La valentía y la solidaridad mostrada por un amplio grupo de diplomáticos españoles repartidos por diferentes ciudades europeas puede verse en la exposición
Visados para la libertad, una muestra organizada por la
Casa Sefarad-Israel, que actualmente se expone en el Centro Cultural Buero Vallejo de Alcorcón (Madrid) hasta el próximo 29 de abril.
HUNGRÍA
El verano de 1944 Budapest había dejado de ser una ciudad tranquila y glamourosa y el destino ideal para un joven diplomático como
Ángel Sanz Briz, que actuaba como encargado de Negocios en la legación española en la capital húngara.
En sus calles los esbirros nazis hacían notar su presencia y los judíos vivían en un estado de terror continuo. A sus 34 años, este zaragozano sentía que no podía permanecer impasible mientras a su alrededor miles de personas eran despojadas de todos sus derechos y bienes materiales.
Pero no sabía muy bien qué hacer. Sus informes enviados al Ministerio de Asuntos Exteriores español explicando la desesperada situación de los judíos en Hungría no obtenían respuesta y la situación, lejos de mejorar, se agravaba con el paso de los días.
"El Gobierno español se limitaba a no decir nada, a mirar para otro lado. Él pedía instrucciones y nadie respondía, probablemente sus informes eran guardados convenientemente en un cajón por el funcionario de turno", explica en declaraciones a El Mundo esta semana el embajador José García Bañón, casado con Pilar, una de las hijas de Sanz Briz.
LOS JUDÍOS SEFARDÍES
"La posición del Gobierno franquista en aquellos momentos era muy difícil. El régimen estaba muy ligado a Alemania por la ayuda que había recibido durante la guerra, y debía pensar que salir con un registro diferente en un tema tan sensible para los nazis como era el de la cuestión judía podía ser visto como una especie de traición", añade el diplomático.
Por eso, y
viendo que no iba a poder contar con ningún tipo de ayuda, Ángel Sanz Briz empezó a actuar por su cuenta. En un principio, se acogió al Real Decreto de Primo de Rivera de 1924, que contemplaba la posibilidad de conceder la nacionalidad española a los judíos sefardíes, descendientes de los judíos expulsados de España en 1492 durante el reinado de los Reyes Católicos.
Después, como en Budapest no eran muchos los sefardíes y la situación era cada vez más alarmante, decidió conceder salvoconductos, cartas de protección y pasaportes a todos los judíos que buscaran su ayuda, y para evitar tener excesivos con problemas con los nazis intentó ganarse la benevolencia de la máxima autoridad alemana en Hungría.
"Hizo toda suerte de malabarismos para salvar al mayor número posible de personas. Incluso llegó a alquilar una serie de casas que pagaba con dinero de su propio bolsillo para que los judíos estuvieran a salvo mientras arreglaba su salida de Hungría", explica García Bañón. Se trataba de ocho casas bajo protección española en las que se podía leer 'Anejo a la legación de España. Edificio extraterritorial'.
Cuando los rusos se encontraban a las puertas de Budapest, en diciembre de 1944, Sanz Briz se vio obligado a dejar la capital húngara rumbo a Suiza, siguiendo las órdenes del Ministerio de Asuntos Exteriores y, tras un tiempo en Madrid, partió rumbo a San Francisco.
"Nosotros, su familia, no supimos nada de esta historia hasta mucho tiempo después. Él nunca dijo nada ni dejó ningún testimonio escrito. Siempre nos pareció raro que acudieran a la embajada judíos que se reunían con él en su despacho y se mostraban agradecidos, pero nada más", comenta su yerno y en su día colaborador del diplomático.
Pero como en otros muchos casos, los reconocimientos se hicieron esperar. En 1991, el
Museo del Holocausto Yad Vashem de Jerusalén lo distinguió con el título de Justo entre las Naciones e inscribió su nombre en el memorial del Holocausto. Tres años más tarde, en 1994, el Gobierno húngaro le concedió a título póstumo la Cruz de la Orden del Mérito de la República Húngara.
VISADOS PARA LA LIBERTAD
Sin embargo, el conocido como 'el Ángel de Budapest' -que salvó a más de 5.000 judíos de las garras nacionalsocialistas- no fue el único diplomático español que pensó que no se podía mirar hacia otro lado cuando estaba en juego la vida de miles de personas.
