Los linchamientos sociales son un fenómeno que existe desde la antigüedad. Nada peor que una masa ciega y encendida que quema herejes o mata criminales que nadie ha demostrado que lo sean.
Pero también es linchamiento generalizar un problema, o una situación, y aplicarla de forma única a todo un colectivo.
No todos los sacerdotes son pedófilos, hay curas, monjas y misioneros ejemplares como personas y en el compromiso con su fe. Tampoco todo telepredicador evangélico es un estafador, hay televangelistas convencidos de lo que predican, y viven conforme a la ética cristiana. Y no todo musulmán es un fanático fundamentalista, hay ciudadanos islámicos educados, respetuosos y que saben vivir de manera plural y totalmente alejada de los tópicos del extremismo. Igualmente no se puede decir que cualquier persona atea o agnóstica sea inmoral, al contrario, nos encontramos referencias morales (en ocasiones mejores que los creyentes) sin ninguna creencia.
Que en todo hay casos que podríamos exponer para mal, sin duda. Que pueden ser numerosos, también. Para todos. Pero
a nadie le gusta, ni es justo, ni es ético, ser medido con la vara de otra persona que le es ajena.
Esto mismo debemos aplicarlo a la situación actual de la vida política. Hay corrupción, y es un enorme problema, especialmente quienes vivimos en España estamos preocupados por esta realidad que parece salir de cada armario que se abre. Pero esto no debe ser motivo ni justificación para un linchamiento de toda institución social y política, y especialmente de las personas que están en ellas.
En primer lugar, porque hablamos de un hecho necesario. Podemos quejarnos de la polución, pero no negarnos a respirar. La política, para bien y/o para mal, es una realidad inseparable de la condición humana desde el relato del Génesis (si se nos permite), o en frase laica y políticamente correcta, desde que el ser humano existe sobre el planeta Tierra.
En segundo lugar por lo que antes adelantamos: no seamos injustos. Dejarnos llevar de un lógico (y necesario) sentido de indignación no debe suponer llegar a extremos insostenibles, irracionales y terriblemente nada correctos.
Hay buenas personas y buenos políticos, que intentan ser justos en un mundo y un medio injusto (como todos nosotros). Que quieren hacer lo correcto en situaciones de extrema complejidad en las que a veces lo correcto no es nada evidente (como nosotros). Que tienen que elegir entre estar en medio de un mundo de errores (pecados) al que quieren mejorar, sin abandonar ante el desánimo o lo difícil de la tarea, a pesar de que lo cómodo sería aislarse y retirarse (como nos pasa también a nosotros).
Y por último, y muy importante. Todos tenemos los pies con polvo del camino. La corrupción no empieza con 22 millones de euros en una cuenta en Suiza. Comienza con quien defrauda a su empresa o cliente en el trabajo, o a Hacienda, o a sus empleados con condiciones abusivas o ilegales. O viviendo con gastos innecesarios, de espaldas y ciegos a la necesidad de seres humanos que padecen penurias de todo tipo en el Primer, Segundo y Tercer mundos. Y ahí debemos mirarnos todos. No para dejar de indignarnos con la corrupción, sino para entender que (en mayor o menor medida) esa misma corrupción está en cada uno de nosotros, como mínimo como una tendencia que aflora al menor descuido.
Justicia sí, sin duda alguna, pero también misericordia. Indignación sí, pero unida a la comprensión (que no justificación). Denuncia ante el mal, siempre, pero siendo conscientes de que no podemos vernos totalmente ajenos a ese mal que nos envuelve y denunciamos.
¿Por qué? Porque así fue Jesús(en su caso, sin ninguna culpa, El es el único hombre justo) Jamás dejó de denunciar el abuso de los líderes religiosos y políticos, sus hipocresías, el negocio de la religión, el menosprecio social a la mujer, los niños y los débiles. Se indignó ante el pecado, pero sobre todo con quienes no se creían pecadores y a la vez se ponían como jueces. Y supo ayudar, entender, a quienes los judíos veían como extranjeros (la mujer sirofenicia), opresores (el centurión de Cafernaum), y corruptos políticos (recaudadores de impuestos, como Leví y Zaqueo). Incluso lavó los pies y amó hasta el final al más corrupto de todos sus discípulos, el tesorero del “partido de Jesús”, que tenía una cuenta B en dinero negro para su propio beneficio: Judas.
Y por supuesto, Jesús de Nazareth es el paradigma de corazón humano libre de corrupción. Generoso, justo, de vida intachable, desapegado de los intereses materiales o personales... ¡para qué contarles! Cuanto más conoce uno al ser humano, más ama a Jesús.
Sigamos sus pasos, hasta donde nos sea posible. No vivamos en un convento utópico de espaldas a la realidad que nos envuelve. Pero tampoco miremos la maldad que hiede a nuestro alrededor como si nosotros, de alguna forma, activa o pasiva, no estuviésemos siendo parte de ella.
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