recibo un correo de Rosa donde me saluda, me pregunta cómo estoy y me manda el último artículo que le envíe traducido al castellano. “Un día, Pedro me comentó que le habían pedido ayuda de Protestante Digital para la traducción de unos artículos del inglés al castellano. Así es como comencé a colaborar con las traducciones. Luego también se unieron más personas que ayudaban y yo me quedé, en concreto, con los artículos del teólogo italiano Leonardo De Chirico, aunque tú últimamente me has enviado de otros temas”, me dice. Hablamos de cómo han evolucionado también los temas de los artículos y de la opinión pública desde que comenzó a traducir.
Pero su ejercicio de traducción a lo largo de los años es también un testigo del desarrollo tecnológico que muchos no hemos vivido. “Al principio tenía que guardar el documento en un disquete y dárselo a Pedro. Por otro lado, no recuerdo en qué momento dejé los diccionarios de papel y me pasé a los digitales”, dice.
[photo_footer]Es importante saber quién está detrás de las cosas que se hacen, dice Rosa. / J. Soriano[/photo_footer]
Mientras hablamos, saca unos ejemplares de la revista Women Alive, que edita el grupo de comunicación cristiano Premier. Comprendo la minuciosidad de sus traducciones por su sincera pasión por el inglés. Minuciosidad hasta el punto de decirme que “el que hace la traducción, hace también el libro”. O el artículo, en su caso. “El artículo que me envías lo copio en un documento word y lo imprimo para trabajar la traducción a mano. Utilizo un traductor online que me enseñó Daniel Wickham para ayudarme en los conceptos más difíciles. Repaso el texto varias veces, porque no te puedes fiar. He visto algunos errores graves incluso en campañas de instituciones, como la Generalitat. Yo también soy perfeccionista”, asegura. Le digo que la Generalitat la tendría que fichar y se ríe, simpática.
Con un realismo sensible, e incluso hasta gracioso, pero que también sacude las conciencias, Rosa me habla del panorama poco halagüeño de la tercera edad, sobre todo en lo que tiene que ver con las relaciones. “Tal y como está el mundo, acabaremos viviendo todos solos”, dice. “Los jóvenes no deberían pensar que los mayores ya no servimos para nada. Esto es lo que se percibe a veces, por cómo te trata la gente. Te dejan aparte porque piensan que por ser mayor no te enteras”.
Su percepción de la situación en la sociedad es más pesimista que la de la iglesia. Considera que “los mayores están un poco despreciados, pero no solo en la iglesia, sino en la sociedad en general”. “En la iglesia quizá lo estamos menos. A veces aparecen conferenciantes o consejeros que dicen que hay mala relación con la gente mayor, y siempre pienso que tienen razón. Por eso lo dicen, porque saben que tienen razón, pero después no hacen nada para arreglarlo”, opina, y comienza a reír. Yo tampoco puedo evitar reírme.
[photo_footer]Aunque, en general, considera que las iglesias se cuidan de hacer partícipes a sus mayores, Rosa también percibe un cierto desplazamiento. / J. Soriano[/photo_footer]
Cree que, en general, las iglesias se cuidan de seguir haciendo partícipes a sus mayores. Algo que es importante para alguien como ella, que padece de movilidad reducida y que ha formado parte activa de la rutina de su iglesia local, la Iglesia Evangélica de la Torrassa (L’Hospitalet de Llobregat), desde su conversión. “Mi marido y yo siempre íbamos al culto. También comenzamos a ir a un curso del CEEB como oyentes. De hecho, cuando falleció donamos 18 cajas con libros para la biblioteca del CEEB. Estoy muy contenta con la vida de iglesia que he llevado”, explica.
“Entiendo que el ministerio de los jóvenes es el más importante, pero las personas mayores también damos mucho testimonio”, dice. “En las iglesias, es verdad que lo que hacen los jóvenes quizá no lo podemos hacer los mayores. Pero, sí que, en muchas ocasiones, les podrían escuchar y explicarles cosas que no saben”, añade.
Las estanterías de su comedor, con libros y fotografías, son un reflejo del consejo que lanza con humildad. “Los jóvenes deberían leer libros y artículos, porque de cada uno se aprende algo. Y también pueden aprender de los mayores. A veces he notado con la juventud que parece que el mundo empieza el día que ellos nacieron. Y no es así”, dice riéndose. “Esto es algo que nos ha pasado a cada generación, aunque antes al menos escuchábamos”, remarca.
Al bajar por el ascensor no dejo de pensar en disquetes y me imagino las traducciones de Rosa como todo un proceso mecánico, como una larga línea de producción con distintos engranajes que ella activa con la maestría de un artesano. Pero en realidad, no hay palabras suficientes para describir la obra de Dios a través del tiempo en la vida de una persona, tal y como hemos estado hablando unos minutos antes y unos pisos más arriba. Quizá “gracias” sea la más adecuada.
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