Estados Unidos celebra este martes el 150 aniversario del discurso de Gettysburg de Abraham Lincoln, un destello de conciliación en tiempos de guerra que logró concentrar en menos de 300 palabras -no llegó a tres minutos el discurso- la inspiración necesaria para ajustar el país a los ideales de democracia e igualdad.
El discurso que pronunció en la inauguración del Cementerio Militar Nacional en el campo de batalla de Gettysburg (Pensilvania) el 19 de noviembre de 1863 se lee hoy universalmente como el testamento más claro de su legado democrático, una mirada clara y concisa a su ideario político.
Miles de personas se congregaron hoy en esa localidad para conmemorar el aniversario de un discurso que desde entonces ha sido recitado por millones de niños en las escuelas de todo el país y ha inspirado a generaciones de políticos, además de generar una cuidadosa conservación de las cinco copias originales que existen.
Ocupar el puesto más alto en el pedestal de la oratoria estadounidense era algo inimaginable para Lincoln, que, en plena Guerra de Secesión estadounidense (1861-1865), pronosticó equivocadamente en Gettysburg que "el mundo tomaría poca nota" de lo que se dijera en aquella ceremonia.
Su alocución comenzó con una lección de historia, con el recuerdo de que 87 años atrás, en la Declaración de Independencia de 1789, los "padres fundadores impulsaron, en este continente,
una nueva nación, concebida en libertad, y dedicada a la proposición de que todos los hombres son creados iguales" (un principio basado en los valores bíblicos de los puritanos norteamericanos).
Pero la guerra que dividía al país le había hecho "poner a prueba lo que es posible resistir como nación", por lo que Lincoln juzgó necesario avanzar hacia "la gran tarea pendiente": decidir que los caídos "no deben haber muerto en vano".
"Que este país, bajo Dios, pueda tener un nuevo nacimiento de libertad, y que el Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparecerá de la Tierra", concluyó Lincoln. Esas últimas palabras se han convertido en casi un refrán en la cultura política estadounidense, y el estilo poético y directo de Lincoln, admirador de William Shakespeare, le ha colocado en el pedestal de la oratoria del país.
Pero, además,
los historiadores le atribuyen haber consolidado con esas palabras el rumbo de la joven democracia estadounidense, que ya había anticipado en enero de ese mismo año al firmar la proclamación de Emancipación que abolió la esclavitud y en el que profundizaría en el discurso de su segunda investidura en 1865. "Básicamente, Lincoln hizo un 'doble o nada' respecto a lo establecido en la Declaración de la Independencia", dijo al diario Usa Today el cineasta Ken Burns, que trabaja en un documental con motivo del 150 aniversario.
Burns ha logrado que los cinco presidentes de EE.UU. vivos, Jimmy Carter, George H. W. Bush, Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama, reciten el discurso para su documental, que se estrenará en abril y en el que también participan artistas e intelectuales famosos.
Obama, un declarado admirador de Lincoln, no asistió a la ceremonia en Gettysburg, y se desconoce si hará algún guiño al hombre sobre cuya Biblia ha jurado dos veces su cargo.
LA FE DE ABRAHAM LINCOLN
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Lincoln es el personaje con “mejor reputación: según una encuesta realizada el año pasado en Estados Unidos, el 91% lo reconocieron como una figura positiva para el país, por encima de otras figuras históricas como Martin Luther King o el mismo Jesucristo. Curiosamente uno de los aspectos más discutidos es el referido a la fe de Lincoln.
Así lo refiere en una serie de artículos en Protestante Digital el historiador
Mario Escobar. “Las creencias de Abraham Lincoln han sido un tema de debate constante. A pesar de sus numerosas referencias a Dios y la Biblia, muchos han cuestionado la fe de uno de los presidentes más conocidos de la Historia de los Estados Unidos”, explica.
En este sentido,
un experto es el historiador César Vidal, que escribió la novela histórica "Lincoln", en la que concluye que la experiencia religiosa del Presidente de los EE.UU. no le convirtió en un librepensador, sino en una especie de cristiano “no confesional”.
Abraham Lincoln nunca perteneció formalmente a ninguna iglesia. Sus padres eran bautistas, aunque procedían del calvinismo. “Al parecer, la predestinación fue una de las creencias fundamentales en la fe de Lincoln”, matiza Escobar.
En la campaña de 1846, cuando aspiraba a ser diputado, fue acusado por el evangelista Peter Cartwright de ateo.
Lincoln se defendió alegando, que si bien no pertenecía a ninguna iglesia, nunca había negado la veracidad de las Escrituras, siempre había respetado a todas las denominaciones y creía en la tolerancia religiosa.
Según César Vidal, Lincoln estaba convencido de que Dios actúa activamente en la Historia, y también conectaba los principios de los Padres Fundadores con sus orígenes bíblicos. Y en medio de los problemas “se le veía a menudo con la Biblia en la mano y se sabe que oraba con frecuencia. Su relación personal con Dios ocupaba mucho su mente”.
Precisamente al terminar el conflicto bélico de la guerra fraticida de EE.UU., expresa César Vidal, otro aspecto le distinguió en alineamiento con el espíritu del Evangelio y fue su expreso deseo de ser misericordioso con los perdedores y cerrar cuanto antes las heridas abiertas. A pesar de la oposición de los radicales, fue reelegido presidente con un discurso claro y polémico para muchos, anunció que iba a actuar: “con malicia hacia nadie, con caridad hacia todos; con firmeza en lo justo, según Dios nos conceda ver lo justo, prosigamos para concluir la labor en la que nos hallamos”. Estas palabras fueron su sentencia de muerte, ya que poco después fue asesinado.
“La fe de Abraham Lincoln era indudable, podemos cuestionar el conjunto de sus creencias, pero nunca su fe y dependencia de Dios. En uno de sus últimos discursos dijo: 'Mi preocupación y oración es que esta nación y yo debemos estar del lado del Señor'”, explica Escobar.
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