El francoalemán Stephane Hessel ha fallecido hoy, a la edad de 95 años. Para el autor de ¡Indignaos! la vida era “la búsqueda activa de la felicidad” y la muerte algo que esperaba con “un cierto apetito”.
Nacido en Berlín en 1917 y refugiado en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, Hessel fue capturado por la Gestapo y pasó por los campos de concentración de Buchenwald y Dora-Mittelbau. Tras el final de la contienda
participó en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948. Pero su
fama mundial llegó casi al final de su vida, de la mano de ¡Indignaos!, un manifiesto político publicado en Francia en 2010 y que, en palabras del autor, “exhorta a los jóvenes a indignarse”.
En una
serie de artículos, el teólogo
Samuel Escobar repasaba el ideario de Hessel, plasmado en este breve libro que ha tenido una influencia que seguramente el autor no podía imaginar. Hessel, cuenta Escobar, “hace memoria de su vida política, especialmente de su participación en el movimiento de resistencia francesa contra la ocupación nazi a partir de 1941”. Es en estos movimientos donde el autor asienta “el origen y fundamento de algunos de los aspectos más apreciados en la Francia democrática de hoy: la seguridad social; la organización racional de la economía que garantice la subordinación de los intereses particulares al interés general; la enseñanza para todos, sin discriminación; la libertad de la prensa, su honor y su independencia”.
Todos estos logros son los que Hessel ve amenazados en la Europa de hoy, por lo que “hace un llamado a los jóvenes a la indignación y a la resistencia”.
LUCHADOR POR LOS DERECHOS
Stephane Hessel vivió y sobrevivió a un campo de concentración nazi, y en su opinión fue esta actitud de indignación lo que le ayudó a escapar y luego embarcarse en la resistencia. Poco después formaría parte del comité encargado de formular la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Su trabajo como diplomático le permite tomar consciencia de la necesidad de construir una Europa distinta.
Por ello,
ya en su ancianidad y como admite desde las primeras páginas, sabiéndose cerca de la muerte, quiere dejar un legado más a los jóvenes. “Os deseo a todos, a cada uno de vosotros, que tengáis vuestro motivo de indignación. Es un valor precioso. Cuando algo te indigna como a mí me indignó el nazismo, te conviertes en alguien militante, fuerte y comprometido. Pasas a formar parte de esa corriente de la historia, y la gran corriente debe seguir gracias a cada uno”, expresa el autor.
¡Indignaos! culmina apelando a la acción inmediata. “Apelemos todavía a ‘una verdadera insurrección pacífica contra los medios de comunicación de masas que no proponen otro horizonte para nuestra juventud que el del consumo de masas, el desprecio hacia los más débiles y hacia la cultura, la amnesia generalizada y la competición a ultranza de todos contra todos.’ A aquellos que harán el siglo XXI, les decimos, con todo nuestro afecto: ‘Crear es resistir, resistir es crear’”.
HESSEL Y LA HISTORIA
Dice Samuel Escobar al reflexionar sobre estas tesis que
“en muchas publicaciones evangélicas he leído palabras pastorales que advierten contra los mismos males: el consumismo incontrolado, el desprecio a los débiles y los diferentes, el olvido de las virtudes básicas para la convivencia, la competición insensible e inhumana. En nuestras filas evangélicas esto se constituye en un llamado a recordar el ejemplo de vida de Jesús, los principios éticos de la vida cristiana presentados tan claramente en la Biblia, y la renovación de nuestra identidad evangélica y la vivencia de sus valores”.
Algo reseñable es la actitud que Hessel plasma hacia la historia, el paradigma en el que desarrolla su discurso. En
¡Indignaos! el autor adapta una
visión hegeliana en la que la historia de la humanidad evoluciona “hacia la libertad, que progresa etapa por etapa”. Pero en contraste, se presenta también es una visión trágica: “Los progresos alcanzados por la libertad, la competitividad, la carrera del ‘siempre más’, todo esto puede vivirse como un huracán destructor”, dice Hessel citando a
Walter Benjamin. Para éste
“el sentido de la historia es la marcha inevitable de catástrofe en catástrofe”, un pesimismo que sin duda parece estar instalado en la actitud de muchos pensadores y comunicadores hoy.
Dice Samuel Escobar que
“la nota de desencanto y hasta de cierto cinismo refleja una pérdida total de la esperanza, lo que me lleva a la visión cristiana de la historia, porque si como cristianos creemos que Jesús resucitó no podemos adoptar una visión trágica y pesimista de la historia humana”.
INDIGNACIÓN HUMANA Y DIVINA
La indignación es un concepto ligado a la justicia.
“Pese a que no todos valoramos hechos o acciones de una misma forma, es evidente que algo se remueve en nuestro interior cuando experimentamos o somos testigos de una injusticia”, decía
Vanesa Moreno en un reciente artículo sobre la justicia social.
“Hemos de reconocer que si bien la revelación cristiana nos habla del amor y la paciencia de Dios, también nos habla de la indignación de Dios frente al pecado y la injusticia”, advierte
Samuel Escobar en la segunda parte de su artículo, recordando además el ejemplo de los profetas en el Antiguo Testamento, que abundaron en palabras indignadas, de denuncia hacia la injusticia.
El teólogo también recuerda el ejemplo de Jesús hacia los pobres y su advertencia hacia aquellos que “devoran los bienes de las viudas y a la vez hacen largas plegarias para impresionar a los demás. Éstos recibirán peor castigo (Lc. 20: 47)”.
Por eso concluye que
Jesús “nunca permaneció indiferente ante la injusticia o la necesidad y muchas veces fue conmovido por la indignación o la compasión”. Por eso concluye que aunque “no encuentro base para compartir la visión hegeliana de la historia y el optimismo de Hessel, le doy la razón respecto a lo fatal que puede ser la indiferencia”.
Estando o no de acuerdo con su ideario, tal vez el mejor legado de Hessel sea éste. Él dice que la peor actitud “es la indiferencia, decir ‘paso de todo, ya me las apaño’. Si os comportáis así perdéis uno de los componentes esenciales que forman al hombre. Uno de los componentes indispensables: la facultad de indignación y el compromiso que la sigue”.
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