El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Después del Golpe de Estado, un comité provisional se ha hecho con el poder de forma interina y sigue definiendo su hoja de ruta.
Apenas una semana después de un Golpe de Estado aparentemente de lo más inesperado, el caos que suele acompañar a este tipo de movimientos no parece ni siquiera haber hecho acto de presencia en Mali. Quizá porque el hecho de que ocurriese tarde o temprano era algo que se había asumido de manera popular en el país, y que ha acabado materializándose a raíz de las protestas multitudinarias que a lo largo del verano han ocupado las calles para pedir la dimisión del presidente depuesto, Ibrahim Boubacar Keita, y denunciar lo que consideran una parlamento ilegítimo fruto de la manipulación en las elecciones de abril de 2020.
“El Golpe de Estado se había ido demorando. El movimiento de los manifestantes solo ha hecho que precipitar el putsch”, explica a Protestante Digital el secretario general de la Asociación de Grupos de Iglesias y Misiones Protestantes Evangélicas en Mali (AGEMPEM, por sus siglas en francés), una entidad miembro de la Alianza Evangélica Mundial, Kalane Djibril Touré.
Al rechazo temprano del Golpe de Estado por parte de la comunidad internacional, le ha seguido un silencio y, en algunos casos, una aceptación parcial del nuevo escenario. Los militares, que detuvieron al ya expresidente Keita sin derramamiento de sangre y ahora lo han puesto en libertad, han constituido un Comité Nacional para la Salvación del Pueblo que ya está negociando los términos de un periodo de transición con la Comunidad de Estados de África del Oeste (CEDEAO) y el levantamiento de las sanciones impuestas por la organización al país.
“Lo aceptable para la CEDEAO sería un gobierno interino, liderado por un civil o un militar retirado, para seis o nueve meses, o por un máximo de un año”, ha señalado uno de los delegados de la entidad, el expresidente nigeriano Goodluck Jonathan. También la Unión Europea, que condenó el Golpe de Estado y anunció la retirada de las misiones militares en Mali, ha suavizado ahora su postura y ha manifestado su compromiso con el país. Las misiones, ha dicho el Alto Representante de la UE para la Política Exterior, Josep Borrell, “están temporalmente paralizadas, pero siguen allí y volverán a trabajar otra vez cuanto antes”. “La UE ha invertido mucho en Mali y no queremos perder el esfuerzo”, ha remarcado.
Son años los que Mali lleva concentrando gran parte de la inestabilidad política y social en la región oeste del continente africano. La gran diversidad cultural que quedó apilada en unas mismas líneas fronterizas tras el reparto del territorio por las potencias imperialistas europeas, no ha llegado a cicatrizar del todo en una convivencia armónica. Especialmente en la región norte, donde desde hace años también está presente el conflicto yihadista por medio de diferentes grupos que han ido uniendo fuerzas y extendiéndose hacia el centro y el sur del país.
Una realidad que en 2014 llevó a Francia a enviar tropas a territorio malí, en el marco de la Operación Barkhane, y que se traduce también en el hecho de que la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Mali (MINUSMA), es el cuarto despliegue militar más mortífero de la ONU, con 219 soldados muertos desde su inicio en 2013. En lo que va de 2020 es la tercera misión en la que han muerto más efectivos, once en total.
[photo_footer]El coronel Assimi Goita ha asumido la responsabilidad del Comité Nacional para la Salvación del Pueblo.[/photo_footer]
Una situación que, sumada a la falta de apoyos nacionales por parte de Keita, las dificultades económicas y el agravio de los efectos de la pandemia, ha sido catalogada de “crisis sociopolítica y de seguridad” por parte del líder de los militares insurrectos, el coronel Assimi Goita, que durante su presentación pública también ha justificado su acción por “la imperiosa necesidad de restablecer el Estado de Derecho”.
Además del terrorismo, durante los últimos años se han incrementado las tensiones entre grupos étnicos como los tuaregs, pastores del norte, y los bozos y los dogones, en el sureste y el centro del país, dedicados a la pesca y la agricultura, aunque desde la AGEMPEN aseguran que “no hay problema de perspectiva entre los diferentes grupos étnicos y religiosos” y que “han acordado mantener la paz mientras esperan a ver cómo se suceden las cosas”.
Desde la AGEMPEM, dicen, se muestran expectantes ante los próximos acontecimientos, como el resto de la población. “La situación es ambigua. Todo el mundo espera a saber cuáles serán las nuevas orientaciones de los militares. De momento los cristianos viven la situación con calma, como un colectivo más de la población”, señala Touré.
A pesar de ser una minoría que apenas representa a un 3% del censo, tanto los evangélicos como el resto de cristianos se aferran a la buena relación histórica que han mantenido con las otras confesiones y con las autoridades nacionales. “Seguimos atentos al respeto de la libertad religiosa y la laicidad del Estado”, subraya Touré.
“La minoría cristiana vigila de cerca los actos de la junta militar para reaccionar en defensa de sus intereses, es decir, continuar promoviendo el diálogo entre todas las confesiones religiosas reconocidas por el Estado”, añade. Aunque en el mapa religioso de Mali hay imanes y líderes musulmanes con mucha influencia política, por el momento el provisional Comité Nacional para la Salvación del Pueblo no parece tener intención de inmiscuirse en el tejido religioso establecido en el país.
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