El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Se cumplen 20 años del mayor atentado sufrido en España. Aquel día marcó a todo un país y hoy exploramos ese recuerdo.
La mañana del 11 de marzo de 2004, una serie de explosiones en varios trenes de Cercanías de Madrid hizo que se detuviera el tiempo para todo un país. El mayor atentado sufrido en suelo español produjo la muerte de 193 personas y otros 1.891 heridos.
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Aquellos hechos tan dolorosos marcaron el recuerdo de miles de personas. En Protestante Digital conversamos con algunos evangélicos de Madrid que nos cuentan cómo vivieron aquellos días difíciles.
Pedro Tarquis trabajaba entonces como médico de urgencias en el hospital Clínico de Madrid, por lo que estuvo en primera línea de atención a las víctimas del atentado. “Siempre me viene a la mente la imagen de los primeros heridos que llegaron a las Urgencias del hospital Clínico, que iban en un autobús de línea. Ver un autobús público llegar a la puerta de Urgencias y que de él iban descendiendo más y más heridos era una imagen que era totalmente surrealista y que ya daba idea de la magnitud del atentado. Era lo más parecido a una guerra”, rememora Tarquis.
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Él llevaba entonces la información médica del hospital casi al minuto (nombres de heridos, fallecidos, diagnóstico y pronóstico), en coordinación con la Comunidad de Madrid. “A última hora de la tarde recuerdo la llamada de amigos y conocidos, muchos hermanos en la fe, que me preguntaban por el nombre de sus familiares., y a esa hora los que no aparecían o bien estaban en hospitales, o sin identificar entre las víctimas del atentado terrorista. De las quince o veinte llamadas que recibí sólo en un caso pude decir que estaba ingresado con nosotros y vivo”.
[destacate]“Me vienen imágenes de aquella mañana. Rostros de personas que subieron al tren al mismo tiempo que yo y que ya no bajaron”[/destacate]José Manuel Lozano se encontraba en las inmediaciones de Atocha cuando ocurrió la primera explosión. Hoy cuenta su historia sabiendo que podría haber sido una de las víctimas. “Me vienen imágenes de aquella mañana; rostros de personas que subieron al tren al mismo tiempo que yo y que ya no bajaron, y de un camino caótico para salir de la estación, mientras que estallaban otras bombas al paso…”.
Otro médico, Orlando Enríquez, recuerda verlo por televisión. “Observábamos la confusión de esos momentos… Me vienen a la mente la sensación de vulnerabilidad, ya que mi esposa trabaja al lado, aunque no estaba ahí en ese instante, la preocupación por mis conciudadanos en la estación de Atocha, el hablar con familiares, el no saber si podría ayudar de alguna manera directa. También recuerdo el sentimiento de ira e indignación ante los culpables de la masacre”, expresa Enríquez.
En el caso de Beni Moreno, periodista, el recuerdo es de la vida cotidiana interrumpida. “Recuerdo quedarme en shock” al ver lo que ocurría. “En aquel momento mi marido y yo nos alternábamos el cuidado de nuestro hijo de un año y medio. Estaba esperando a que mi marido se despertara (trabajaba de noche) para poderme ir yo a trabajar, mientras el niño veía los dibujos. El caso es que la programación se interrumpió y ya vi todo lo que ocurrió”.
Para algunos de nuestros entrevistados, el 11-M tuvo profundas implicaciones en su visión de la vida y la fe cristiana. “Al principio tenía que interiorizar el drama y enlazarlo desde la fe en un Dios Padre Todopoderoso, Soberano”, expresa José Manuel Lozano. “Es una experiencia que no se puede describir en unas pocas palabras. El reto desde la fe y con el soporte de la comunidad de creyentes era y es responder y vivir conforme al propósito y buena voluntad del Señor”, sobre todo en circunstancias como las de aquel día.
Para Beni Moreno, la “mano de Dios” estuvo presente en cada momento. “Mi marido podría haber estado en uno de esos trenes si no hubiese cambiado de trabajo apenas meses antes para, como he contado, poder conciliar el cuidado de nuestro hijo mayor. Fue lo primero que pensé y le dije: “Fernando, tú hubieras estado ahí”… ”.
[destacate]“La presencia del mal siempre es un misterio”[/destacate]La pregunta de “¿Donde está Dios?” es habitual ante situaciones que no somos capaces de explicar. “La presencia del mal es siempre un misterio y no quiero caer en respuestas simplistas”, reflexiona Orlando Enríquez. “Podría decir que “Dios nos protegió” a algunos y es verdad, pero inmediatamente pienso en las víctimas y en sus familiares y en el misterio de “por qué a unos sí les tocó y a otros no”. Entonces siempre me viene a la mente eso que aprendí de otros: “el sufrimiento no es tanto una pregunta que requiere una respuesta, sino un misterio que demanda una presencia”. Se trata, pues, de estar al lado de quienes sufren”.