Desde París, Budapest, Berlín, Bucarest, Salónica y Sofía,
otros diplomáticos ofrecieron su ayuda a miles de judíos aprovechando las oportunidades que les ofrecían sus cargos y las buenas relaciones que mantenía España con Alemania. Son los 'Shindler' españoles y al igual que el famoso empresario alemán Oskar Schindler impidieron que más judíos murieran en el Holocausto.
Aunque
lo hicieron a título personal. El régimen franquista se limitó simplemente a hacer la vista gorda, preocupado ante las repercusiones que pudiera tener en la buena relación que mantenía con Hitler una posición más beligerante en la cuestión judía. "El Gobierno español no hizo nada, nunca hubo unas instrucciones de Madrid para que se salvara a los judíos. Hubo diplomáticos españoles que miraron a otro lado. Pero ahí está siempre el debate: ¿la heroicidad es moralmente exigible?", afirma
Miguel de Luca, diplomático y Secretario General de Casa Sefarad-Israel
Para algunos la respuesta a esa pregunta era sencilla: no podían permanecer indiferentes ante el terror. Así,
no dudaron en aprovechar sus contactos con las autoridades alemanas y locales, en expedir documentos de protección, pasaportes y salvoconductos para evitar que miles de judíos fueran enviados a los campos de concentración y exterminio nazis. "En total por la actuación directa o indirecta de España durante la II Guerra Mundial se salvó la vida de 35.000 judíos", confirma De Luca.
HÉROES SILENCIOSOS
Pero el paso del tiempo silenció su gesta. Ni siquiera tener una nieta famosa, como la actriz Helena Bonham Carter, le sirvió a
Eduardo Propper de Callejón para abandonar el olvido.
Primer secretario en la embajada española en París, puso en peligro su vida para proteger a miles de personas. Firmó documentos que sirvieron como salvoconductos hacia la libertad y puso a resguardo obras de artes y bienes pertenecientes a judíos a los que nazis pretendían expoliar. Pero su compromiso tuvo desagradables consecuencias en su vida profesional. Fue sustituido por Ramón Serrano Suñer y murió en 1972 sin recuperar su cargo y sin obtener el reconocimiento que merecía su gesto desinteresado.
Una defensa también encendida de los judíos sefardíes y de sus bienes fue la que llevó a cabo el diplomático español
Julio Palencia en Bucarest. Tras conocer que el artífice de la solución final Adolf Eichmann había incluido a los judíos búlgaros en el programa de exterminio alemán, Palencia removió cielo y tierra para evitar que se cumpliera su funesto destino. Su insistencia le valió el apodo del 'amigo de los judíos', como le llamaban despectivamente los alemanes. Pero lejos de amedrentarse ante la animadversión que le profesaban los nazis, Palencia no dudó en oponerse a la ejecución del judío búlgaro, León Arié. No lo logró pero sí consiguió que las autoridades búlgaras le permitieran a adoptar a los dos hijos de Arié y su madre pudiera vivir en la residencia oficial con un pasaporte diplomático español.
VALENTÍA, CORAJE Y DETERMINACIÓN
Desde Atenas, el cónsul Sebastián Romero Radigales salvó a más de 800 judíos sefardíes invocando el Real Decreto de 1924 de Primo de Rivera. Pese a que, en un primer momento, sirvió para evitar su traslado a los campos de la muerte; ante la falta de respuesta de Madrid para hacerse cargo de sus nacionales, los nazis terminaron encerrando a este grupo de sefardíes en Bergen Belsen, un campo destinado a los prisioneros de países neutrales.
"Sin embargo, Romero Radigales no cejó en su empeño por salvarlos y siguió enviando informes jurídicos insistiendo en que se trataba de un error", explica De Luca. Su insistencia dio finalmente frutos y tras seis meses de cautiverio los liberaron y los llevaron en un tren a España. "Uno de los supervivientes me contó algo realmente sorprendente, me explicó que un oficial de las SS fue uno a uno dándoles la mano y pidiéndoles disculpas en nombre del Tercer Reich. Pero se salvaron sólo gracias al empeño de Romero Radigales", añade el diplomático.
Una determinación como la que demostró
el agregado agrícola de la embajada de Berlín José Ruiz Santaella y su mujer, Carmen Schrader. En su casa de las afueras de Berlín ocultaron como personal doméstico a tres judíos, que consiguieron así salvar su vida. "No importa tanto el número, porque como dice una frase del Talmud quien salva una vida, salva a toda la humanidad", afirma convencido De Luca.
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