[photo_footer]Placas en recuerdo de las víctimas del 11-M./Ayuntamiento de Madrid[/photo_footer]
[destacate]“En situaciones así ves que el ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios”[/destacate]Para cualquier ser humano, encontrar razones o respuestas ante una situación como la de sufrir un atentado resulta difícil. Sin embargo, incluso en medio de tanto dolor se puede encontrar luz. “En situaciones extremas como esta vives que el ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios”, expresa Tarquis. “Los enfermos que estaban en Urgencias por sus dolencias dejaron voluntariamente su espacio para que se atendiese a los heridos (salvo caso graves). Todos los trabajadores sanitarios que salían de guardia se quedaron, muchos se ofrecieron a continuar su jornada por la tarde... fue una inmensa ola de solidaridad que nos envolvió a todos”.
En esa vivencia, recuerda Tarquis experimentar “unas fuerzas que nunca pensé que tendría. Yo salía de guardia, y me quedé allí todo el día, sin parar, casi sin comer. Y fue como un sueño y un suspiro, aunque al terminar me derrumbé al llegar a casa”. A la vez “te planteas la realidad de la vida y de la muerte de una forma como nunca antes. Eres consciente de que todo esto es pasajero y el tiempo de vida un préstamo que Dios nos da para que invirtamos lo mejor de nosotros”.
El mensaje cristiano ante el dolor, comenta Orlando Enríquez, “es que Dios sabe lo que es el máximo sufrimiento por amor a nosotros, tanto allá en la cruz como aquí y ahora, y que no estamos solos en la dura ruta de la vida, teniendo la esperanza de que no todo acaba aquí”.
Al cumplirse el vigésimo aniversario del atentado, se suceden los reportajes en prensa y televisión, la presentación de documentales, exposiciones o la edición de libros sobre lo ocurrido. El atentado no se puede despegar de una realidad sociopolítica que atravesaba España y que, tras aquel ataque, produjo una herida que en muchos aspectos sigue abierta.
¿Habremos apendido algo valioso de aquella situación? “No”, responde José Manuel Lozano. “Puede parecer una respuesta radical. Claro que hay personas y colectivos sensibilizados y comprometidos a partir de la tragedia. Es una mezcla de tristeza haber vivido en otros aniversarios la división de las celebraciones y la injusta distribución de subvenciones oficiales entre distintas asociaciones de víctimas y que he conocido personalmente. Seguimos siendo una sociedad polarizada, lo vivimos en estos momentos, y es muy lamentable no experimentar una unidad que sea producto de una reflexión profunda y fraterna ante dramas tan extraordinarios”, concluye José Manuel.
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En un plano similar se expresa Orlando Enríquez. “Soy un pesimista esperanzado”, comenta. “Por desgracia, más en el plano político, contaminado siempre por la codicia del poder, lo que creo que presenciamos fue el triste espectáculo de ver cómo todos intentaban sacar rédito en beneficio propio, unos contra otros, lo cual siempre me produce unos momentos de náusea existencial”. Sin embargo también hay algo a rescatar: “sé que entre los ciudadanos se movieron los lazos de solidaridad y que todos nos consternamos juntos ante esta barbarie. Sé que hay un antes y un después en la ciudad de Madrid (y en el mundo) tras atentados como este. Creo que de eso hemos aprendido algo”.
[destacate]“Aquello nos enfrentó cara a cara con la muerte, pero somos muy olvidadizos”[/destacate]Para Beni Moreno, “aquello nos condicionó, como lo ha hecho la pandemia, por algún tiempo”. Como sociedad aprendimos a “ver nuestra vulnerabilidad, nos hizo ser solidarios, y nos enfrentó cara a cara con la muerte. Pero creo que somos muy olvidadizos, pronto volvemos a la normalidad y, aunque no nos olvidemos del todo, vivimos como si ya no nos acordáramos de los grandes valores que nacen como consecuencia de las tragedias, como el aprecio por la vida, la solidaridad, y cuánto necesitamos reconocer nuestra dependencia de Dios”.
Pedro Tarquis coincide en el análisis. “No aprendemos, olvidamos rápidamente. Somos adictos de la futilidad, que nos inyectamos a través de pantallas, de consumismo…”, lamenta. Aunque cree que es justo a través de estas circunstancias cuando “Dios nos habla como si fueran un altavoz, fundamentalmente para que nos demos cuenta de la fragilidad del ser humano, de la inseguridad de las cosas que damos por más seguras, de la futilidad de casi todo lo que consideramos tan importante y que en realidad son tan poco a la hora de la verdad”.
“Sólo espero -concluye Tarquis- que al menos haya quedado el recuerdo, la impresión en la memoria, de que todo lo que vemos, oímos, gustamos y experimentamos no tienen sentido y están vacíos sin la presencia de Dios en nuestras vidas”.
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[title]Por un año más
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